El aviso tuvo un efecto parecido a la detonación de una granada: “Nanni está de mal humor”. Habida cuenta del inevitable ida y vuelta entre el realizador de Caro Diario y Habemus Papam y sus alter egos cinematográficos, era imposible no recordar los proverbiales accesos de furia de Moretti en escena, y la fama de similares accesos fuera de ella, y verse como consecuencia plantado, tronado, eventualmente cacheteado ante la menor pregunta indeseada. Para peor había una advertencia previa: “Ojo que Nanni es muy estricto con el tema puntualidad”. Y el cronista estaba llegando un par de minutos tarde, con lo cual ya daba por hecho que la entrevista había pasado a mejor vida. Angustiado y sudoroso, lo recibieron dos noticias tranquilizadoras: el realizador de Aprile y Mia madre estaba enfrascado en entrevistas previas, y además la tormenta anímica había pasado. El cronista se asomó a espiar: Nanni sonreía. ¿Pero qué había ocurrido? Por lo visto algún entrometido había imaginado que la agenda del principal invitado del Bafici 2017 se adelantaba media hora, con lo cual Moretti suspendió algún paseo porteño para quedarse treinta minutos mirando la pared del lobby del hotel. Ahí estalló. Lástima que no había una cámara a mano.
A los 63 la barba de Moretti luce entrecana, y el vientre acusa tal vez algunas pastaciuttas de más. Objeto de la retrospectiva más completa que se le haya dedicado en el país (ver recuadro), Moretti luce cansado y con frecuencia apoya la mano sobre los ojos, como buscando un breve retiro del mundo. Aunque tal vez no sea cansancio, sino otra cosa. En cuanto termina la entrevista con PáginaI12, la última de la tanda, el realizador salta de su sillón y le protesta a la chica de prensa que no pueden hacerse entrevistas en medio de un pasillo, como fue el caso, por el ruido ambiente. “Hay que hacerlas en una habitación con cuatro paredes”, se queja. Y tiene razón, porque había ruido. Saluda y marcha hacia la inauguración del festival en el cine Gaumont, donde supone que va a ver tranquilamente una película pero se va a encontrar con una manifestación digna de Aprile. Mejor no decirle nada. Aunque a esa altura Moretti ya venía ablandado por un colega que habla fluidamente el italiano, el cronista quiso aprovechar la “ventaja competitiva” de haber visto Aprile, allá por 1998, en el Nuovo Sacher, la sala cinematográfica que Moretti posee en el Trastevere romano, y comenzó la entrevista hablando de eso. Cuando le dijo al intérprete que no era necesaria la traducción, éste retrucó que era Moretti quien lo reclamaba.
–¿Sigue teniendo el Nuovo Sacher?
–Sí, aunque lamentablemente el público no se renueva. El público que viene a la sala es básicamente el mismo que venía hace veintipico de años, que va envejeciendo. Un amigo me dice que yo hice nacer la sala y yo la voy a enterrar. Los jóvenes no se acercan. De por sí, los jóvenes que van al cine son pocos, y los pocos que van van a ver otro tipo de cine en otro tipo de sala.
–¿Qué películas tiene en cartel actualmente?
–Tengo una película de la francesa Nicole García, Mal de pierres (N. de la R.: acaba de verse en el ciclo Les Avants Premières, y se estrena próximamente), la última de André Téchiné, que lamentablemente no anduvo bien [N. de la R.: Cuando tienes 17 años, también proyectada en Les Avants Premières], un poco antes tuve Manchester junto al mar y Bacalaureat, del rumano Christian Mungiu [N. de la R.: otro próximo estreno local].
–¿Es negocio la sala?
–Tener una sola sala nunca es negocio.
–¿Sigue yendo al cine?
–Mi compromiso con el cine es indeclinable, de modo que sigo yendo con regularidad.
–¿Qué descubrimientos hizo de un tiempo a esta parte?
–Me gusta lo que hace Alice Rohrwacher, la realizadora de Le meraviglie (2014) y me gusta el cine rumano, que me parece que son una camada de cineastas que saben qué quieren decir y cómo decirlo. Debo decir también que llegué muy tardíamente a las series.
–¿Qué vio que le interesara?
–The Crown, Happy Valley, The Night Of, con John Turturro, y debo confesar, con un poco de pudor, que también The Affair.
–Hablemos de sus películas. ¿Usted cree que el cine debe ir necesariamente de la mano con la vida?
–No, no necesariamente. Para los otros cineastas desde ya que no, cada uno hace el cine que quiere. En mi caso, hasta ahora tuve necesidad de hablar de cosas que me pasaban. Pero estoy dispuesto a filmar ficciones “puras” ya mismo. El problema es que los guiones que me trajeron hasta ahora eran malos, y eso es algo que suele suceder, porque la gente que más se mueve para “colocar” lo que hace es la menos talentosa.
–¿Le gustaría filmar algún tipo de historia en particular?
–Un buen policial, por qué no.
–Hablando de guiones, a lo largo de su carrera en algunos casos trabajó sobre guiones propios, y en otros con coguionistas. ¿Qué determinó una cosa u otra?
–Soy muy distraído escribiendo, me pierdo. Por eso las películas en las que escribí los guiones yo solo (las cuatro primeras, Io sono un autarchico, Ecce bombo, Sogni d’oro y Bianca; después la trilogía de Palombella rossa, Caro diario y Aprile) son más episódicas y desestructuradas. De hecho, Palombella rossa, Caro diario y Aprile las filmé casi sin guión. Las otras son más estructuradas.
–En alguna ocasión usted despotricó contra el cine académico, argumentando que limitaba y aplastaba las emociones y la expresión cinematográfica.
–Sí, pero a mí sin embargo me gustan toda clase de películas. De pronto me puede gustar una película muy estructurada, con guion de hierro y una puesta en escena muy calculada.
–Bueno, de hecho Doctor Zhivago, a la que usted rinde un emotivo homenaje en Palombella rossa, es esa clase de película.
–Sí, lo que pasa es que David Lean era un genio.
–De todos modos yo no me refería a su relación como espectador con el cine académico, sino como realizador. De hecho, ¿no cree que La habitación del hijo es un poquito académica?
–Yo diría clásica.
–¿Qué lo llevó a esa ruptura con el estilo libre y anárquico que siempre caracterizó su cine?
–Se trataba de una historia de duelo, una tragedia, y me parecía que requería de un estilo narrativo más contenido y austero.
–En las películas posteriores –El caimán, Habemus Papam, Mia madre– retomó aquellas constantes de su estilo.
–Esa pregunta se contesta a sí misma.
–A propósito de las tres últimas, ¿qué lo llevó a correrse del centro de la escena?
–Cansancio (risas). Un poco eso y otro poco que encontré tres actores extraordinarios en quienes delegar los personajes protagónicos (Silvio Orlando en El caimán, Michel Picolli en Habemus Papam y Margherita Buy en Mia madre). Qué más quiere un director de cine que dedicarse a dirigir.
–¿Tiene algún proyecto en este momento?
–No en este momento. Trabajé en un par de ideas pero no pude desarrollarlas. De todos modos yo nunca apuré los proyectos, siempre los dejé madurar en los tiempos que necesitaran.