Las manifestaciones de la derecha en el espacio público se transformaron en un escenario abierto al disparate y la bravuconada. Si no fuera una acción abyecta colgar de las rejas de la Casa Rosada paquetes negros simulando cadáveres embolsados como sucedió en la última marcha opositora, sería cómica o grotesca: en búsqueda de impacto, y a falta de inventiva, algo de imaginación gore debe haber alimentado a sus diseñadores.

Manifestarse en el espacio público constituye al cuerpo de los participantes en acción política. Como suele decir la antropología, se trata de un componente ritual donde estar es participar y participar es manifestar aunque sea con la sola presencia. El espacio intervenido por el cuerpo manifestante transforma su sentido cotidiano (de circulación y mercado) por el de lo público en tanto representación política. Para ser efectivo, ese cuerpo debe mostrarse multitudinario, colectivo y a la vez unificado en su consigna general y así lo ha hecho regularmente hasta la llegada del covid 19. Desde entonces, la pandemia y el riesgo de contagio lo desplazaron trastocando la vieja tradición del acto callejero. Su repliegue deja una vacancia que intenta ser ocupada a fuerza de golpes de efecto reaccionarios. En este sentido, no hay red social que pueda reemplazar al acto en la plaza pública pero estas redes, que saben explotar el uso de tales golpes, se revelan también allí. La acción de las bolsas negras, por burda, tuvo también algo de meme.

Si con esas bolsas arrojadas y colgadas en la plaza se pretendió recrear el cuerpo de los muertos por el coronavirus quedó clara la distancia infinita y la falta de empatía que los autores del acto demostraron guardar hacia esas muertes. Pero las bolsas encerraban un mensaje más torpe aun. En la representación de esos cadáveres, la superposición de las víctimas con sus supuestos victimarios expuso, en su cinismo fallido, la figuración del deseo de la muerte del otro. Finalmente, la “obra” se cerró con la firma de los autores cuando instalaron una gran bandera con el nombre de su agrupación política. Este gesto coloca la autoexhibición por delante del reclamo y el efecto buscado se delata entonces como mera publicidad de los actores.

Este tipo de mostración en la plaza pública por vía del horror expuso implícitamente, además, un profundo desprecio por las formas de manifestación política callejera. Las marchas de la derecha no la comprenden como ejercicio democrático, sino como escenificación de la liquidación del oponente.

En la historia argentina las manifestaciones populares enfrentando a violencias de todo tipo han sabido representar al sufrimiento de diversas maneras. En ellas, las víctimas nunca son objeto de mostración sino de encarnación en el cuerpo manifestante. El movimiento de derechos humanos y, en particular, el de mujeres son ejemplos elocuentes.

Por el contrario, las marchas de la derecha hacen del espacio público un escenario, antes que de reclamo, de mostración obscena (si no monstruosa, basta recordar al feto gigante de papel maché o la realización de una ecografía en vivo animada por una famosa de la tv). Para el caso es útil también mencionar la cercanía etimológica que mostrar tiene con monstruo. Una antigua asociación que entendía la mostración como una forma de advertencia pues la aparición de lo monstruoso era interpretada como tal. Algo de esto aflora en el extraño lugar en que la pandemia colocó al espacio público.

* Carlos Masotta es antropólogo (UBA-Conicet).