Les pido a mis editoras que ilustren esta nota con una foto de Beatriz Sarlo en Comodoro Py. No pretendo entrar en la polémica sobre si la oferta para una campaña de vacunación fue por debajo de la mesa o por arriba. Considero que no fue una oferta sino un tanteo, pero temo que esta metáfora desencadene nuevos malentendidos.
El punto es otro. ¿En qué punto estamos? es el título del nuevo libro de Giorgio Agamben que encontré por casualidad y que parece hablarnos de este asunto. Entonces, así como Sarlo en su última nota del diario Perfil reconoce que la insistencia en admitir sus errores, no necesariamente por sinceridad sino “para primerear a los críticos” es propia de intelectuales, agrego a la lista dos figuras más: la cita de autoridad y la casualidad. Y como a su vez son dos recursos mediáticos, pido a las editoras que resalten en negrita la cita en cuestión. Para que la mirada, aunque desatenta, vaya de Sarlo a Agambem y de allí a nuestro problema en común: “La humanidad está entrando en una fase de su historia en la que la verdad se reduce a un momento en el movimiento de lo falso. Lo cierto es que el falso discurso debe ser considerado verdadero incluso cuando se demuestra su no verdad. Pero de esta manera es el lenguaje mismo como lugar de la manifestación de la verdad lo que se confisca a los seres humanos. Ahora sólo pueden observar en silencio el movimiento —verdadero por ser real— de la mentira. Por eso, para detener este movimiento, todos debemos tener el coraje de buscar sin compromiso el bien más preciado: una palabra verdadera.”
Por supuesto que esta confiscación del lenguaje no es un ejercicio atribuible a Sarlo particularmente. Tenemos ejemplos mucho más espectaculares, sistemáticos, y además, letales. Bolsonaro, mientras Brasil batía el record de 2500 muertos cada 24 horas, declaraba haber sido "incansable" y "un ejemplo para todo el mundo" en combatir la pandemia. Hablando de vacunas: en 1988 la prestigiosa revista científica The Lancet publicó un trabajo que vinculaba la vacuna “triple” con el aumento de casos de autismo. Aunque después se descubrió que el “estudio” había sido inventado por un señor que venía de perder una licitación por una vacuna de la competencia, la legión de antivacunas siguen sosteniéndose sobre esta hipótesis. Citando al gobernador Kicillof: el daño ya está hecho. ¿Les suena The Lancet? Es la misma revista a la que le debemos la confianza en la vacuna Sputnik en tiempos en que el presidente era acusado de envenenar a la población y en la provincia se planificaba una campaña para revertir los efectos de esta calumnia elevada a fake news.
También es cierto que a las razones que Sarlo esgrimió para no participar de esa campaña se le podría agregar una más: de haber prestado el brazo, ¿no estaríamos hoy mencionando su nombre entre la lista de las avivadas? Quién sabe si la etiqueta de “Vacunada Vip” no se habría instalado como una marca de agua incluso sobre sus mejores libros.
LA TRAMA Y LA TRAMPA
Se diría que la trama comienza en “la equivocación” admitida primereando a las críticas pero luego de que la justicia, invocada por ella misma, desestimara la pertinencia de su denuncia mediática. Todxs nos equivocamos y lxs que queremos seguir equivocándonos, lo reconocemos. Y que la trampa está en la tapa de Clarín del día siguiente: “Sarlo dijo que la esposa de Kicillof le ofreció una vacunación VIP”. Pero no termina ahí. Viene la nota de Perfil, “Desde dónde hablo” donde insiste en que no debió decir “por debajo de la mesa” pero carga las tintas sobre las interpretaciones. Como si se tratara de una cuestión de modales. “Por debajo de la mesa”, aquí y en la China, se decodifica como “con un sobre”, “de querusa”, “por izquierda” y en eso estamos de acuerdo. Luego de las estratégicas disculpas sigue sosteniendo lo que quienes entendemos lo que hay que entender entendimos: ¡Me ofrecieron la vacuna por debajo de la mesa! Algo similar a lo que con más torpeza, más retraso y vacuna vip en sangre, declaró Chiche Duhalde: “Darnos las vacunas fue una manera de hacernos callar porque soy la única que habla…”
La búsqueda de la verdad tampoco es una cacería de mentirosxs. Para decir que alguien miente, si seguimos a San Agustín, hay que comprobar que no cree en el bolazo que dice. Así que, como no lo sabremos salvo que lo admita, no mintió. Pero licuó la verdad. Para decir lo que se quiere oír, se agarró fuerte de lo que manda el protocolo tácito de un mundo que no existe. Ese protocolo dice que debería haber recibido un memorándum con membrete. Pero en el mundo (mundillo) en el que vivimos editores, intelectuales, funcionarios, cuando se va a invitar a una personalidad a un seminario, a una solicitada, a participar de una campaña, “se tantea” de modo informal. Incluso, la respuesta, si está argumentada como estuvo aquí, puede llegar a tener un impacto en los planes. La reacción de otros “tanteados” como Moría Casán o Mauro Viale, la tuvo. Y afortunadamente la campaña no se hizo: la agenda pandémica se modifica a tal velocidad que antes de lanzarse, ya estaba caduca.
LA JUSTICIA INDISCRETA
Pero en el horizonte de un trato humano, el mensaje del editor que se hizo público, es impecable y, además, es en confianza. Tomen “impecable” como una metáfora y como les guste. Pero tomen “confianza” como un bien devaluado en la ciber sopa contemporánea donde los mails ajenos se reenvían a diestra y siniestra, los mensajitos más íntimos se filtran como prueba, como escrache y como si nada. Ejemplo extremo: como si no bastara para juzgar a los médicos por lo que hacen mal - Caso Maradona mediante- tenemos acceso a las atrocidades que se comentan por WhatsApp.
La potencia corrosiva de la posverdad o como queramos llamar a esta realidad que nos abruma, no es unidireccional, tiene efectos centrifugadores: "Me asombra la velocidad en que los mails llegaron tan rápido de Comodoro Py a los medios". No debería asombrar la velocidad de esta justicia indiscreta. Ser fiscal o ser juez no significa estar en posesión de la verdad por más que se esté en posesión de cuadernos o fotocopias de cuadernos. La experiencia de las escuchas y documentos filtrados en TV en el marco de las causas contra Cristina Fernández constituyen un corpus suficiente para no “asombrarnos” de lo que le puede ocurrir a quien traspase la puerta de Comodoro Py.
Pero tan centrífuga es esta “lógica de redes” que en su nota de descargo, Sarlo no pudo resistirse a hacer pública la carta documento que le envió por estos días Kicillof. Se dirá que haberla hecho pública es una forma del escrache o se dirá que es una forma de transparencia. La cuestión es que nos enteramos de que de pronto el gobernador le exige ratificar o rectificar si ella dijo lo que en realidad dijo el titular de Clarín. Esta vez la respuesta no se pospone para “responder en la justicia” sino que se deja leer entre líneas allí mismo. Y así, entonces, pegamos la vuelta entera en este nuevo capítulo de una verdad que corre más rápido que la interpretación. Los interrogantes son infinitos: ¿Se puede buscar la verdad a fuerza de intimación? ¿No sabe el gobernador que los titulares no los ponen los intelectuales aún cuando firman las notas? ¿No lleva en sus oídos la música del pueblo que dice: “Clarín miente”?
CREER EN LAS SOMBRAS
Estamos en problemas aunque la cita de Agamben no está inspirada en el caso argentino, estamos en problemas. Hay quien podría afirmar que todo lo contrario. Aparecieron a comienzos de la pandemia cuando dudaba de la gravedad del virus. Y se interpretaron, en cuanto empezaron a llover imágenes de cadáveres en Italia, como una intervención irresponsable, más próxima a los antivacunas que a su preocupación por el efecto que tendrá en nuestras vidas el imperativo de seguridad, entre otras urgencias globales.
Un intelectual que interviene en el presente corre riesgos, incluido el del papelón. Pero de ahí al derrape en el terraplanismo o a sumar un granito a la posverdad, hay una distancia de aquí a la luna. Y como no hay conclusión por el momento, se va la segunda cita desautorizada: “La Iglesia dice que la Tierra es plana, pero yo sé que es redonda, porque vi su sombra en la Luna. Y tengo más fe en una sombra que en la Iglesia" afirma Fernando de Magallanes en una frase que le atribuyen, pero que no dijo jamás.