No pocos economistas y financistas están obsesionados con sentenciar que el mercado está transitando un "veranito" cambiario. El objetivo es transmitir que la estabilidad de la paridad será efímera y que una corrida es inminente. Hace varias semanas que siguen esperando ese movimiento sin éxito.
También mencionan "el viento de cola" por la mejora de los precios internacionales de las commodities para desestimar la fase de la recuperación impulsada por la demanda interna luego de dos años de recesión macrista y uno de pandemia.
Con el aumento de la actividad, la evaluación más probable que difundirán será que se trata de "un rebote" para minimizarlo. Se puede adelantar entonces que en unos meses, cuando la economía se sostenga en un firme crecimiento hasta alcanzar el nivel de 2015, dejando atrás la noche macrista y el desastre del coronavirus, dirán que se ingresó en una "meseta".
Son tan obvios que a esta altura sólo generan piedad, no para ellos que hacen su negocio sino para quienes siguen confiando en sus análisis y, en un acto de desprendimiento monetario, pagan por ellos.
Son tan previsibles que son fáciles de descubrir, sólo es necesario apelar a la memoria corta para encontrar en forma inmediata el mismo recorrido analítico aplicado al periodo económico del kirchnerismo. Y entonces, el mismo fiasco.
Para esa cofradía, con acompañamiento entusiasta de medios de derecha, no es una cuestión de aprendizaje por yerros pasados, sino que ese posicionamiento es la muestra más evidente del carácter político –conservador y opositor a gobiernos denominados nacionales y populares- de proyecciones que se confunden con deseos.
La virulencia de opiniones de charlistas y consultores estrellas de la city en contra del presidente Alberto Fernández y del ministro Martín Guzmán hace sospechar que, además de la oposición ideológica, puede expresar un profundo enojo por apuestas fallidas.
Datos duros
El ejercicio entonces es rescatar datos duros de algunos reportes para ordenar la evaluación de la actual situación económica y financiera, y exhibir la carencia de rigurosidad de sus sentencias pese a las evidencias.
Aquí van tres indicadores claves:
1. El Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana de la Fundación Mediterránea calculó que en este año el índice de los términos de intercambio se ubicará 26,1 puntos porcentuales por encima del promedio de los últimos veinte años. Hay que remontarse al pico anterior de 2011/2012 para encontrar términos de intercambio tan favorables.
2. El economista Federico Vacalebre, de la Universidad CEMA, sostuvo que la competitividad cambiaria se encuentra en "niveles elevados, acorde a las devaluaciones experimentadas desde mayo de 2018". Calculó que en relación a diciembre de 2015, el tipo de cambio multilateral está 25 por ciento más alto. Ese mes fue el de la fuerte devaluación inicial del gobierno de Macri. O sea, el tipo de cambio real se mantiene bastante elevado.
3. Pese a que la producción agraria está atravesando el fenómeno La Niña (pocas lluvias y con riesgo de sequía), la campaña global de los cultivos más importantes (soja, trigo y maíz) no está tan afectada. La Bolsa de Comercio de Rosario estimó que será de 111 millones de toneladas, apenas 9 por ciento menos que la del año anterior. Pero con precios internacionales en alza, el valor de la cosecha global alcanzaría casi los 34 mil millones de dólares, 34 por ciento por encima de lo obtenido en 2020.
Tipo de cambio y retenciones
Estos tres indicadores proporcionados por fuentes conservadoras alejadas del oficialismo son contundentes: cada eslabón del complejo agroexportador está disfrutando de una situación muy favorable.
Frente a ese panorama, con tasas de inflación por encima de las previsiones oficiales, medidas de política económica tradicionales para aliviar el frente de precios pueden ser:
1. Subir retenciones.
2. Desacelerar el ritmo de devaluación.
La primera opción es complicada de aplicar en términos políticos luego de la crisis de 2008, salvo que esa iniciativa sea impulsada por gobiernos de derecha, como lo hizo el liderado por Macri en el tramo final de su mandato.
Queda entonces la otra alternativa: modificar la intensidad de las devaluaciones diarias. Es el camino que ha empezado a transitar el equipo económico.
La tasa de devaluación anualizada de los últimos 30 días corridos pasó de casi 58,0 a 40,9 por ciento. Si se proyecta el ajuste de acuerdo a la depreciación acumulada en lo que va de este mes, el deslizamiento del tipo de cambio bajó a una tasa de 34,8 por ciento. Puede seguir bajando sin provocar perturbaciones en el mercado financiero ni en el comercio exterior por los factores arriba mencionados respecto al nivel del tipo de cambio real y al alza de los precios de los commodities.
Dinámica
Esta política, por lo tanto, no es de "atraso cambiario", como vulgarmente se denomina, porque el manejo del tipo de cambio debe ser evaluado en un contexto dinámico. Vale insistir: la paridad real tiene un colchón sustancial y el mercado internacional ha mejorado para el complejo exportador.
Entonces, en una situación complicada por la suba persistente de precios, en un rango del 3 al 4 por ciento, con más intensidad en alimentos, el debate sobre cuál debería ser el nivel del tipo de cambio es crucial para abordar la cuestión inflacionaria de cortísimo plazo en una economía bimonetaria.
La importante suba del precio internacional de la soja y el maíz, de casi 40 por ciento desde noviembre pasado, y los valores sostenidos del trigo en un rango de 230 dólares la tonelada, representa un beneficio para productores y el resto de los protagonistas de esa actividad.
Si además las condiciones climáticas no son las mejores, pero alejadas de una situación crítica por la amenaza del fenómeno de La Niña, mantener un ritmo de devaluación sostenido, acompañando la inflación, hubiera sido un privilegio desproporcionado.
Además se sabe que en esas condiciones económicas continuar con una persistente depreciación de la moneda es regresiva en términos de distribución del ingreso.
Lobby
Realizar un diagnóstico y proponer medidas de política económica sin tener en cuenta que la economía mundial está transitando la peor crisis de por lo menos los últimos 100 años es una peculiaridad de economistas mediáticos. Si se le suma que se abrazan a manuales tradicionales sin la mínima evaluación crítica, el panorama analítico se presenta bastante complicado.
La economía argentina tiene la particularidad de ser bimonetaria, endeudada, de inflación elevada y de ingresos medios. No existe otro país que hoy tenga esas características, lo que exige un esfuerzo adicional para abordar esa complejidad, como se explicó en un artículo anterior. Esas dificultades exigen una observación más prudente cuando se evalúa el nivel del tipo de cambio.
Pese a ello, la reiteración del argumento de la necesidad de mantener un ritmo constante de devaluación en términos reales para mejorar la competitividad de la producción nacional queda debilitada por la evidencia empírica. Aunque el lobby devaluador no se detiene, está demostrado que no aumentan las exportaciones por el alza del tipo de cambio.
Quienes entienden de competitividad internacional señalan que ésta no depende sólo del tipo de cambio real, sino también de otros factores estructurales como el acceso y capacidad de manejo de la tecnología disponible, las escalas de producción, las barreras a la entrada en diferentes mercados, así como la disponibilidad de materia prima barata y abundante, el precio de la energía y la infraestructura logística.
Otros elementos importantes son líneas de financiamiento a tasas subsidiadas, beneficios impositivos y el costo del transporte.
Lejos está el tipo de cambio real de ser lo único que incide en la rentabilidad del complejo exportador: de acuerdo con los contextos y las especificidades de la estructura productiva, lo que ocurra con el nivel de actividad doméstica o la situación de la demanda internacional representan los principales determinantes de la competitividad externa.
Distribución del ingreso
Si el gobierno de Alberto Fernández pretende mejorar algunos puntos el salario real en este año, mantener un ritmo acelerado de devaluación en la salida de una de las peores crisis económicas atentaría contra ese objetivo. El equipo económico tomó nota de eso y ya adaptó su política cambiaria.
Con un mercado cambiario bajo control estricto, tanto de la demanda de importaciones como de la compra especulativa de dólares, la devaluación persistente es una solución ficticia para mejorar la competitividad y tiene corto recorrido porque alimenta la tasa de inflación.
Agudiza además la puja distributiva en una economía de desempleo de dos dígitos y en vía de recomposición del entramado industrial. Impacta en forma negativa en la actividad y distribución de la riqueza provocando una transferencia de ingresos desde sectores de remuneraciones fijas hacia grupos financieros, complejo agroexportador e industria exportadora.
Como se indicó, no surge a partir de la evidencia empírica de la economía argentina que el tipo de cambio aumente la demanda internacional e impulse el crecimiento general. En términos técnicos, los volúmenes de exportaciones muestran una baja elasticidad al tipo de cambio real multilateral. En lenguaje coloquial, esto significa que una moneda doméstica depreciada no se traduce en un alza adicional de la cantidad de exportaciones. Además de ganar mercados internacionales vía la negociación diplomática, la magnitud de las ventas externas dependen fundamentalmente de la evolución de la demanda mundial.
En estos momentos críticos, el aspecto relevante es saber que los ajustes del tipo de cambio, en un contexto difícil para la recomposición del salario por la elevada fragilidad del mercado laboral en la salida de una crisis inmensa, impactan en forma negativa en la distribución del ingreso. Se trata de definir entonces cómo se reparten los frutos del crecimiento en este año de recuperación económica.