LAS INCIALES (*)

Los últimos serán los primeros (Mateo, 20-1-16)

Era un sol oblicuo sobre el agua. Un relámpago cóncavo como si fuera una mano de fuego, iluminó todo el cielo. La tormenta era inminente. Había que subir al bote rápido luego de esa excursión por las islas del río. Comenzó a llover. Mucha gente deseaba subir al bote. Una mujer se acercó, me indagó con la mirada y dijo algo en idioma (creo) eslavo. El hombre que la acompañaba también hablaba la misma lengua. Eran muy elegantes y parecían ricos. Había premura por abordar la barcaza. El muelle había quedado desierto. Detrás de la pareja llegaron unos jóvenes con ropa increíble, desaliñados y barbudos. Desde arriba una voz imperativa los llamó. Subieron apresurados.

La multitud parecía de épocas y lugares distintos. Entonces la vi. No había nada singular en ella, salvo la apariencia juvenil.

-Van hacia un viaje definitivo- le dije- Me miró asombrada y sonrió - Sí, hacia lo definitivo- me contestó.

Su timbre de voz era firme y a la vez agradable, aunque parecía hablar una lengua bastante distinta de la mía, pero si hacía un esfuerzo, podía entenderla, pues ahora es para mí más fácil comprenderlas a todas, desde el indómito griego hasta el generoso latín, el vigoroso italiano, los romances de España como el leonés, aragonés, castellano, asturiano, navarro, y los dialectos de la Provenza, tierra de poetas; hasta las lenguas de los fiordos del norte me son familiares y aun del luminoso oriente, el hebreo y el árabe, y los remotos idiomas de los pueblos amarillos.

En ese momento reconocí a los hermanos Bello, habían sido tres, una mujer y dos varones. Aún me acuerdo de las pinturas con ribetes dorados que mostraban a los niños.

Tantos años, pensé. Ahora estaban ya los tres muertos. Después llegó gente poderosa, con pieles de armiño y anillos de oro y rubíes; vociferaban….Pasó un militar y luego un clérigo. Vi una nube color de rosa donde iba una anciana muy pálida y delgada, cuyo rostro parecía de cera y que nos saludaba, mejor dicho, saludaba con ternura a la joven desconocida que me miraba. Detrás de esa nube sonrosada y dulce, que portaba a la viejecita bondadosa que no pudo pasar el invierno, venían unos nubarrones como de tormenta, grises y negros. Hubo truenos y apareció una mujer rubia y flaca, de unos sesenta y tantos años, que miraba con desconfianza y amargura.

– Las conozco… - dijo la joven- La anciana dulce es Dionisia, mi tía, la segunda, en fin, mi piedad me impide nombrarla. De todos modos llegarán a las riberas celestes y se salvarán…

- Si la Justicia de Dios lo permite -contesté.

Me miró de reojo y dijo como si pensara en voz alta:

- La Justicia Divina es inconmensurable, es tan distinta de lo que nosotros entendemos por justicia.

Le dije:

- ¿Por qué no pensar en el castigo, que todo esto es un castigo?

-Porque el castigo es parte de nuestro modo de ver el mundo. Dios siempre perdona

-O tal vez siempre castiga - dije.

- Hay un espacio inmenso entre Él y nosotros.

- Somos su imagen y semejanza.

- Pero no su conciencia.

- O sus sueños - dije. Había ido demasiado lejos. No podía regresar ya sobre mis palabras.

- Tal vez somos un sueño de Él - dijo ella sonriendo.

Entonces llegaron corriendo desde la ribera unos seres cubiertos por pieles y uniformes malolientes

- Son Minos y sus sucesores, carceleros y torturadores - dije a mi compañera de viaje.

Una vez que pasó la turba, sobrevino una música inigualable. Se escucharon voces como susurros y después vimos comitivas de luces con formas humanas que subían y bajaban por el aire.

-Aquel magnífico es Virgilio - exclamé.

- Aquellos son mis padres - dijo ella- ¡Qué jóvenes y bellos! Más allá van mis abuelos, Juan, Lía, Víctor y Rosario. Mis padres están vestidos como actores de Hollywood, siempre tan elegantes. El que viene detrás es Juan Ángel, mi tío, con sus bigotes rubios y sus ojos celestes, siempre lo recuerdo a caballo entre los cañaverales del ingenio, con sombrero de Panamá y botas color cereza.

Me quedé pensando en esos nombres extraños y que no conocía: Hollywood… ¿qué era eso? De todos modos era un dato más en el idioma parecido al castellano que hablaba mi interlocutora, y que por momentos me costaba comprender, un castellano más fluido, muy alejado de las tonalidades de hierro y piedra de Castilla.

De pronto, en medio del grupo, se adelantó un anciano con bastón. Era ciego.

– Es Borges -dijo ella- ¿Lo conoces?

- No - le contesté- Tal vez sea un Homero de otros siglos.

- Pronto subirá la colina. Irá junto a las luces. Veo a otro espíritu magno-agregué- resplandece, lleva libros en las manos, tiene barba y el pelo ensortijado, va sonriente, ¿es algún escritor de tu época?

- Oh, sí-contestó ella- ese anciano afable y de rostro distendido es Gabo.

- ¿Quién?

- Gabriel García Márquez, el maestro de todos los novelistas latinoamericanos.

- Entiendo, otro grande, como un Virgilio de otra era.

- Si observas bien, verás junto a Gabo a un hombre muy alto, de ojos grises, casi juvenil, con una canadiense. Es Julio Cortázar, el guía intelectual de nuestra generación y, junto a él, a una mujer elegante y de pelo blanco, es Marguerite Yourcenar, la autora de Memorias de Adriano que Julio tradujo del francés al castellano.

- ¿Adriano? Claro, el emperador…

- Vi su tumba en el Sant´ Angelo en Roma…

…Y aquella mujer delicada, sobria, extremadamente delgada me parece que es Eva Perón. Es tan distinguida y a la vez humilde, con su pelo recogido. Pensar que murió tan joven y su pueblo la amaba tanto…El general que la sigue es su marido, Juan Perón, que lleva la banda con los colores de la Argentina…

- ¿Argentina? ¿Ese es el nombre de tu patria?

- Así es. Mi patria en el hemisferio sur, muy al sur, en los confines del mundo…

- Debe ser muy bello tu país, con ese nombre, nada menos que un país de plata, qué poético…

La barca se hundía de su lado, tal como había pasado conmigo la primera vez. Ahora yo también era liviano como los otros.

- ¿Qué haces?- pregunté.

- Escribo - dijo ella

- ¿Tú escribes?

- ¿Te parece extraño?

- En mi época sólo a las hijas de príncipes, duques y condes les estaba permitido escribir. Las hijas de gentiles hombres y caballeros solamente leían, como Gemma y mi madre, Bella. Y en especial Ella, vestida de rojo como el fuego, Bice, Bice, vestida de fuego, como vi luego a María en su Rosa. Bice leía en mi corazón… Pero, en fin, me dices que tú escribes…Perdón, ¿qué escribes?

-Novelas.

- ¿Y eso qué es?

- Las novelas se escriben en prosa y narran historias de toda índole, hay novelas de acción, psicológicas, maravillosas, fantásticas, documentales, como la vida misma.

- ¿Hay apólogos, episodios épicos?

- No exactamente, aunque hay novelas que imitan a las viejas novelas de caballerías que se escribían en Europa desde la Edad Media.

- En mi época, en la dulce Florencia hay quienes trataron de hacer algo semejante, pero los poetas provenzales se les adelantaron.

-Claro, el tono, la anécdota, la Dama, son elementos importantes en la novela. Es un género de la modernidad, como el drama, un tanto espurios, mezcla de epopeya y realidad cotidiana, de tragedia y comedia, como en Cervantes, como en Shakespeare.

-No los conocí, pero es como si los conociera - le dije - Son inmortales, alternan la eternidad entre los magnos.

- Veo que eres poeta…

El barquero que guiaba la nave, nos miró intrigado. Luego se dirigió hacia nosotros. Increpó a mi compañera en un idioma extraño, como oriental, después en latín, en italiano y viendo que ella no comprendía, le gritó en castellano: – ¡Baje, usted! - dijo imperativo.

-No lo haré- contestó ella.

-¡Baje!- gritó el marino.

-Por favor- intercedí -es un alma generosa.

- Está bien- dijo el otro, mientras miraba las iniciales D y A en mis guantes, bordadas amorosamente en oro y plata por las manos sublimes de Gemma -por esta vez pasa, es por ti que la dejo seguir.

El firmamento se había puesto rojo. Anunciaba tiempos aciagos, tal vez épocas violentas. Pasaron soldados con armas extrañas, pájaros de acero, enormes acorazados mientras una voz de mujer los arengaba. Era una orgullosa y marcial señora de pelo rubio y gesto agrio que comandaba las escuadras y las flotas.

- Es Margaret Thatcher, ministra de Gran Bretaña- dijo ella- Más que una mujer, fue un hombre. En sus últimos años confundía la guerra de Bosnia con la guerra de Malvinas. Cometió crímenes de guerra y es responsable de miles de muertos. En su mansión, rodeada por pinares, decidió el exterminio de cientos de jóvenes soldados de mi país. A ella, tan poderosa, ¿qué podía interesarle la muerte de esos pobres muchachos argentinos, harapientos y muertos de hambre en medio del hielo y el viento?

-Va hacia el círculo de los violentos, ahogados en sangre. Será condenada.

- ¿Estás seguro? -dijo - ¿Y si se arrepintió en su último momento?

-Entiendo, Los últimos serán los primeros, dice el Evangelio. Qué misterio la Justicia Divina.

- No es la misma vara -dijo ella- La Thatcher estaba senil, se desplazaba por el limbo de los dementes, nada podía hacer ya, ni recordar, ni arrepentirse, bogaba sin conciencia en un lago sin tiempo y sin espacio.

- ¡Bravo! - irrumpió un señor mayor, muy elegante y de facciones finas que permanecía callado y pensativo en el lado opuesto del bote- Mía cara alunna- dijo- Ella lo miró y lo reconoció:

-¡Mi querido maestro Francesco Pagliaro!- exclamó y lo abrazó- El anciano le acercó un libro: Stromata con su firma y la leyenda: Ad maiorem Dei Gloriam y se le llenaron los ojos de lágrimas.

- Vienen otros - comentó ella- los poetas Raúl Aráoz y Néstor Groppa, precedidos por Joaquín Giannuzzi , Carlos Giordano y mis maestras queridas, de literatura, Betty Galera y Fanny Osán, hermosas y lúcidas como siempre. Todos caminan guiados por Venus, el lucero de la tarde.

Miré a los demás, allí iban señoras severas con porte de reinas, algunas con bastones, otras con pelucas, envejecidas y dañadas por la vida, por el combate que habían llevado adelante durante tantos años. La más altiva, todavía hermosa, se me acercó y me mostró sus anillos y brazaletes de oro y brillantes:

- Nada sirve - me dijo.

Entonces un mendigo se le acercó y la ayudó a levantarse para mirar el horizonte pues la ciática la mantenía postrada. Ella lo miró sin comprender y le agradeció el auxilio.

– La acompañaré, señora-dijo el hombre- y se sentó a su lado mientras le ofrecía un manto oscuro y raído para que se cubriese pues la dama tenía frío.

El cielo cambió. Por la cima de las colinas, subía un resplandor. Era el sol del amanecer.

Un joven muy pobre y con muletas llevaba una rosa como ofrenda. Caminaba con gran dificultad.

– Recibirá su premio, tanto ha sufrido. Ahora será feliz -dije.

Más allá un puñado de ancianos luchaba por avanzar, iban semidesnudos, sus carnes se mecían flácidas, algunos lloraban, eran los que más habían resistido, los que más se habían aferrado a la vida, pero en vano, pues el término llegó finalmente.

En una arcada, un sacerdote bendecía los objetos sagrados que portaban algunos. La gente besaba piadosa crucifijos, misales y rosarios. De pronto se oyeron cánticos sublimes, era un coro de ángeles que acompañaba a los viajeros. Música del alma, pensé, pero en seguida la armonía se deshizo en cadencias sin ritmo, desentonadas y toscas, pues los peregrinos comenzaron a también a cantar. Escuché un sonido imperfecto, de ángeles imperfectos, que entonaban los cantos gregorianos con voces sencillas y rústicas pero llenas de amor, un coro atonal, que desafinaba. ¿Por qué siempre el canto de las iglesias y de los ángeles habría de ser perfecto?

Muchos animales acompañaban el cortejo, los perros, los seres más fieles del mundo, y hasta esos breves y seductores felinos, los gatos, todos iban junto a las palomas, los leones, los elefantes, las liebres, las cebras, los insectos, los caballos, las ovejas, las cabras, las águilas, los osos, las nutrias, las ballenas en una procesión inacabable.

- Son espíritus leves- expliqué a mi amiga- seres puros, sin mancha, las llamadas bestias de la tierra. Todos subiremos por estos lugares- dije finalmente.

-Todos se salvan. Si no lo hacen retornan en cifras infinitas, en periplos nuevos y empujarán las mismas piedras como Sísifo, durante milenios, hasta que, por fin, lavadas sus culpas, accederán a la Luz- dijo ella- Dios los perdonará, aunque cometan mil veces los mismos errores, porque es infinitamente bueno.

- O tal vez nos mire -contesté- con algo de ternura pues contempla nuestros actos como los padres contemplan a sus niños pequeños que juegan.

- O peor todavía, nos contempla como a pequeñas e imbéciles criaturas que realizan acciones increíbles, seres estúpidos y caprichosos. Tal vez experimenta ternura, aunque no podemos conocer sus sentimientos. O quizás nos considere como a débiles muñecos con vida aparente, bufones, títeres, eso, títeres, como el Golem, ese simulacro de barro que amasan los rabinos y que pretende comportarse como humano, pero que es profundamente idiota.

-Imperfección…-acoté.

-Exacto, esa imperfección, esa falla donde nacen nuestras pobres existencias, crece o decrece según los grados de inteligencia y belleza. Lucifer, el más bello, el más inteligente de todos los ángeles, explotó en su propia perfección y comenzó a ser otra cosa, la fealdad más terrible y la idiotez más notable, porque sin duda su inteligencia superior, llegada al término máximo comenzó a ser imbecilidad, o sea que es la más estúpida de todas las criaturas, y la más canalla. El ser de Dios es indescriptible, no cabe en palabras, ni en el entendimiento, por eso no es posible pensarlo en nuestros términos; lo que es excelso o intrascendente y nimio para nosotros, o la ternura, o el deseo, ¿qué son para El?

- Sólo puedo contemplar las luces –afirmé para atemperar tanta pasión- Quise también decirle que estábamos en el paso previo al juicio definitivo, el que indicaría si esos seres accedían al Purgatorio o a la serenidad inefable del Paraíso con fuentes y arboledas, o si serían precipitadas a los abismos horrorosos del Infierno. Pensé que esa criatura no parecía haber estudiado con detenimiento a Santo Tomás. Pero cuando volví la mirada, ella ya no estaba. Se había ido, había descendido del bote.

Y sentí un vahído como la primera vez, pero no me desmayé.

(*) En Bellone, Liliana, En busca de Elena, Buenos Aires, Nueva Generación, 2017. Traducido y editado en Italia como Sulle tracce di Elena, Salerno/Milán, Oédipus Editoria, 2018.