Librería Palmer tiene una portada oscura como la noche donde flotan unas letras brillantes que emulan un cartel de neón. La tapa nos señala un protagonista, Palmer, a quien rápidamente querremos conocer. Todo comienza en la cena aniversario de un grupo de amigos que compartieron estadía en el Camping Aguamar en 1987 y desde entonces -- veinticinco años atrás—no se volvieron a ver. Claro que la cena es también una excusa para reencontrarse con Palmer, que desde aquel tiempo dorado de la adolescencia se convirtió, por razones que tardaremos en desentrañar, en una celebridad internacional. La cena es un éxito de convocatoria, una a uno van llegando todos los participantes de aquel campamento inolvidable, las anécdotas del pasado dan paso a la confirmación de una amistad en el presente, e incluso la posibilidad de romances en el futuro. La llegada de Palmer cautiva al auditorio, su carisma y humildad subyugan a los amigos e incluso al resto de los comensales del restaurante. Pero un hecho trágico e inesperado hace que esa cena se convierta en otra cosa: un coitus interruptus de la amistad, pero a la vez un motivo para la reflexión, el pensamiento, la elucubración, un peso que afianza esos vínculos con una nueva fuerza.

Se trata de la cuarta novela del periodista y escritor Alejandro Caravario –después de Costumbres de la carne (2001), Palermo (2003) y La presentación (2012)-- que hace más de veinte años viene sosteniendo una escritura al margen del ir y venir de las modas y que cada cierto tiempo entrega puntualmente una nueva muestra de su singular y elegante producción. Publicó también los libros de relatos Sangra (1999), No exactamente (2015) y El choricero (2017); más recientemente Trinche, la biografía del futbolista mítico Tomás Carlovich y dos textos dramáticos: Kid – una relectura de Carta al padre, de Franz Kafka llevada a la escena por Alejandro Lingenti en 2016-- y Miami por fin.

La novela es presentada en su contratapa como un “policial invertido” y sin duda algo de eso hay. La lógica propia del género, que implica una investigación férrea y una pesquisa deliberada, pero mareada, vuelta del revés, o que avanza en caminos diagonales, no necesariamente hacia la resolución de un misterio. A la cena feliz y trunca, le suceden distintas miradas retrospectivas de quienes estuvieron esa noche, en ese lugar. Milena, la organizadora y alma mater de la convocatoria, dueña de una belleza que da autoridad y cautiva al grupo. Goyo, uno de sus enamorados, periodista radial bastante loser, que ve en la dilucidación de esos turbios acontecimientos una forma de salir del anonimato y volverse finalmente quien cree ser. Pero no solo los campamentistas dan su versión, sino también Ana, mesera del restaurante de Villa Urquiza y vieja vecina de Palmer, allá en la infancia de ella y la juventud de él. Luego el que rememora es un narrador externo que nos repone todas las piezas faltantes de la historia central, la del famoso Palmer.

Así conoceremos cómo un tranquilo comerciante del barrio de Villa Urquiza se convierte por destino o por azar de la noche a la mañana en un personaje mundialmente célebre, un ícono tan brillante como la fachada de su librería. Los eventos están situados en lo que reconocemos como la crisis de diciembre de 2001. En medio de los grandes disturbios que ocurren en el centro, en la periferia de Capital, más exactamente en Villa Urquiza, tiene lugar el asesinato policial de un manifestante que intentaba huir de los gases y es alcanzado por una bala justo en la puerta de la mentada librería Palmer. Una foto de la víctima tomada por un fotógrafo danés recorre el mundo y vuelve tan visible al hecho como el entorno donde ocurrió. En pocos meses Palmer se convierte en un referente de la lucha contra la violencia policial y las injusticias del Estado, en todo el globo. Esto es narrado con una precisión propia del registro policial, o de la rigurosa investigación periodística. Aunque pequeños cabos se sueltan, no todo es tan realista. La notoriedad de Palmer es fortuita –es más que un actor, una locación-- sus gestos son equívocos –participa en un programa de TV de preguntas y respuestas donde pierde y hace el ridículo—sus obsesiones enigmáticas --insiste en trabar vínculo con una familia que en plena crisis decide irse a vivir a la copa de un árbol de los bosques de Palermo.

El policial enrarecido, disparatado, va desplegando las versiones de los hechos en la voz de cada uno de los protagonistas. La capacidad de inventar, de reversionar el pasado a la luz del presente, queda demostrada en las incongruencias, las divergencias, la imposibilidad de acuerdo entre las partes. Las relaciones posibles entre los sucesos se basan en conceptos tan flu como la empatía, la mala suerte o el destino. Que llevó a quién a hacer qué es algo a discutir, a debatir, incluso a someter a una votación a voz en cuello y con manos en alto. La historia flota entre el capricho, el azar y la voluntad de sus personajes.

Hay que decir que el lenguaje con que es llevada adelante la trama dista de la parquedad y la concisión del policial de ley. Oscila entre el humor y los toques picarescos del costumbrismo, el brillo punzante de diálogos que montan escenas casi teatrales, y una prosa sinuosa, compleja, una escritura gozosa y refinada que es la marca personal de Alejandro Caravario.

El lector se encontrará con más de una sorpresa con el correr de las páginas y es bueno mantener estas revelaciones en la sombra. Cada quién con su verdad sobre las cosas. Librería Palmer desmonta el género para reivindicar no un relativismo radical, ni para imponer calma sobre las versiones, sino para alumbrar una verdad más profunda: cómo nuestra vida se organiza de forma inevitable tras un espejismo que solo vemos nosotros. Cómo todos elegimos ciegamente justificarnos bajo una herida remota.