A pesar de reconocerme perdedor en el juego, me gustaba gastar tardes jugando al ahorcado con Marita. Perder, a veces, es sinónimo de aprender. Con mi vecina aprendía palabras nuevas todo el tiempo, escuchadas en otra casa, en otro mundo. Alguna vez me contó que a los cinco años leía de corrido, todo por culpa de su abuelo materno, quien no sólo se había encargado de criarla, también le había transmitido el placer por la lectura. 

Un diccionario Sopena era nuestra biblia, en el cual buscábamos la verdad, la real existencia de los términos usados y sus significados. Por más que eligiera palabras largas y difíciles de pronunciar mi amiga las deducía sin mayores inconvenientes, experta en hacerme enojar, simulaba encontrarse perdida en una ensalada de letras equivocadas y en su última oportunidad, arriesgaba y ganaba. 

Los acertijos que elegía mi contrincante no parecían trabalenguas, tampoco difíciles de escribir, más bien eran desconocidos para mí, nunca los había escuchado en la escuela, tampoco en radio ni televisión. Plusvalía, latifundio, proletariado, entre otros, fueron vocablos que me cortaron la cabeza luego de verificar su autenticidad. En una oportunidad gocé del indulto, aunque lo viví con un sabor agridulce. Por un lado, sentí alegría al comprobar que la palabra que me había sentenciado no figuraba en el mataburro, por otro, el malestar de mi verduga, su decepción al saber que los labios de su abuelo también se equivocaban, ensombrecieron aquel momento. Para sacarnos la duda, continuamos la búsqueda en la biblioteca del colegio, acudiendo al tomo PQR de la enciclopedia Monitor. Encontramos el término en masculino "planero”, sustantivo, armario donde se guardan planos. 

Recién allí se convenció que no existía la palabra que don Francisco usaba como una muletilla cada vez que la retaba: “María Eva...no seas tan planera, ¡hazme el favor! Deja de hacer planes para comprarte esa bendita pista de autos importada que tanto te gusta, o acaso te has creído que eres hija de ricos. Ellos planifican sin problemas sus compras porque les sobra el dinero. La plata que nos falta a los pobres, la tienen los ricos, nosotros primero juntamos las chirolas y después vemos qué cosas podemos comprar, cuántas veces te lo tengo que explicar...no esperes que te mienta, sabes que nunca lo haré". La planera acunaba un sueño, ser piloto de autos de carrera, "igual que Fitipaldi". Su abuelo era un hombre parco, "metido para adentro", decía mi madre, "si no saluda es porque, seguramente, su cabeza está en otro lado, no porque sea malo", agregaba en su defensa. 

De la barra, era el único pibe que entraba a la vieja casona, la más antigua del barrio, con un patio de tierra enorme que llegaba hasta el centro de manzana, dividido por un camino de ladrillo molido, a su derecha lucían jazmines, rosales, hortensias y margaritas, el otro lado estaba cubierto por árboles frutales, en su mayor parte cítricos y una higuera enorme cerca de la medianera. El viejo se movía despacio entre los vegetales, con la sabiduría de un roble y el cansancio de un sauce. No hablaba de obviedades, prefería los temas no efímeros, rumiaba los conceptos antes de emitirlos, sus metáforas nos sonaban a engaño, poco a poco le fui perdiendo el miedo. 

Una tarde me explicó el diseño de su jardín, "aquí están las plantas que mienten, enfrente las que dicen la verdad. La mentira puede oler a flores, pero nunca te dará frutos". La respuesta a mi pregunta de por qué entonces regaba plantas mentirosas no se hizo esperar. "Porque no sólo de pan vive el hombre, para quien carga con la pena de perder retoños, sólo se consuela con mentiras, los naranjos recuperan sus fuerzas durante el verano aspirando el perfume de los jazmines".  

Una tarde de lluvia, entre tortas fritas y buñuelos, sintió nostalgias del aljibe que alguna vez fue su heladera. "Nunca tomé agua más fresca que la de ese pozo. Solía guardar mis vinos colgados de una soga para enfriarlos junto a otros alimentos. Decidí taparlo por razones de seguridad. Desde su fondo podía ver las estrellas a plena luz del día, el sol sólo nos encandila a ras del suelo". Nuestro silencio incrédulo lo obligó a insistir, "¿ustedes no me creen verdad? Para qué diablos les voy a mentir, ¿acaso me puse colorado al contarlo? El cielo es el mismo techo para todos los patios del mundo, las estrellas, a pesar de nuestra ceguera, siempre nos están cuidando, desde la profundidad del infierno se vislumbra mejor el edén".

Recibí la noticia por carta, un colimba castigado, sin francos en el horizonte, necesita de la correspondencia como un salvoconducto. Con letra cursiva apretada por el dolor, Marita me comunicó la desgracia, "el miércoles pasado, mi abuelo, se convirtió en estrella. Se fue hundiendo lentamente en las arenas movedizas de un sueño pesado. El sábado destapé el pozo, conseguí una escalera de bomberos y descendí hasta tocar el agua. Era una mentira más. El cielo no se oscurece de golpe, tampoco se ven los astros desde allí en pleno día. Al subir a la superficie, entendí todo. Él veía la estrella de mi madre desde el fondo de su propio hueco". 

La heredera no esperó más que el tiempo que tardaron los trámites de sucesión para vender la propiedad, comprarse un auto deportivo e irse a recorrer el mundo. Nunca la sentí tan feliz, tan cerca de ella misma, tan libre. Lejos estuve de pedirle que renunciara a su sueño, menos aún de ofrecerme como acompañante, una corredora de Fórmula Uno nunca lleva copiloto. 

Su última postal guarda la imagen del Pan de Azúcar, en el dorso, tres oraciones a modo de acertijo, tal vez de despedida, "La luna es más grande en el mar. Nadie me ha herido. El olvido es curativo". 

En cada diciembre la siento regresar enredada en el aroma mendaz de los jazmines. ¿Se habrá curado de mí? ¿Seguirá cultivando palabras? ¿Su velero de sueños, habrá cruzado el mar o será barco quieto fondeado por el anclaje de los hijos? ¿La despertará el rugir de las olas?, ¿el canto de los pájaros o el ruido de motores? 

El tiempo pasa, impersonal y malvado, tomar conciencia de ello no lo detiene, más bien lo acelera. Con malicia ingenua, hago pie en añejados recuerdos y fotos amarillentas cual jangada de emociones flotando a la deriva sobre el río de la vida. De tanto girar en círculo, cavé una fosa forrada con días muertos. Desde el fondo de mi propio agujero contemplo mi pedacito de cielo cargado de estrellas que nunca dejan de cuidarme.

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