Adam Zagajewski buscó el resplandor vital de la poesía como desplazado y exiliado, como si intuyera que la supervivencia, la resistencia y la liberación estuvieran en la lengua, en las palabras, en la música de Gustav Mahler, una de sus obsesiones más persistentes, cuando quería escribir poemas como componía Mahler. El poeta polaco, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017, murió a los 75 años en Cracovia, el domingo 21 de marzo por la tarde, justo el día mundial de la poesía. “Hay que hacerse cargo de todo el peso del mundo/ y hacerlo ligero, soportable./ Echarlo a la espalda/ como una mochila y ponerse en camino./ Preferiblemente al atardecer, en primavera, cuando/ los árboles respiran tranquilos, y la noche se prevé/ apacible y en el jardín chasquean las ramas de los olmos”, se lee en uno de los poemas del bellísimo Mano invisible (Acantilado), en traducción de Xavier Farré.
Miembro de la llamada “Generación del 68”, Zagajewski fue el creador de dos de los lemas del grupo: “Powiedz prawde” ("Di la verdad") y “Mow wprost” ("Habla claro"). La obra del autor de poemarios como Ir a Lvov, Tierra del fuego, Deseo y Regreso, entre otros, no se puede disociar de la lírica polaca del siglo XX, que ha logrado dos premios Nobel: Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska. Nació en Lvov –hoy territorio de Ucrania- el 21 de junio de 1945, cuando el pueblo pertenecía a Polonia. Tenía cuatro meses cuando su familia decidió escapar del comunismo hacia Gliwice, un “lugar gris” de la Silesia alemana que Polonia se anexionó al final de la Segunda Guerra Mundial. “Los avatares de la URSS me convirtieron en un sin tierra. Pero no por eso me siento infeliz. Mi siglo es este siglo, el XXI. El resto quedó atrás. Yo vivo con igual intensidad cada uno de los momentos que me ha tocado vivir”, decía el poeta polaco que desde 2007 sonaba como candidato al Premio Nobel de Literatura.
En la década del 70 se unió al grupo de disidentes polacos “Teraz” y dos años después editó su primer poemario Komunikat (El mensaje). Junto con su compatriota Julian Kornhauser escribió el manifiesto “Un mundo no representado” (1974), al mismo tiempo que publicaba artículos en la revista clandestina Zapis. El hartazgo por lidiar con la censura y la prohibición de sus libros lo empujó a la primera escala de un exilio que empezó en París en 1982 y se prolongó luego en Estados Unidos, donde enseñó en varias universidades. En 2002 regresó junto con su familia a Cracovia. La editorial española Pre-Textos publicó En la belleza ajena (2003), un libro a medio camino entre el diario y las memorias. Dos años más tarde, el poeta Martín López-Vega preparó para la misma editorial la antología Poemas escogidos. El resto de sus poemas y tres de sus ensayos se editaron por Acantilado, gracias a las traducciones de Xavier Farré: En defensa del fervor (2005), Dos ciudades (2006) y Solidaridad y soledad (2010). “Me gusta la idea de Simone Weil sobre la gracia y la gravedad -reconocía Zagajewski-. La poesía ha sido para mí pasar de la gravedad a la gracia”.