Gabriel Rocca no iba a ser fotógrafo. Terminaban los setenta, su familia tenía expectativas de que siguiera una carrera tradicional, y él, para cumplir, se metió en Agronomía. "Me vi inmerso en una situación rara y ajena", cuenta Rocca que pronto orbitaría alrededor de la creme del rock nacional de los ochenta (aquella relatada, por ejemplo, por Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz en Corazones en llamas y protagonizada por gente como Charly, Fito, Calamaro, Fabi Cantilo y más), pero aún no lo sabía. "Era una época difícil, oscura, sin mucho incentivo para la creatividad. De cumplir el mandato familiar. Hasta que un día me metí en un conservatorio y me di cuenta de que lo mío era la música".
Ahí la historia empezó a cambiar. Pero no tanto. "Padecía una sordera creativa total", se ríe quien por entonces vivía en Vicente López, "una zona con muchas cortadas, muy bonita, donde iba al colegio caminando y te saludabas con los vecinos, el almacenero, jugabas a la pelota en la calle". Sin duda, el conservatorio era una mejora respecto a Agronomía. Pero el asunto no se encaminó hasta que no anunciaron el festival Prima Rock en Ezeiza y Rocca asistió con una Reflex colgada del cuello. "Una Minolta G9. Siempre me preguntó dónde quedó".
Este septiembre se cumplen 30 años de ese momento. "Fui a sacar fotos de caradura. No estaba acreditado ni nada, pero con la excusa de la cámara me empecé a meter. Hasta que de pronto estaba sobre el escenario con Spinetta Jade, Nito Mestre, los Virus que se presentaban por primera vez. Una falta de conocimiento fotográfico absoluto de mi parte. Pero al día de hoy conservo algunas de esas fotos y... están buenas", sonríe Gaby Rocca, a días de estrenar Rocca & Roll, su muestra --la primera a cielo abierto-- en donde sólo exhibirá fotografías dedicadas e inspiradas en esa etapa del rock argentino, seguramente la más popular al mismo tiempo que glamorosa de su historia; y la que lo tuvo como "testigo privilegiado" junto a colegas amigos como Hilda Lizarazu y Andy Cherniavsky.
"Casi no había distancia entre nosotros. Era un día tocarle el timbre a Charly y charlar entre los dos la foto que iba a ir a la tapa de la revista Pelo. Y a los pocos días encontrármelo entre el público de La Esquina del Sol porque había ido a ver a Los Twist o Los Abuelos. Entre todos compartíamos noches, tardes, mañanas. Era un trato diario, de mucha complicidad, aunque cada uno desde su lugar", relata Gaby Rocca que luego, en los noventa, se alejaría del rock para dar el salto al mundo de la moda y la publicidad, pero que antes registró momentos que se volverían icónicos como la de Luca Prodan en pañales, casi como un Oaky de Hijitus en la vida real. "Recuerdo que llegó y me dijo: 'Vengo de estar toda una tarde de pasear en el zoológico'...". Si en ese momento alguien hubiese puesto "Perfect day" de Lou Reed, no hubiese desentonado. "Lo traté menos que a otros", dice Rocca. "Pero tuve la suerte de cubrirlo desde una de las primeras veces que se presentaron en la cancha de Estudiantes de Caseros. O sea, pude conocerlo bien, desde el principio. Y algo de eso seguramente quedó en las fotos".
Algo parecido decirse de varias otras imágenes (todas presentes en la muestra) que también capturan cierto zeitgeist de la época (o de la persona) como la de Juanse encumbrando su guitarra, Pappo compartiendo morisquetas con los Virus, o Sandra Mihanovich y Celeste Carballo enmarcando su amor en lo que después sería la portada de Mujer contra mujer. "Pappo era mi amigo fotográfico. El tipo sabía ubicarme entre la gente cuando por ahí estaba haciendo su mejor riff, me miraba y me guiñaba un ojo para la foto. Era muy irónico, tenía un humor negro fenomenal. No podías no reírte con él".
Las instantáneas de Rocca no fueron siempre instantáneas: hubo captura en vivo de momentos efímeros, pero también puesta en escena, producción. De ambos condimentos están hechas sus mejores fotos y su origen se remonta a lo que decidió hacer después de aquel Prima Rock del '81. "Me tomé un colectivo desde Vicente López, donde vivía, hasta la redacción de Pelo en el Centro, Belgrano y Chacabuco. Toqué timbre. Había una secretaria a quien le entregué las fotos impresas. Las vieron Juan Manuel Cibeira, jefe redacción, y Daniel Ripoll, el director. Me ofrecieron trabajar para ellos. Les dije que sí. Y a la semana ya estaba fotografiando en recitales". En un contexto familiar y social de poco estímulo creativo, Rocca descubrió que el rock nacional lo colmaba en varios aspectos. "Tratar de entender ese movimiento, esa tribu que nos estaba diciendo cosas tremendas, me abrió la cabeza. Dije: esto es lo mío, quiero quedarme acá".
¿Cómo cambió tu vida a partir de ese momento?
--De inmediato. Me abdujo. En esa época los músicos del rock nacional querían dos cosas. Tocar en Obras y salir en la tapa de Pelo. Y para mí era una revelación todo. Era estar las 24 horas trabajando en esto. Ya me había ido de mi casa y era duro porque me tenía que mantener con un sueldo mínimo y cobrando por fotos. Un arreglo muy sui generis de la época. Y no paraba. Hoy lo noto con el volumen de negativos de esos años que hoy encuentro. ¿En qué momento sucedió todo eso? No lo sé. Pero por eso en la muestra hay muchas fotos inéditas. Porque era tal el vértigo de esos años que no llegaba a ver todo el material. Iba a cinco, seis, recitales por fin de semana. Participaba de giras. No tenía asistente o laboratolista. Y los negativos se acumulaban.
Todo ese material, dice Rocca, fue guardado (¿olvidado?) durante años y recién rescatado para su muestra anterior, Rocca en La Usina, de 2019. "Ahí me puse a revisar y descubrí que muchas fotos que ni siquiera había visto una vez, valían la pena. Fotos por ejemplo de una de las primeras veces que Los Redondos se presentaron en Buenos Aires, en el Auditorio Kraft de la calle Florida. ¡Está el Indio con pelo! O fotos de cuando Los Twist ensayaban La dicha en movimiento. Un PH mínimo del Abasto donde también estaba Charly García".
Tu debut como fotógrafo coincidió con el debut en vivo de Virus. Lo cual es significativo porque más adelante tus fotos compartirían cierto halo moderno que también tenían ellos.
--Sí. Marcelo Moura me cuenta que su única preocupación aquella vez era esquivar los naranjazos. Porque había una agresión política también de parte de la gente. Pero a mí me fascinó la estética. Me parecía increíble lo que estaban cantando. Y luego por suerte hicimos muchos trabajos juntos. Y es cierto lo que decís. Yo al principio sacaba lo que sucedía, pero al poco tiempo empecé a sacar lo que yo quería que sucediera. Empecé a producir las fotos. Y así llegaron mis primeras tapas de discos, las primeras fotos posadas, armadas. Me di cuenta de que lo que yo realmente quería era dirigir.
Y eso empezó a hacerse realidad a partir de 1986, cuando luego de una estadía de tres años en Río de Janeiro ("Un día fuí a cubrir el Rock in Río y me quedé. Me contacté con Billy Bond y toda la movida under de allá. De Paralamas a muchas otras. Pero también con el ámbito de la fotografía de moda, que allá era muy fuerte. Ahí fueron mis primeros pasos en ese rubro"), volvió a Buenos Aires y Pipo Lernoud le ofreció trabajar para Canta Rock. "Era 1986. El rock argentino de los ochenta estaba en su cúspide. Y me concentré en producir y hacer montajes escenográficos. Y ya no cubrir recitales. De esa época son las de imágenes de Charly tomando la comunión o de Luca bebé", señala. Y también sus trabajos para tapas de discos como Los chicos quieren rock de Ratones Paranoicos, Mujer contra Mujer de Sandra y Celeste, El satánico Dr Cadillac de Los Fabulosos Cadillacs, Nadie sale vivo de aquí de Calamaro (y años más tarde, Colores Santos de Cerati-Melero y Chocolate Inglés de Celeste Carballo).
"En general las portadas no se venían trabajando tanto. No había peinador, vestuarista, maquillador. La foto de Sandra y Celeste no la pensamos mucho, ya sabíamos lo que queríamos. Recuerdo esa sesión como un momento de mucho amor. Sandra me llamó a casa y al rato ya estaban en casa", cuenta. "Fotográficamente yo me encontraba en un momento de búsqueda. No existía el Photoshop, todavía faltaba para la era digital, y yo hacía cruces químicos, alteraba los procesos, revelaba 'incorrectamente' para que resalten los colores. Las tapas de Colores Santos y de Mujer contra mujer fueron así".
Por esos años es también su sociedad con Andy Cherniavsky que terminó convirtiéndose en una marca (Rocca-Cherniavsky) con ramificaciones al mundo de la moda y la publicidad. "Con Andy y con Hilda Lizarazu nos cruzabamos en todos los recitales. Siempre éramos los mismos. En Obras, en donde sea. Y una tarde nos encontramos en el Amnesty de River. Pero resulta que nos habían dado un lugar en la mitad de la cancha y que ninguno llegaba con nuestros teles. Entonces con Andy nos miramos, bajamos nuestras cámaras y nos pusimos a charlar. Total, era imposible que saliera algo. Y ahí en la charla le comenté de un catálogo para una tarjeta de crédito que pensaba rechazar porque no llegaba. En ese momento abre grande los ojos y me dice: 'Gaby, no lo dejes. Yo me asocio a vos y listo'. Y a partir de eso empezamos a trabajar juntos. Nos convertimos en sostén uno del otro más allá de lo artístico".
Andy Cherniavsky suele contar un episodio en la puerta de Cemento en el que un desconocido le pegó una piña sin ton ni son que colmó un vaso que ya venía bastante lleno y terminó por definir --a principios de los noventas-- su "alejamiento" del rock; de ese movimiento que había sentido propio y del cual formaba parte. En el caso de Gaby Rocca, relata, no hubo un hecho puntual sino una "transición natural" hacia un ámbito con mejores oportunidades. "En los '90 nació mi primer hijo, Salvador. Yo ahí ya estaba consolidado como fotógrafo. Tenía un estudio. Estaba más armado, más profesional. Y simplemente fui abriéndome hacia la moda y demás cuestiones".
Rocca & Roll, entonces, también funciona como un reencuentro con ese joven sin aparente vocación clara que un día fue a sacar fotos a un festival en Ezeiza y al poco tiempo estaba inmerso en una vorágine de mil historias de los años más álgidos del rock nacional capturadas en icónicas fotos. "Es una muestra que cuenta lo que fui, lo que aporté, lo que el rock nacional me dio a mí y a todos los que anduvimos por ahí". Ojos encendidos para corazones en llamas.
Rocca & Roll, muestra fotográfica a cielo abierto, está ubicada en las plaza Naciones Unidas (Figueroa Alcorta al 2300) y en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori (Av. Infanta Isabel 555) dentro de los Bosques de Palermo.