Como cada marzo, cada día, en esta república de tragedias y abusos el ejercicio de la memoria remueve las heridas y el dolor, pero también y sobre todo renueva la esperanza. Es como un fuego que nunca se extingue y renovadamente arde en las viejas heridas, pero a la vez es señal de esperanza porque la renovación es a la vez símbolo de la creciente lejanía del genocidio iniciado hace hoy 45 años. Duros, amargos, lentos, pero constructores de un camino esperanzador.
Dolorosísimo y plagado de espinas, sea dicho para siempre, pero esperanzador. No hemos sido derrotados, y como sociedad no somos peores ni nos han vencido, y aun en tiempos de canallas dizque "libertarios" y fascistas de traje y corbata, aun en circunstancias en que en este país la Justicia es menos que una caricatura y la moral es rara avis de un improbable Paraíso, nosotros nos reunimos y abrazamos para ratificar –como siempre, como cada año, como cada día– que la Memoria sigue sólida y en estado puro y modo activo. Porque las antorchas siguen encendidas.
Cuando en los años 80 del siglo pasado muchos/as iniciamos el desexilio, ninguno/a sabía cómo iría a funcionar la democracia en este país nuestro, zaherido y desesperado siempre y entonces emergiendo de un paisaje de horror y con la esperanza democrática condicionada y chiquita. Pero sí sabíamos, y confiábamos en ello, el rol fundamental y fundacional que iba a tener la Memoria en la construcción de una nueva civilidad.
Muchos y muchas escribíamos entonces testimonios y ficciones alusivas al horror que empezaría –debía empezar– no a ser olvido sino al contrario: memoria debía ser. Y así fue como se escribieron ensayos y novelas, dramas y guiones, y se iniciaron algunas grandes investigaciones que enriquecerían y renovarían el perfil de la literatura y la cultura argentinas. Por mi parte fue entonces que terminé y publiqué mi novela "Santo Oficio de la Memoria", cuya tesis, si así puede decirse, era que el vocablo memoria era significante "del único tribunal incorruptible". Y novela con la que en 1993 recibí el Premio Rómulo Gallegos,
Me resulta curioso y bello, hoy, tantos años después, apreciar que aquella generación de creadores trabajó, trabajamos, para apuntalar desde nuestras obras la ejemplar y conmovedora gesta de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. También nosotros y nosotras reclamábamos y exigíamos Verdad y Justicia, acompañando a esas mujeres admirables, verdaderas protagonistas de la recuperación democrática argentina.
Que no fue sencilla tarea, lo sabemos. De hecho lo sigue siendo, y lo saben incluso las jóvenes generaciones, que a sus modos tantas veces heterodoxos e inentendibles para nosotros, cada 24 de marzo se suman como pueden, como quieren, conscientes de que es un día de reafirmación de la Memoria, la Verdad y la Justicia, y también día para enfrentar las siempre presentes y repugnanes políticas neoliberales, antipopulares y de retrogradación de los derechos conquistados por nuestro pueblo.
Por eso cada 24 de marzo es un capítulo más de una gesta que, con los organismos de Derechos Humanos a la cabeza, alienta espacios de unidad, diversidad, pluralidad y resistencia.
En tiempos en que el sistema judicial ha descendido a cloacas autogeneradas de las que no puede, no sabe ni quiere salir, la defensa de los principios de Memoria, Verdad y justicia resulta sostenida y reiteradamente fundacional. Porque la democracia no se perfecciona sin Justicia, como la paz no se construye sin Verdad y no es posible sin Memoria.
Por eso la continuidad de los juicios en estos meses, con ancianos protagonistas del genocidio en los banquillos de acusados, son parte de la lucha interminable, constante y consistente por el sueño de una democracia igualitaria y un país reconstruído en el que la paz se cimente día a día sin autoritarismo, represión ni violencia.
La de hoy es por eso, también, una lucha por la libertad en todos los sentidos. Contra la censura y la autocensura. Contra los acosos judiciales que muchos llaman "lófer" porque es moda. Contra los periodistas autodegradados a ser hoy meros agentes de propaganda de sus patrones. Contra las modernas patotas de banqueros y empresarios impecablemente trajeados pero inexorablemente podridos por dentro.
Es ésta. también, una lucha por la libertad y la igualdad, que podemos librar gracias a aquellas Madres y Abuelas con mayúsculas que nos señalaron el camino a mi generación y a las siguientes y a las que van a venir, porque los ideales de igualdad, libertad, solidaridad y justicia social necesitan también renovaciones profundas para poder confrontar y detener las oleadas de derechas y ultraderechas hoy a la moda. Hay que desatar la potencia revolucionaria de la democracia para enfrentarlos. Y en esa lucha el ejemplo que tenemos ante nuestras narices desde hace 45 años es oro puro.
Por eso, como cada año desde 1976, los 24 de marzo simbolizan el que acaso sea el mejor rasgo de la mayoría del pueblo argentino: su vocación por la Verdad y la Justicia, su firme posición en contra de la impunidad. Como mensaje alado y volador que recorre nuestra extensa geografía, esa vocación, ese mandato, están vigentes y es como si alzaran las cabezas para decir que aquí estamos, siempre, y que no pasarán, y que son 30.000, y que juicio y castigo, y ni olvido ni perdón sin arrepentimiento.
La Memoria, la Verdad y la Justicia son mandatos y tareas permanentes, irrenunciables. Son legados históricos, instalados en la conciencia ciudadana porque son también la memoria del dolor. Eso no se olvida jamás. Eso se cultiva siempre, como la rosa blanca de José Martí.