“And the winner is…God bless you...! The Official Story!". Era el 24 de marzo de 1986, se cumplían diez años del golpe cívico-militar en la Argentina, y Norma Aleandro no terminaba de creer que adentro del sobre que acababa de desgarrar de los nervios estuviera la confirmación de que la película de Luis Puenzo había ganado el Oscar de Hollywood a la mejor película extranjera, el primero para el cine nacional. “Al mismo tiempo que estoy aquí, sobre este escenario, aceptando este honor –decía Puenzo en inglés, ya con la estatuilla aferrada en sus manos- no puedo dejar de recordar que otro 24 de marzo, hace hoy diez años, sufrimos el último golpe militar en nuestro país. Nunca olvidaremos esa pesadilla, pero ahora estamos empezando a tener nuevos sueños. Gracias”.
En el Dorothy Chandler Pavilion eran exactamente las ocho y veinte de la noche (una y veinte en Buenos Aires, donde el Oscar siempre llega trasnochado), pero los periodistas argentinos que 35 años atrás estábamos cubriendo la ceremonia en Los Angeles la veíamos por TV, como casi todo el mundo. Ni el Instituto Nacional de Cine, que por entonces presidía Manuel Antín, ni la empresa productora de Puenzo, Cinemanía, habían logrado hacernos un lugar en el sector reservado a la prensa. Y mucho menos en la platea, para la cual tampoco teníamos ropa adecuada. Por lo tanto, la improvisada sala de prensa fue en un departamento del distribuidor argentino Peter Marai, en el que también estaba parando Adolfo Aristarain, por entonces en Hollywood para buscar locaciones para una película que se filmó allí al año siguiente y se llamó The Stranger.
La algarabía fue total, pero ahí mismo empezaron los problemas de logística. No había teléfonos celulares, computadoras, internet, ni siquiera fax. Y la tarjeta de algo llamado “telex” que había provisto el diario no había donde presentarla. La única solución era volver al hotelucho de Sunset Boulevard, que por entonces recordaba más a una novela negra de Ross Macdonald que a la calle señorial de los tiempos de la película con Gloria Swanson, y dictar la nota por teléfono (rigurosa llamada a cobrar), a algún compañero solidario que la iba tipeando en la redacción de La Razón, sobre la calle General Hornos.
Unas horas más tarde, en la casa que la familia Puenzo había alquilado en las colinas de West Hollywood y donde se seguía festejando el premio (los entonces niños Lucía, Esteban y Nicolás cantaban el “Happy Birthday”), el director confesaba que, en el momento culminante, pensó que no había ganado. “Estaba tan nervioso que cuando Norma dijo ‘God bless you’ yo entendí Coronel Redl. Creía que había ganado la película húngara…”
De hecho, la película de István Szabó era considerada el rival más difícil, a pesar de que en la misma categoría también competían Papá salió en viaje de negocios, del entonces yugoslavo (hoy serbio) Emir Kusturica, Amarga cosecha, de la polaca Agnieszka Holland, y Tres hombres y un biberón, de la francesa Coline Serreau. En casa de los Puenzo todavía estaban azorados con la reacción de la delegación francesa en la sala, que ni bien se anunció el premio se levantaron de sus asientos y se fueron ofendidos. En cambio, Szabó se acercó a felicitar y, según unos recortes amarillentos, le dijo a La Razón: “Yo sabía que la película argentina iba a ser la ganadora. Me gustó mucho. En primer lugar, está maravillosamente interpretada. Norma Aleandro es una gran actriz. Después, es una película sobre un tema político muy delicado. Pienso que hoy en los Estados Unidos es muy importante que se conozca lo que pasó en la Argentina. Además, es una película que juega muy bien con las emociones y eso al público le gusta”.
A la mañana siguiente, los enormes carteles publicitarios con los afiches de El color púrpura que cubrían las calles y autopistas de Los Angeles ya estaban siendo desmontados a toda velocidad. La película de Steven Spielberg, que había llegado a la ceremonia de la noche anterior con once nominaciones, no había ganado ni siquiera un premio. Había sido humillada por Africa mía, de Sydney Pollack, que acumuló siete estatuillas. El capitalismo no se permite perder ni un minuto (ni un dólar) de más. Y la derrota no paga dividendos.
Mientras Puenzo, ahora con el aval del Oscar, avanzaba en sus conversaciones con Jane Fonda para filmar la novela Gringo viejo, de Carlos Fuentes (por entonces se pensaba que el protagonista sería Paul Newman, luego terminó siendo Gregory Peck), llegaba a Los Angeles el mensaje del presidente Raúl Alfonsín: “Este galardón a La historia oficial será un especial desafío para seguir adelante en nuestro común empeño por lograr la Argentina de paz, justicia y libertad que soñamos para nosotros y nuestros hijos”. Sin embargo, poco más de un año después, en Pascua de 1987, Alfonsín se encontró con el primero de tres levantamientos de “carapintadas”. Pero como dijo Puenzo desde la tribuna privilegiada de Hollywood, el del 24 de marzo de 1976 fue el último golpe militar. La pesadilla nunca fue olvidada. Y los sueños siempre son y serán nuevos.