A 45 años del golpe y ante la imposibilidad de reunirse, abrazarse y pedir justicia por los 30 mil desaparecidos, diferentes organizaciones de derechos humanos han lanzado la consigna Plantamos memoria y un Pañuelazo blanco, sin marcha pero con memoria.

Todxs, a lo largo de los años, hemos escuchado diferentes historias de esa época nefasta de nuestro país. Yo era muy chica cuando ocurrió y la primera vez que tuve noción fue gracias al cine. Aún recuerdo el poder de la imagen de las mujeres con los pañuelos blancos en La historia oficial y el impacto que me provocó ver La noche de los lápices. Hasta ese momento, era un tema ajeno a mí. En casa no se hablaba de eso.

Siento que las travestis continuamos siendo negadas tanto de las historias como de la Historia, con mayúsculas. No somos parte de los relatos, a pesar de haber estado ahí. 

En el verano del 93 (¿o quizá fue el 94?) tuve el impulso de subirme a un micro que llevaba a una comparsa. Recorrían diferentes corsos de la zona sur y a mí me dio curiosidad. En esa experiencia conocí a la Mery, una travesti sobreviviente. No puedo afirmar que en ese entonces haya podido dimensionar su relato, más bien creo que no tomé conciencia total hasta mucho después. Sin embargo, guardé en la memoria de una manera muy manifiesta lo que me contó. Tanto es así que hoy puedo traer su testimonio a esta columna con bastante seguridad de no estar tergiversando su relato. 

Era una noche helada y la Mery estaba parada con la Maira en Camino de Cintura. Era tanto el frío que hacía que decía sentir el chillar de los dientes como si fueran castañuelas. Desde que se había hecho el cuerpo con silicona líquida, se sentía como un radiador, pero cuando el clima era tan adverso, le pasaba lo mismo que a estos aparatos: se congelaba. Ella no soportaba el frío y a los clientes les gustaba ver la mercadería antes de comprar. Por eso, estaban con la Maira abrazadas, tratando de calentarse mutuamente.

No andaban ni los perros, la noche era una boca de lobo. No lo decían, pero tenían miedo. Habían empezado a desaparecer compañeras; se las llevaban y no volvían más. Aún no eran conscientes de lo que pasaba. Algunas travas ya les habían advertido que tuvieran cuidado con los Falcon; que si veían uno, salieran corriendo para el campo. No eran clientes, sino sidilcris --policías en el idioma carrilche nacido en las comisarías para poder comunicarse entre las travas en los calabozos--.

Esa noche, el frío les había hecho bajar la guardia. Cuando se dieron cuenta, los tenían frente a ellas. Les dijeron algo así como "Muchachos, perdieron, si se portan bien, no les va a pasar nada". Abrieron el baúl del auto y el olor que salió era espantoso. Como estaba muy oscuro, no podía reconocer qué era. Al alumbrar con la linterna para que entraran, la Mery descubrió que era sangre. Estaba seca. Las metieron a las dos. Viajaron un rato, y al poco tiempo se detuvieron. Abrieron el baúl. La enfocaron con luz en la cara y de pronto escuchó que alguien les decía a los otros: «¡Qué lindo es este!». La hicieron bajar a ella sola.

No era una comisaría: estaban en un campo. Ahí pudo ver que eran cuatro hombres de civil, todos bajaron del auto. Con lágrimas en los ojos les pidió que por favor no la lastimaran. El que ella percibía como jefe le repitió: "Si se portan bien, no les va a pasar nada". Hablaban entre ellos. Se murmuraban cosas al oído. El supuesto jefe vitoreó falsamente: "¡Mirá este! ¡Te ensartás!". Mientras la señalaba, uno de ellos le sacó el tapado y el jefe la hizo caminar hacia un árbol tipo arbusto. La obligó a practicarle sexo oral, y cuando terminó se fue y llegó otro. Los escuchaba reírse y hacer bromas. "¿Lo besaste?", se consultaban entre ellos. Así pasaron los cuatro. De pronto, la Mery escuchó arrancar el auto y salió rápidamente del arbusto. Los vio alejarse. Se habían llevado a la Maira. 

Nunca más la volvió a ver, no sabía dónde vivía, ni cual era su nombre del DNI, ni si tenia familia o si alguien la estaría esperando. Para los militares, ellas eran unas NN. Desaparecían todo el tiempo personas: ¡imagínense lo que podía pasarles a las travas, a lxs maricas, a lxs putxs! Nadie lxs quería y las familias no reclamarían. 

Es de vital importancia lo que representa el 24M también para nosotrxs, ya que de la desaparición y detención de personas trans durante la última dictadura cívico-eclesiástica-militar se habla muy poco y prácticamente el tema nunca se suma a la agenda de los espacios e instituciones culturales. La historia no nos nombra, no aparecemos en los relatos ni en las ficciones, pero estuvimos ahí, torturadas, violadas y desaparecidas. Es momento de visibilizar, poner en imágenes y palabras nuestras historias por las compañeras que no están, que nadie buscó ni buscará. Es un grito, un pedido colectivo: "Memoria, Verdad, Justicia".

Florencia De La V.