El 23 de marzo de 1976 a las once de la noche cerramos la edición de ese día del matutino “El Cronista Comercial”. Ya sabíamos lo que se venía. El propietario del diario, Rafael “Cacho” Perrotta (con llegada a los mandos militares) nos dijo que prendiéramos la radio a las 2 de la mañana: la clásica marchita militar y una voz de milico anunciando que las FFAA habían tomado el poder.

Cuando esa noche me iba para mi casa me cruce con Perrotta. Hablamos del golpe y siempre recuerdo sus palabras: “Ustedes no saben lo que se viene. Va a ser terrible. ¡Terrible! ”

Curioso el caso de Cacho Perrotta; sólo resistiría una historia de ficción. Nacido en cuna de oro, heredó el diario que, como su nombre lo indica, fue creado para servir al mundo de las finanzas. No sé en qué momento se convirtió en un hombre de izquierda (supongo que mucho tuvo que ver su querido Quito Burgos, un peronista revolucionario que por aquella época ocupaba el cargo de secretario general). De ahí que el Cronista conservara su suplemento tradicional para los mercados y el cuerpo del diario se convirtiera en la voz de los grupos revolucionarios. Un verdadero oxímoron.

De su vida anterior, Perrotta mantenía relaciones con los sectores del poder. Recuerdo escucharlo por teléfono tutear y nombrarlo “Cholo” al comandante en jefe del Ejército.

Nunca entendí por que Perrotta se quedó en el país. Tenía conciencia de lo “terrible” que se venía y así fue. Lo trataron como un traidor. Quienes compartieron con él la cárcel lo describían como un ser humano destrozado.

El día 24 me presenté en el diario a media mañana, una hora inusual. Sonó el teléfono y pidieron una autoridad del diario concurriera al Ministerio (sic) de Ejército, en el edificio Libertador. Fuimos con Hugo Murno, compañero que también necesitó llegar temprano al diario. Nos recibió un coronel que nos dijo que a partir de este momento solo debíamos publicar los comunicados de la Junta Militar y los cables de la agencia oficial Telam.

Como también existía la agencia privada Noticias Argentinas le pregunté “¿Y Noticias Argentinas”. “Si, claro, las noticias argentinas”, me respondió.

Al poco tiempo El Cronista Comercial se vendió y los nuevos dueños abrieron una lista de retiros voluntarios. Sentí que había llegado el momento de tomar la decisión que venía postergando: dejar el periodismo y dedicar todo mi tiempo a escribir teatro.

Y fue el teatro que me permitió vivir en medio de esas horas desesperadas. El teatro es un arte grupal, compartido. Un novelista estaba solo y seguramente rodeado de fantasmas.

Un dramaturgo es parte de un equipo.

Y sí. La vida continuaba. No teníamos la dimensión de lo que estaba ocurriendo, de hasta dónde llegaba la crueldad de los asesinos, pero aun así no vivíamos tranquilos. Cada uno se hacía el propio prontuario. Yo no estuve en la guerrilla, no puede pasarme nada grave.

En 1980 visité varias ciudades europeas. En todas ellas vivían exiliados argentinos que me preguntaban cómo podía vivir en el país. Y… si nos lavábamos los dientes, llevábamos un vida social, el teatro, las cenas en la calle Corrientes. La amistad, el amor.

Ese mismo año empezó a proyectarse un hecho cultural que nació como una protesta contra la censura y terminó convirtiéndose en una epopeya: Teatro Abierto, el mayor frente cultural de resistencia a la dictadura.

Un grupo de autores, hartos de las prohibiciones en todos los espacios oficiales, de la eliminación de nuestras obras en el entonces Conservatorio de Arte Dramático, decidimos salir a quejarnos de la única manera posible: haciendo teatro.

Veintiuna obras breves, tres por día durante ocho semanas. En la sala del Picadero, recién inaugurada. Mas de cien personas entre actores y actrices, directores y técnicos. Entradas populares y trabajo solidario.

La sala de 300 localidades. Las funciones desbordaban de espectadores que expresaban un entusiasmo superior a lo habitual. Claramente mas que un hecho artístico era un fenómeno político. Así

lo entendió la dictadura y al comenzar la segunda semana un comando criminal produjo un atentado que destruyó buena parte de la sala. La decisión unánime fue seguir. Unas 19 salas nos ofrecieron continuar con el ciclo. Elegimos la mas impensable: el Tabarís, el espacio más comercial de Buenos Aires, con el doble de los espectadores.

El ciclo cumplió los dos meses con el mismo éxito y se prolongó dos años mas hasta la llegada de la democracia.

Teatro Abierto extendió su fama fuera del país. Durante muchos años, y hasta no hace mucho, tuve que contarles la historia a investigadores de Estados Unidos y Europa y, por supuesto, a compatriotas.

El 28 de julio próximo se cumplirán cuarenta años de la primera función.