Parecía un festejo en masa. Una multitud celebraba que el gobierno de Mubarak, dictador egipcio, llegaba a su fin. La corresponsal del canal estadounidense CBS, Lara Logan, se abría paso entre la multitud para cubrir un momento histórico que en el año 2011 se conoció como “la primavera árabe”. Avanzaba tranquila, con su equipo compuesto por un productor, un camarógrafo, un fixer (aquel que funciona de intérprete), dos choferes y un guardaespalda. Pero, algo cambió. El fixer -contará Lara años después en una entrevista- de un momento a otro la miró aterrado y le dijo que tenían que salir rápido. En cuestión de segundos, una multitud de hombres se avalanzó sobre el cuerpo de Lara y abusaron sexualmente de ella. Con el cuerpo destrozado, se salvó de milagro gracias a un grupo de mujeres egipcias que se interpusieron entre ella y los violadores y la sacaron de ahí. Unos meses después, Caroline Sinz, de France 3, también fue atacada por la multitud en este mismo lugar.
La historia de Lara generó una ola de indignación en todo el mundo, pero no sorpresa entre las corresponsales de guerra: sufrir la violencia machista y tener que adecuarse a entornos hostiles es algo a lo que lamentablemente están expuestas.
Karen Marón es corresponsal de guerra desde hace más de 15 años. Ella sabe muy bien que al momento de preparar una cobertura no hay, no puede haber, ningún detalle librado al azar. Desde la mochila, el calzado, la ropa lista para el desierto o la montaña, los equipos técnicos, los contactos listos, hasta el análisis preciso sobre la situación geopolítica, la cultura y la historia del territorio y región a la cuál irá a cubrir. Tenía 20 años cuando fue a un conflicto por primera vez en Medio Oriente. Entre campamentos, armas, selva y desierto, Karen fue contando historias de quienes no salían en las tapas de los diarios. Fue elegida como una de las corresponsales más influyentes del mundo en Londres. Es corresponsal en Medio Oriente, África y América Latina. Realizó coberturas en conflictos complejos como la guerra en Afganistán, Irak; los conflictos en Colombia, y también en Líbano, Siria y Libia, así como también el conflicto israelí-palestino. Es la única argentina integrante del Dart Center for Journalism and Trauma, con sede en Columbia, que reconoce las víctimas de violencia y entrena a periodistas en temas relacionados con trauma. Sus trabajos son publicados en múltiples medios nacionales e internacionales.
Todo lo que he vivido
Hay en los ojos de Karen la mirada de quien ha visto mucho, aquello que quizás nadie quiere ver. Decir que las mujeres corresponsales de guerra son minoría, no alcanza para describir la situación de desigualdad en el rubro. A pesar de que el camino para las corresponsales de guerra lo abrieron hace mucho las narraciones de las periodistas estadounidenses Jane Cazneau sobre el conflicto entre Estados Unidos y México en 1846 o Martha Gellhorn durante la Guerra Civil española o el desembarco de Normandía, a pesar de que cada vez hay más mujeres periodistas que cubren conflictos, se considera con demasiada frecuencia que “el terreno” es “cosa de hombres” o un lugar en el que las mujeres periodistas no están seguras.
Según el balance anual 2020 de Reporteros Sin Fronteras, del total de 387 periodistas entre rejas en todo el mundo, 42 son mujeres. Las detenidas se ven sometidas a unas condiciones de detención muy duras, y algunas incluso corren el riesgo de sufrir agresiones sexuales. También en la última encuesta realizada, el 86 por ciento de las mujeres reporteras dijo que sufrió algún tipo de acoso o abuso en su trabajo.
Karen tenía 20 años cuando fue a cubrir la Intifada -la oleada de violencia que se desató entre Israel y Palestina en el año 2000- y un año después cubría el tratado de paz entre las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el gobierno colombiano. En la selva, entre campamentos y hombres cargando ametralladoras, Karen escribía y hacía preguntas. Dormía a la intemperie, cargando la mochila y el chaleco antibalas, alerta ante cualquier tiro, bomba y estallido.
"A mis grandes maestros los encontré en la guerra. No los encontré en un curso. Nada se acerca a lo que se vive en un conflicto o en una crisis. Cuando era niña me preguntaba por qué la gente se peleaba cuando veía imágenes de guerras en la televisión. Mi madre, ella siendo trabajadora social, me inmiscuyó en sus labores, y conocí desde pequeña otras realidades diferentes a las mías, niños con desnutrición que dormían en un pozo de tierra lleno de papeles de diario o personas convalecientes con enfermedades que eran mortales o estigmatizantes. En ese aspecto, me dejó marcada para el futuro y se hizo carne en mí" dice a Las12.
La preparación para una cobertura implica una investigación rigurosa: Karen tiene que aprender la geopolítica, la historia, cultura y economía del territorio y la región a la que irá. Tiene que establecer lazos con los reporteros que estén en el territorio y con locales que la puedan guiar. Tiene que prepararse para meses de vivir en el infierno, donde la muerte puede llegar en cualquier momento: tiene que saber primeros auxilios para ella y sus compañerxs, desde reanimación cardiorrespiratoria hasta cómo hacer un vendaje y cómo colocar una inyección. “Si vas a un hospital sos un blanco móvil, susceptible de ser secuestrado o asesinado”, explica. Lleva un teléfono satelital por si se cortan las comunicaciones, chaleco antibalas y casco, sales hidratantes para soportar la deshidratación del desierto.
También están los cuidados al salir del territorio. Cuidados que son, a la larga, inevitables. “En mi caso, las consecuencias psicológicas se han ido transformando con el tiempo. Nunca vas a ser la misma cuando regresas. Algunos se encierran, otros niegan, otros empiezan con adicciones. Yo desde la cobertura de la segunda Intifada, mi madre me dice que nunca volví a sonreír como antes. Yo no sabía que tenía estrés postraumático. A partir el 2004 empezaron a hacer recambios de reporteros cada 3 meses, estaban un mes, descansaban un mes y volvían. Tomaron conciencia de las consecuencias en la salud mental de los reporteros. En un conflicto estás en hipervigilancia permanente”, cuenta.
Las diferencias para las corresponsales
A partir del caso de Lara Logan, el manual para reporteros en zonas en conflicto de Reporteros Sin Fronteras tiene un apartado especial para mujeres corresponsales. El manual incluye consejos como: “usá una alianza de matrimonio. Respetá el Código de vestimenta local, usá vestimenta suelta, sin que se ajuste al cuerpo. Usá pañuelo en la cabeza si es necesario; evitá ciertas costumbres de comportamiento como fumar, saludar con un apretón de manos o reír a carcajadas, puede ser tomado como una señal de frivolidad o promiscuidad en algunos lugares. Si fuiste violada: acercate al hospital más cercano y pedí ayuda médica y psicológica, también pedí un kit de medicación retroviral”. El manual también incluye consejos para evitar ser violada.
"En una guerra un misil, un coche bomba no distingue géneros, podemos soportar el mismo frío, la misma sed y el mismo peso en las mochilas, dormir en el piso durante días o meses, no higienizarnos. Pero, cuando tengo que salir en televisión, que estuve días sin bañarme, días sin comer, días bajo fuegos de artillería y explosión de fuegos de carros bomba, me piden que me maquille y salga perfecta, algo que no le piden a los corresponsales varones" dice, y agrega "Los hombres no tienen que llevar una alianza para demostrar que soy propiedad de otro hombre y no me acosen. En diferentes conflictos, cuando nos trasladamos, va el chofer y yo adelante y soy la cobertura de seguridad de los que van atrás, porque si pasamos por un check point hostil te pueden matar y tenemos que simular que somos un matrimonio. Entonces, bajo la cabeza y nos dejan pasar".
El horror fue en Irak, a 50 km de Bagdhad. Habían ataques de Estados Unidos contra la población en Faluya. Karen había ido con un camarógrafo, un fotógrafo y un fixer. Iba tapada con la hijab -pañuelo en la cabeza-, guantes negros, la abaya -túnica negra hasta el piso-, pero eso no importaba. Varios, muchos, hombres estaban protestando y comenzó a haber un movimiento que la separó de su equipo. "Sentí un estado de indefensión absoluta. Empezaron a generar como una oleada, no podés contra una turba. Había un joven con una boina de la recientemente creada fuerza militar AC-DC iraquí, que se abalanzó sobre mi cuerpo mientras yo hacía contacto visual en forma desesperada con el camarógrafo y él se desesperó y le dije que no, porque si se acercaba lo podían matar a él. Yo no podía gritar porque me encerraban. Niños se acercaban también. Me cuesta muchísimo hablar de esto. Son tan cobardes que cuando los enfrentás se escapan. Los miré a cada uno a los ojos y con voz fuerte y dura empecé a increparlos y empezaron a moverse de a poco y pude salir, con mucha confusión y frustración que pude transformar. Ellos y otros no pudieron detenerme jamás. Yo cumplí con reglas específicas por precaución y aun así me pasó esto".
El porcentaje de mujeres corresponsales ronda entre el 3 y 10 por ciento del total de personas que cubren conflictos internacionales. Las duras condiciones en las coberturas no aminoran las ganas de muchas cronistas de salir a territorios con escenarios hostiles y cubrir. “Nuestros cuerpos en un conflicto siempre son campos de batalla. En las coberturas en Medio Oriente y África siempre nosotras demostramos nuestras aptitudes, comportamientos y logros en el terreno realizando trabajos multipremiados, no desde la exclusividad periodística con algún medio, sino de forma stringer, y visibilizamos situaciones. Visibilizamos lo que podemos soportar”, reflexiona.