Alicia está sentada en la oficina que compartimos durante muchos años. Por las dudas: oficina 2090 del segundo piso del Pabellón Uno. La oficina es chica…. Diría que muy chica. Estantes con libros (muchos) y sobre todo apuntes dentro de carpetas. Carpetas viejas llenas de polvo, llenas de tiza.
Un fichero enorme que ocupaba un lugar desproporcionado. Demasiado grande para un lugar tan pequeño. Allí guardábamos los ejercicios que habíamos preparado para las diferentes materias. Un pizarrón negro, quebrado en diferentes lugares. Tizas. Algunas amarillas. Un borrador viejo, con felpa que parecía de otro siglo, casi derruida. No sé por qué pero tengo la sensación que el pizarrón estaba siempre escrito, como si contuviera algunas verdades que había que conservar. Más aún: había un recuadro escrito a mano que decía “No Borrar”.
Una ventana dividida en dos partes. Una fija, la superior. La otra, se abría hacia adentro. ¿Raro, no? Y además, con un espesor a prueba de aviones que aterrizaban y decolaban en el Aeroparque…muy cerca. Es que al construir la Ciudad Universitaria, el ruido de los aviones hacía añicos los vidrios.Dos escritorios. El de Alicia mira a una pared. No lo dije pero las paredes, que alguna vez fueron grises, también fueron amarillas. Mi escritorio mira hacia la puerta de entrada. Pero en realidad, todo es una ilusión óptica, porque para ser sincero, todo es tan diminuto que todo mira hacia las paredes.
Alicia sigue sentada, mirándome sin verme. Está pensando. Mientras tanto, su mano derecha le cruza la cara (casi) para poder acomodarse el pelo del lado izquierdo, como si se lo estuviera estirando. Sería equivalente a encontrarse con un cartel y una leyenda: “Persona pensando”. Claro, en este caso, sería “Alicia pensando”.
Algunas veces, ese mismo pelo estaba aún húmedo, de una mujer que había salido apurada de la ducha pero que tenía un compromiso profesional en la facultad. Conmigo o con cualquier otra persona. No hay tiempo para coqueterías ni siquiera para esperar que el pelo ‘se seque’.
La conocí como alumna en las prácticas de Topología (o Topo). Siempre con Carmen (Sessa). Más tarde el mundo que habitaba el departamento de Matemática, las conocería como ‘la holomorfa’ y ‘la analítica’. Inseparables.
¿Cómo resumir una vida? ¿Cómo resumir el privilegio de haber compartido con ella horas y horas? ¿Cómo contar las veces que discutimos? Los ejercicios que pensamos juntos, las clases que preparamos, los concursos de los que fuimos partícipes y también jurados. Todo lo que aprendí. Los viajes. El legado; eso, el legado.
El camino que recorrió Alicia no existía, lo hizo ella. Lo construyó ella. Cuando se casó con Raúl (su inseparable compañero de ruta), es como si hubieran establecido un pacto: la Alicia ‘matemática profesional’ no se quedaría encerrada en la Argentina, y mucho menos en Buenos Aires. Alicia necesitaba romper las cadenas de lo pre-establecido. ¿Cuántos matrimonios conoce usted en donde la que viaja es la mujer y el que se queda con los niños pequeños (Mariana y Alejandro) es el marido? Y no hablo de un viaje, ni viajes de un par de días. No. Hablo de múltiples viajes, algunos de varias semanas, e incluso meses.
Alicia entendió muy rápido que la clave estaba en las redes, pero no las redes sociales (todavía ni siquiera eran un sueño), sino las redes con el mundo, con el mundo de la matemática. Las fue construyendo en forma incansable, golpeando puertas, proponiendo ideas, pagándose sus viajes para no perderse las novedades, pero también para aportar las suyas.
Estaba claro que la matemática se hacía en Buenos Aires, pero también en Córdoba o Tucumán, y se hacía en Berkeley o en Trieste. O en Seúl o en la ciudad de México o en Bahía Blanca o Bariloche. O en China. Los viajes eran cada vez más frecuentes. Sus trabajos empezaban a tener trascendencia, local e internacional.
Como su (nuestro) mentor, el queridísimo e inolvidable Miguel Herrera murió tan joven, Alicia se quedó sin guía. En el medio del puente, ya bien entrada la noche, la persona que llevaba la linterna, aquél que sabía por dónde ir, se nos escapó entre los dedos en forma inexplicable. En lugar de sentarse y penar por su fortuna, aún a costa de tener que frotar dos piedras y empezar todo de nuevo, de re-descubrir el fuego, Alicia construyó el camino. Ese mismo camino que la llevó a ser la primera mujer directora del Departamento de Matemática de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Y lo escribo así, con todas las letras, con todas las palabras, para ponerle la ‘pompa’ que se merece.
Y fueron llegando los premios. Y los reconocimientos. Y la elección en el 2014 como una de las vicepresidentas de la Unión Internacional de Matemática. Escribí “Internacional”. Y escribí “que la eligieron”. Por segunda vez en la historia, una mujer fue seleccionada vicepresidenta.
Su curiosidad la llevó a lugares insospechados, pero no me refiero a la geografía sino dentro del mundo de la matemática misma. Y después la biología. Las conexiones. Las redes. Después empezaron a llegar los nietos, su otra pasión: los niños. Y el Matemax, el libro con el querido e inigualable Juan Sabia.
Y acá, paro. Si escribiera que Alicia es la mejor matemática argentina de la historia, seguramente sería considerado un atrevido. Y posiblemente lo sea. Pero le sugeriría que viera sus contribuciones en diferentes disciplinas y los reconocimientos que recibió. Pero de lo que estoy seguro es que Alicia, cuando se quedó sola en ese camino, sin “padre, tutor o encargado”, como decía en las libretas a mediados del siglo pasado, se fue como una mochilera a recorrer Europa… y Estados Unidos… y Asia. Peleó por los derechos de la mujer, por la igualdad de género cuando todavía no era un ‘trending topic’, como se acostumbra a decir ahora. Y ganó. Su tarea es hoy señalada y distinguida por ese mismo mundo que ponía las piedras.
Su curiosidad infinita, la seguridad que siempre exhibió para exponerse vulnerable, su audacia para decir ‘no sé, decímelo de nuevo, no te entiendo’, sus alumnas y alumnos, sus charlas y sus clases, sus proyectos e iniciativas… ¿Qué más tiene que hacer una persona para dejar una marca en la vida?
Este es un brevísimo resumen de alguien que fue testigo (y lo sigue siendo) de una mujer única, pionera y que merece el mayor reconocimiento en vida, cuando ella lo pueda disfrutar. Y me voy a atribuir una representatividad que nadie me confirió, para decirle: “Gracias Ali. Gracias por todo”.
* Alicia Dickenstein fue distinguida en febrero del año 2021 con el Premio L’Oreal a la Mujer en la Ciencia. (Artículo publicado por el autor en la Revista de Educación Matemática. Vol. 35, Nro 1 - 2020)