“Pienso que la mayoría de las personas está más familiarizada con la depresión y el suicidio de Sylvia Plath que con sus poesías. En la memoria cultural, está grabada esta imagen de ama de casa desesperada que la ha reducido a un estereotipo inexacto, porque de sus cartas y sus diarios se desprende que ella también encontraba alegría y placer en muchas delicias terrenales”, da su parecer la joven Rebecca Brill, estudiante de Bellas Artes de la Universidad de Minnesota, que en los primeros meses de la pandemia encontró un refugio en las palabras de su adorada autora.
Releyendo sus reflexiones, de hecho, se topó con cierta constante en sus epístolas, los diarios, incluso en La campana de cristal, su única novela publicada: “Prácticamente no había día en el que Sylvia Plath no escribiese algún pasaje sobre lo que comía o cocinaba, a veces en forma exuberante, lírica, en otras más bien mundana”. Observación que sirvió de disparador a la joven Brill, según ella misma relata: “A partir de ese detalle pensé que, para aliviar mi aburrimiento de confinada, podía embarcarme en un pequeño proyecto que implicara un compromiso cotidiano”. Así nació Sylvia Plath's Food Diary (@whatsylviaate), cuenta de Twitter donde Rebecca postea religiosamente, sin saltarse un día, “todo lo que Sylvia comió según sus cuadernos, su correspondencia, sus poemas y otras misceláneas”.
De 1953, por ejemplo, las líneas: “Bebo vino y jerez sola porque me gusta, porque me da la misma sensación sensual que comer nueces saladas o queso; lujo, dicha con tintes eróticos”. De 1960, una recomendación para preparar repollo colorado, “que queda especialmente bien con cerdo o salchichas”. “Saltee una cebolla o dos, finamente picadas, con unos cubitos de bacon. Agregue una col morada, previamente remojada en agua fría, cortada en tiras; dos manzanas ácidas en rodajas finas, un puñado de pasas y una taza de sidra o tinto. Cubra bien y cocine a fuego lento durante dos horas, agregando más sidra o vino cuando se haya evaporado”. Puede que en ocasiones Plath lamentase tener que hacer una tarta de manzana “en vez de estudiar a Locke o escribir”, pero también es cierto que llamaba a la autora de The Joy of Cooking “mi sagrada Irma Rombauer”, y al mentado y celebérrimo libro de recetas, “una novela rara con todos los condimentos adecuados”.
La idea de la cuenta, ofrece Rebecca Brill, es mostrar un costado menos conocido de esta escritora de culto, poner el acento en su rica, compleja y apasionada relación con platos de la más diversa índole, para así romper con “esa sombra persistente que la tacha de duendecilla poética, maldita y triste, demasiado etérea para las cuestiones más campechanas”. Muchas tostadas (con arenque, champiñones, tocino, etcétera), demasiada leche (“¡hasta 8 tazas al día!”, señala Brill) y un “bizcocho celestial” (como SP bautizó al postre repostero cuyo paso a paso compartiera en una carta del 25 de mayo de 1959), entre los tuits de la muy activa @WhatSylviaAte, que cada domingo presenta además una versión ilustrada de alguno de los pasajes, hecho por la artista residente Lily Gibbs Taylor.