Oleg 6 Puntos
Letonia/Lituania/Bélgica/Francia, 2019
Dirección: Juris Kursietis.
Guion: Liga Celma-Kursiete, Juris Kursietis y Kaspars Odins.
Duración: 108 minutos.
Intérpretes: Valentin Novopolskij, Dawid Ogrodnik, Anna Próchniak, Guna Zarina, Adam Szyszkowski.
Estreno en Mubi.
Según informan las enciclopedias, Letonia (Latvia, para los rusos) es un país sumamente desarrollado y de altos ingresos. No es el caso de Oleg (Valentin Novopolskij), un muchacho solitario que prueba suerte en Bruselas y no le va del todo bien. En un sueño recurrente, Oleg se ve a sí mismo tendido en posición fetal en medio de la nieve que se parte, cayendo al agua y quedando atrapado allí, sin poder romper el bloque de hielo. En la realidad no le va mucho mejor.
En el rostro se le nota la ingenuidad, y los ingenuos suelen convertirse en presa fácil para predadores que tienen a la ciudad por zona de caza. Oleg es carnicero y sabe cómo trozar un ciervo. Tal vez esa habilidad despierte alguna envidia o quizás sea cuestión de xenofobia. El hecho es que cuando un compañero polaco se asierra un dedo lo acusa de haberlo empujado, y no hay careo que valga. Es al otro al que le creen. De allí en más Oleg quedará en manos de los predadores, que si ofrecen trabajo es para sacar ventaja. Incluso cuando se trata de la clase de trabajos que sólo los inmigrantes pobres aceptan.
Como el propio protagonista, la historia es, seca, tristona y de pocas palabras. El realizador Juris Kursietis no se regodea con las desventuras del héroe. Las narra con nervio fáctico, dejando que la cámara se mueva con la desesperación con que lo hace Oleg. Sobre todo en planos-secuencia que siguen al protagonista a través de laberintos de pasillos, en la casa ocupada por otro polaco, que lo explota. ¿Cómo habrá sido recibida en Polonia esta película que fue parte de la Quincena de Realizadores de Cannes? Los nativos del país de Wojtyla no salen muy bien parados, por cierto. En algún aparte más distendido asoma cierto humor, como cuando un compatriota de Oleg muestra la foto de su perro, que por algún motivo se llama Brexit. Con hambre atrasada, Oleg se “cuela” en una recepción, pasando la noche en casa de la party planner, que lo toma por músico. Oleg no sabe mentir, por lo cual a la mañana siguiente es arrojado a su vida de todos los días.
Que la escena del sueño inicial sea introducida por un soliloquio en el que el protagonista se asocia a sí mismo con el cordero de Dios suena no sólo extemporáneo sino también demasiado obvio. La analogía no se detiene allí, ya que estando de paso en la ciudad de Gante, Oleg, cuya apreciación pictórica hasta el momento se ignoraba, va de visita a un museo, contemplando el tríptico de la Adoración del Cordero Místico de Hubert y Jan Van Eyck. OK, entendimos. Oleg es, como Jesús, el inocente que debe recorrer su propio via crucis. Pero la referencia religiosa no cambia en nada al personaje y la historia misma, que sin ella funciona con claridad. Con demasiada claridad tal vez: contados claroscuros, pocos matices, trazos demasiado escasos como para que el recorrido de Oleg se imprima en la retina.