“La gente me pregunta cómo cambié”, canta Nick Cave en “Lavender Fields”, de su nuevo disco Carnage. “Yo les digo que es un camino único. Y que la lavanda ha manchado mi piel, y me hizo extraño”. El cambio, el proceso, empezó en Push The Sky Away (2013) después de su proyecto de rock sucio Grinderman y de Dig!!! Lazarus Dig!!! (2008), el último, hasta el momento, de sus discos “narrativos”. Esos años, también, afianzaron la amistad y la integración creativa con Warren Ellis, el violinista loco, integrante de Dirty Three y ladero principal en los Bad Seeds que se convirtió en socio para muchas bandas de sonido escritas a dúo, una diversificación del trabajo que posicionó a Cave en un lugar diferente dentro del ecosistema musical, en apariencia menos excéntrico pero con los años ganado por el despojo, lejos de la bestia de muchas cabezas que es su banda en vivo, inmerso en una producción flotante, cercana a la abstracción.
Esto se acentuó con Skeleton Tree, el fabuloso disco de 2016 escrito y grabado poco después de la muerte de Arthur, su hijo adolescente. El despojo representaba ese vacío sin fondo, y el pozo continuó –pero no tan negro ni tan desesperante-- en Ghosteen de 2019, sus canciones sobre el duelo, un desborde de dolor y sobriedad tan hermoso como difícil de escuchar, un poco por esa flotación ambient de las canciones, otro poco por la insoportable crudeza emocional.
Carnage es un disco grabado durante la pandemia y el lockdown inglés; no es lo único que hizo Cave en el primer año covid: también se presentó solo con su piano en un show grabado en el Alexandra Palace de Londres y transmitido por streaming. Pero ese fue un regalo de sus clásicos y algún tema nuevo como el fantasmal “Galleon Ship” de Ghosteen. Carnage es un disco escrito de cero y sólo con Ellis (el único Bad Seed con una pequeña participación es Thomas Wylder) y, aunque continúa el camino minimalista aparece un ánimo diferente, como si la distancia relativa respecto de la tragedia personal al confluir con la ansiedad global diese como resultado algo más misterioso que el detalle quirúrgico de Ghosteen. Algunas cosas han vuelto después del páramo de la pérdida: la sensualidad, por ejemplo. Y la violencia. Las fuerzas vitales sobre las que Cave escribió toda su carrera, las que construyeron sus obsesiones elegantes y románticas y perversas y extremas.
Hay imágenes que se repiten en Carnage, lo que contribuye a que el disco parezca una larga canción dividida en ocho aparte, más allá de los loops hipnóticos y el pulso electrónico de Warren Ellis. El comienzo tiene algo de inmersión o de abducción: “Hand of God” empieza con Cave al piano, en modo predecible desde The Boatman’s Call y de repente la canción es interrumpida por una disonancia de cuerdas que suena como un salto en el tiempo o hacia otra realidad. Ese desplazamiento se produce cuando Cave canta sobre “un reino en el cielo”, uno de los leitmotivs del disco. No es “el reino de los cielos”: es una redención más modesta y que, por su insistencia, parece estar cerca (es inminente), o lejos (se clama por ella). “El reino” suena de diferentes maneras y a propósito de diferentes estados de ánimo, pero siempre con un coro gospel modesto, lejos del triunfalismo eclesiástico de Abbatoir Blues. ¿Hay menos confianza en Dios, es un Dios demasiado pequeño o los furores del Viejo Testamento se aplacaron ante el dolor humano y ahora ese Dios tiene el temperamento comprensivo, de disciplina y calidez (no de fuego y furia) de Jesús y sus nuevas enseñanzas? Sin embargo, hay rabia en Carnage. Especialmente en una de las canciones centrales, “White Elephant”, que refiere de forma oblicua a cuestiones políticas actuales –algo muy raro en Cave--, sobre una base insistente y obsesiva. Spoken word, casi rap en su entonación de contenida furia, habla de un cazador blanco que mataría gratis, y que espera. “El manifestante se arrodilla sobre el cuello de una estatua/ la estatua dice ‘no puedo respirar’/ el manifestante dice ‘ahora sabés como se siente’ y la patea para que se hunda en el mar”. Y después: “Si se les ocurre venir por acá les voy a disparar en la puta cara”. Hacía mucho que Nick Cave no sonaba tan amenazante y acá vuelve a dar miedo con su dedo levantado y la frente cargada de demencia. El gospel que anuncia la llegada del reino en el cielo en “White Elephant”, después de la tensa primera parte, suena como un montón de borrachos, con un piano pirata y un abandono de voces que anuncian un más allá poco deseable: Dios puede significar cosas muy distintas para diferentes personas, se sabe.
Todas las canciones de Carnage son buenas pero la del título es una de las mejores. Hace años, Nick Cave explicó que ya no son narrativas porque dejó de creer en introducción, nudo y desenlace; la experiencia vital es más bien, para él, imágenes incompletas y finales abiertos. Así sus canciones pasaron de los cuentos como “The Carny” o monólogos de personajes como “The Mercy Seat” a pasajes impresionistas y figuras que se repiten. “Esta canción es como una nube de luvia que no para de dar vueltas allá arriba y aquí viene otra vez”, canta y eso es lo que sucede en este disco. Un bosque, un ciervo, animales nocturnos, un camino en el que se pierde una pareja, la luna, el sol, hoteles, ríos y mares y una Venus de espuma, una mujer que hace las valijas y se va, un hombre que también abandona todo, un chico descalzo con fuego en el pelo, una mujer sobre la cama, un hombre en el balcón. “Y es sólo amor con un poco lluvia”, dice y “Carnage” ingresa al panteón de sus muchas magníficas canciones de amor junto a “Shattered Ground” que, además, recupera un poco la inseguridad temblorosa del pasado. “Hay una locura en mi y una locura en ella y juntas forman cierta forma de cordura/ Querida, no me dejes… La luna es una chica con lágrimas en los ojos que tira sus valijas en la parte de atrás del auto, y yo no estoy ni remotamente sorprendido/ Me dice adiós y la luna es una chica con el sol en los ojos”. En “Balcony Man” también se derrumba ante la partida de la mujer: “Soy una bolsa de sangre y huesos de doscientas libras/ Chorreando sobre tu silla favorita”. En ambas hay verdadero pánico en esa voz envejecida que insiste, parodiando la híper gastada frase de Nietzsche: “Lo que no te mata te hace más loco”.
A los 63 años, edad en la que muchos artistas de su generación prefieren revisitar su pasado o ajustarse a una fórmula que funciona, Nick Cave elige lanzarse al vacío y hacia adelante: él mismo admitió que Carnage es un resultado de la “catástrofe comunitaria” pero es un disco íntimo también, y solitario, sin su banda, a solas con Ellis. Incluso el proceso creativo está en algunos casos impulsado por vínculos cercanos: “White Elephant”, por ejemplo, se la dedica al artista plástico Thomas Houseago, un amigo que, en el principio de la pandemia, tuvo una crisis psiquiátrica. Thomas no podía pintar y Nick no podía escribir. “Me la pasaba sentado en el balcón con el mundo yéndose al infierno y nada en mi cabeza más que desesperación e incertidumbre. Así que hice un trato por teléfono con Thomas: si él me pintaba un cuadro, yo le escribiría una canción. Sentí que el desafío me daría ímpetu. A veces ayuda sacarse a uno mismo del proceso creativo y trabajar para alguien más. Esa noche escribí 'White Elephant' y se la mandé. La letra llegó rápido, algo muy inusual para mi. Thomas hizo su pintura y la mandó, pero no llegó porque está atrapada en alguna aduana”. Cave le contó esto a sus fans en la página que usa para comunicarse con ellos, ahora que da pocas entrevistas. Carnage se edita en formato físico en mayo: si los Bad Seeds volverán a tocar no lo sabe nadie. Las canciones están alimentadas de ese estupor: no son apocalípticas, son la compañía de una larga espera y un desafío a la desesperanza.