Este año se cumplen dos décadas de la decisión de Andrea Prodan de fijar residencia en la Argentina. “Mi primer periodo fue en los '90”, recuerda el artista. “No conocía a nadie, salvo a Divididos y Las Pelotas. Mi destino no era ser parte de ellos porque tenía una autoestima demasiado alta: quería hacer mis propias cosas”. El hermano menor del frontman de Sumo volvió a Italia, su país de origen, pero no era feliz allá. “No me atraían los tiempos que se venían en Europa y la dejé de forma instintiva. La Argentina, dentro de su locura, su apertura y su enorme espacio, me pareció un planeta muy interesante para vivir y para construir un futuro desde cero”. Y no lo pensó dos veces al momento de regresar a esta orilla del Atlántico. “Fueron años maravillosos e importantes para mi reconstrucción como persona. Más allá del amor que me expresa la gente por Luca, pude hacer mi propia historia”.
Si bien se estableció durante un buen tiempo en Buenos Aires, Traslasierra es su lugar en el mundo. “Se presentó en mi vida por primera vez en 1982, cuando vine a ver cómo estaba Luca”, recuerda el músico y actor desde su hogar en la región cordobesa. “Luego de hacer una película en Alemania, vine en 1995 y con lo que me pagaron compré mi casa bajo la montaña. Fue una secuencia de situaciones entre la elección y la mística la que me llevó a vivir acá. Menos mal que lo hice porque durante la pandemia me sirvió para encontrar estabilidad”. Mientras goza de un momento de gran actividad y plenitud, según él mismo confiesa, Prodan hará un hiato en su cotidianidad para reencontrarse con los escenarios este sábado 27 de marzo, en la localidad bonaerense de San Justo, con su proyecto grupal Romapagana.
“Pasó un año desde la última vez que tocamos en Buenos Aires”, recapitula el cantante y guitarrista de Romapagana. “Esta vez lo haremos en San Justo, y eso me encantó porque en esta época necesitamos de santos y justicia. Venimos a hablar de la locura del hombre del siglo XXI, citando a la canción de King Crimson. La banda toca tópicos como el poder de la enajenación, el sometimiento y la manera en que construimos nuestras propias pandemias. Me parece que cada canción es perfecta para este momento, y eso me da esperanza”. Además, el frontman, a manera de canapé de lo que será su recital en La Cúpula (Pres. Juan Domingo Perón 2687, a las 22), advierte: “La gente que nos viene a ver en vivo se vuelve a su casa cargada de pila. Mezclamos la mística y el análisis”.
-¿Rompagana se sigue comportando como un grupo o es ahora un proyecto solista?
-Es una banda particular, orgánica y visceral. Desde hace 19 años, somos como una guerrilla musical que entra en acción cuando es necesario. A pesar de que soy el que canta, los cuatro tenemos el mismo peso. Quería que fuera un grupo transversal y no vertical. Si bien los shows que damos se parecen a un happening, tuvimos períodos activos y otros no tanto. Pero nuestra pasión es muy fuerte y nos llevamos bien. Ahora tenemos otra dinámica, porque vivía en Buenos Aires y ensayábamos allá. Tras instalarme en Traslasierra, no existe la idea de un disco de 15 temas. Grabamos dos o tres canciones, y eso nos permite ir cambiando a través de mínimos actos de creación. No es mejor o peor. Es un espejo de esta época.
-En 2019, una década luego de la salida de su álbum debut, 11, pusieron a circular Vivido. ¿Por qué eligieron hacer un disco en vivo no sólo para volver, sino también para presentar los temas nuevos?
-Se pronuncia de las dos formas: "vívido" o "vivido", porque el juego es dónde querés poner el acento. No es realmente un disco sino un registro de una noche de Romapagana. Incluye varios temas que no están en el primer disco y que decidimos subir por la libertad que te permite Spotify como registro de otro material nuestro. Está grabado en dos pistas, lo que ningún artista, en su sana cordura, haría hoy. Son momentos de punk, con arreglos y sofisticación.
-Aparte de apelar por el post punk en casi todo su repertorio, Vivido apuesta por el inglés. ¿A qué se debió esa decisión estética?
-Romapagana quizá tiene más alma punk que Sumo. Canto en inglés porque es horrible cuando lo hago en italiano o en español. También me gusta ese idioma porque es onomatopéyico y maleable. A veces, las letras que hago caben bien con la música y tienen un sentido particular. Los temas en español me salen así, pero son más hablados.
-¿Llegaron a comprarlos con Sumo?
-Como mi hermano y yo cantamos parecidos, sobre todo por el acento, saltan las conclusiones de que Romapagana se parece Sumo, algo que me resulta absurdo.
-Entre tu primer álbum solista, Viva voce, y el debut de Romapagana hay más de una década de distancia. ¿Qué pasó en el medio?
-En la Argentina quise forjarme una nueva vida. Una movida así es tan delicada que no iba a dejar que mi ambición artística se antepusiera. Los primeros años fueron de conexión con el terruño, la idiosincrasia y el idioma. Tampoco quería convertir a la música en mi única fuente de vida. Hice cine y con la plata de esas películas sobreviví. Luego entré en crisis económica y volví a Italia. Pero esa vuelta me confirmó que quería estar en la Argentina. A nivel psicológico, le debía a mi hermano hacer un proyecto juntos acá. Aunque él no estuviera físicamente, reconstruí mis gustos. Una vez que me argentinicé, no quise hacer voces como en Viva voce.
“Quien me conoce sabe que hago muchas cosas distintas”, explica Andrea Prodan. Amén de Romapagana, el artista lleva adelante varios proyectos. Con Celina Varela, por ejemplo, armó uno inspirado en la música de joyas del cine, al son del post punk, el rock industrial y la new wave, que el año pasado legó el álbum Isla 2. “Grabo todo con mi teléfono y Celina después lo incorpora en la música que hace en Buenos Aires”, describe este fan confeso de Lou Reed, The Doors, Iggy Pop, David Bowie y Nick Drake. “Tengo también la Prodan Pandora Pow, donde toco temas míos, que no están pensados en el rock, a los que sumo los de la primera época de Luca, con The New Clear Heads. De cuando estaba en Londres. Es una manera de contar el pasado Prodan. Muy pronto lo estaré presentando en Rosario y en otras ciudades del país”.
-Otro de los proyectos que pusiste a circular fue Dre Dre Bondang, que en 2020 lanzó dos discos: Two y Crapbook.
-De chico no podía decir mi nombre. No me salía de la boca. Cuando lo hice, quedó así. Con ese apodo saqué tres discos. Son canciones que nacen en el momento. Es como tirarse al vacío.
-¿Sentís que estos proyectos son parte de la escena musical argentina?
-No me siento parte de un movimiento musical ni nada por estilo. Adoro a artistas como Axel Krygier, quien logró incorporar toda una tradición argentina en la modernidad, o Dick el Demasiado, creador de la cumbia lunática. Las bandas que mandan todavía son las mismas y dos son ex Sumo. Tampoco en Inglaterra hubo una revolución.