Adobes, mayólicas, herrerías martilladas a mano, mascaritas italianas de terracota, arquerías, pilastras, intaglios, peldaños de piedra buena, algunos zaguanes de antología y sobre todo una manera de pensar la ciudad y la vivienda que ya no se encuentra. Son alguito más de diez cuadras por la calle México, fuera del APH San Telmo, fuera de toda protección y cuidado, que muestran que donde los vivos ven terrenos mal ocupados, los inteligentes ven una ciudad asentada. De a pie y de cerca, se entiende qué podemos perder.
Como muestran las fotos, esta antología accidental permite descubrir que todavía nos quedan edificios vivos que vieron el fin de nuestras guerras civiles. Desde el impecable hotel boutique del 1330, con su amplio zaguán cerrado con una herrería de doble hoja envidiable, a la casa del 1138, una criolla italianizada que es cuidada con los recursos que hay y con mucho cariño por su dueña. En el camino está la notable casa de altos que aloja a Aux Charpentiers -una tienda tan bien conservada que le dedicaron una nota en la revista World of Interiors- y la todavía anterior del restaurante Lo Rafael. Hay un par de casas particulares y un albergue de mochileros de las décadas de 1860 y 1870, bastante bien llevadas.
Y hay las primeras glorias de la Argentina rica, como la casa del 2163 ornada con pilastras complicadas y con placas agraciadas con intaglios sobre sus ventanales. Y claro, alguna que otra máscara ornamental, francesa o italiana, y hasta un enorme chalet vagamente italiano que resulta ser un humano y humanista ejemplo de vivienda popular.
Para los especuladores y sus cómplices todo esto es basura vieja que no “realiza el potencial del lote” porque no tiene ocho o más pisos de altura. Para los que miran bien y tienen calle, es un ejemplo de densidad media y de cultura urbana, de la que justamente se ata y tiene raíces en nuestra cultura recibida, recreada y masticada a la manera nuestra. Este tipo de ciudad ya es cada vez más escaso y cada vez peligra más, siendo que era el mismo tejido de Buenos Aires, su fábrica. Perderla del todo en lugar de restaurarla sería perder identidad y además la singular belleza, la belleza tan porteña, de este tipo de edificios.