Parece, pero no fue idea de Peteco Carabajal. La lámpara se le encendió a Martín Sueldo. El representante de Raly Barrionuevo pensó en trocar aquello de los cien barrios porteños por los de “cien pueblos”, y empezar a girar por todos los rincones del país donde haya comida, ganas de chacareras, zambas y vidalas, y un lugar donde dormir. Y así fue. “Lo único que hice yo fue decir sí, inmediatamente”, admite el creador de “La estrella azul” ante PáginaI12, en los días previos a las próximas paradas de “Volver al ritual, la gira de los cien pueblos”. “Lo de volver al ritual se relaciona con el hecho de haber pasado un año encerrados sin posibilidades de generar trabajo. Pero a la vez tiene otro componente: antes de la pandemia cobrábamos diez, y hoy uno; actuábamos ante miles de personas, y hoy ante ochenta o doscientas a lo sumo, y esto es como volver a comenzar… como volver a andar en los pueblos como era al principio: salir en un micro desde Buenos Aires, encontrarse con el organizador, y manejarse en su camioneta solo con un bolso, la guitarra y el bombo… nada más. Lamentablemente, en este momento no va sonidista, ni manager, ni plomo”, describe el vate de los Carabajal, en las puertas de dos fechas más, esta vez en AMBA: este sábado a la noche (21.30) en el Teatro El Nacional (Corrientes 960) y este domingo en el Padilla Espacio Cultural (Avenida Meeks 1058, Temperley).

Entre otros destinos, Peteco y su troupe (su hijo Homero más la percusionista folkie Martina Ulrich) vivenciaron el ritual en pueblos donde, según él, los reciben como héroes. Uno de ellos fue el de Los Cisnes, paraje cordobés de unos seiscientos habitantes, donde tal trío (Riendas Libres) atravesó uno de los mejores momentos de la gira, hasta hoy. “Me ha pegado mucho estar ahí, porque parecía que todo el pueblo estaba feliz de tenernos entre ellos: fogón, buenas comidas, asados, pastas… se vive todo de otra manera, porque la cosa no se centra en un empresario contratista sino en amigos dispuestos a trabajar”, manifiesta Carabajal, que repitió escenas parecidas entre las sierras de Los Reartes, en Camilo Aldao –sureste cordobés--, y Arroyito, llamada ´la dulce ciudad´, por el sabor de sus golosinas.

“A cada lugar que vamos no nos encontramos con gente que esté cobrando, o que nos saque algo del valor de las entradas. Esto desde ya tiene una característica positiva, porque todo el mundo le está poniendo el hombro. Hay mucho esfuerzo físico aquí: los viajes, el hecho de cantar cuatro o cinco días seguidos, cuando antes era cosa de tomarse el avión, encerrarse en un hotel hasta la hora de la actuación, y así. En cambio, ahora paramos en casas, y esto hace una relación mucho más estrecha con la gente de los lugares que visitamos. El hecho de que nos brinden una casa, una cama, comida, y lugares lindos para descansar es muy reconfortante”, sonríe el músico.

--¿Cómo es eso de que los reciben “como héroes”?

--Ah, bueno, sí… lo dije porque la gente de los pueblos donde estamos yendo dimensiona fuerte nuestra presencia, evidentemente la necesitaban tanto como nosotros. Las personas lo valoran tanto que pareciera que estamos haciendo algo extraordinario, algo que por supuesto me da un poco de vergüenza.

Parte del material que Riendas Libres lleva a la gira –además de clásicos como “Perfume de Carnaval”, “Puente Carretero” o “Borrando fronteras”-- tiene que ver con un disco que la pandemia aún no dejó ser. “La cuarentena nos agarró con tres de los temas del disco ya grabados y mezclados. A los otros les falta alguna voz, algún instrumento, pero ya está casi completo, aunque sin mezclar ni masterizar. No los hemos podido hacer por falta de dinero”, comenta Peteco acerca del sucesor de El amor como bandera, único disco de Riendas Libres a la fecha.

Entre los temas terminados del futuro disco se destaca “Tucumán”, una zamba cuya pluma pertenece al letrista santiagueño Adolfo “Bebe” Ponti. “Es una pieza dedicada a esa provincia, a su historia, a su paisaje, a su lucha y a su mística… el ´Bebe´ juega con todos estos elementos, y todo es verdadero”, sostiene Peteco, entre guitarras y violines. “Respecto del resto del material es cierto que hay variantes, pero no mucha temática distinta para componer porque yo creo que las cosas vienen siendo dichas desde hace millones de años por el ser humano, por los grandes pensadores de la humanidad. Lo que uno hace, por ahí, es buscar un nuevo ropaje para decir algo que ya se ha dicho”, reflexiona el cantante, compositor y multiinstrumentista “de los cien pueblos”

--Hasta de pandemias, cuarentenas y pestes se ha hablado un montón a lo largo de siglos. ¿Cómo atravesás vos este período, que amenaza con extenderse?

--Me he bajoneado en algunos momentos, pero trato de solucionarlo, no me dejo arrastrar ¿Cómo?... bueno, duermo, porque durmiendo no me entero que estoy mal (risas), o trato de salir a caminar, y hacer algo que me saque de pensamientos negativos. Por supuesto que he atravesado momentos bravos, y una de las cosas que he sufrido mucho es la incertidumbre. El hecho de no poder concretar algo que tenés en mente es complicado, más si pasa lo que ahora: no saber si esto vuelve para atrás o si se cae alguna fecha. O, peor, si se para todo. No sé, pero creo que si vuelve a pasar eso nos morimos. No poder ejercer tu trabajo es una de las peores cosas que te pueden pasar… muy triste.

--¿Se campea mejor de a tres?

--Y, sí, porque en Riendas Libres somos familia, y todo se arregla de otra manera: hasta el problema más grande que pueda haber se resuelve a través del amor. Esto también lo estamos experimentando hoy, porque mi futuro es claramente más corto que el de Homero, y el de Martina, por edad y por fuerza, y entonces tenemos que ir viendo cómo florecemos, cómo nos abrimos, cómo nos juntamos. En mi caso, sueño con que esto sea un ámbito más amplio, con otras caras, otras disciplinas, otros actores, otras formas. Este es mi deseo.