Un capitán retirado del Ejército aseguró haber visto documentación del centro clandestino de detención Vesubio, escondida en la Enfermería del Regimiento de Infantería 3 de La Tablada: fichas “con antecedentes de personas con foto, agrupación, cargo” y “en la parte superior un sello que decía ‘final’”. Dijo que tomó algunas para llevárselas cuando fue sorprendido por personal de la fuerza, golpeado, secuestrado y amenazado de muerte “para que no dijera nunca nada”. Y nunca lo hizo, hasta ahora, casi 40 años después.
Omar Nicolás Barbieri tiene 68 años y vive mitad del año en la Ciudad de Buenos Aires, mitad en Asunción, Paraguay. Pidió la baja voluntaria del Ejército Argentino, en 1989. 38 años después de su retiro, 15 desde de que las leyes de impunidad dejaron de proteger a sus ex camaradas genocidas y tras décadas de reclamos sostenidos de organismos de derechos humanos y familiares de desaparecidos por saber qué fue de ellos, Barbieri decidió contar aquel hallazgo que, denuncia, le valió “el terror de no saber si seguiría vivo” y “el miedo permanente”. Nunca se acercó a la Justicia, aunque asegura que si lo “llaman a declarar” irá “sin dudarlo”.
La Enfermería: depósito clandestino
En 1983, Barbieri revistaba como teniente primero en el Regimiento de Infantería Mecanizado 3 “General Manuel Belgrano”, de La Tablada. Había llegado en diciembre del año anterior, trasladado desde el entonces Regimiento de Infantería 18, en San Javier, Misiones.
El 3 de septiembre de aquel año, mientras cumplía tareas como oficial de Servicio en el regimiento --la máxima autoridad en ausencia del jefe-- se encuentra con quien por entonces era médico del Regimiento, Pedro Kozendrewa. Barbieri relató a este diario:
“Cuando estaba desayunando ingresan al comedor el médico y su flamante esposa. En ese momento me dijo en voz baja: ‘tengo que hacer desocupar las salas de la Enfermería que dan a la calle principal porque van a traer documentos secretos. Escuché que son del LRD Vesubio’“.
En la jerga militar, “LRD significa “lugar de reunión de detenidos”.
Según el recuerdo del ex capitán, a las 21 de aquel día “ingresaron tres Ford Falcon y un camión de carga tipo mudanzas lleno de cajas”. En el operativo “estaban presentes el jefe de Regimiento teniente coronel Héctor Mario Giralda y el comandante de la Brigada General Alberto Ramón Schollaert, ambos vestidos de civil” entre otros que no pudo reconocer. Giralda permaneció en la fuerza hasta 2008, cuando la entonces ministra de Defensa Nilda Garré dispuso su pase a disponibilidad por estar presuntamente involucrado en actos de corrupción administrativa.
Schollaert fue imputado por el juez federal Daniel Rafecas, acusado del secuestro y la desaparición de 37 personas vinculadas al aparato de prensa del PRT-ERP en 1976 cuando era jefe del Regimiento de Infantería 6 de Mercedes, una guarnición conocida por Barbieri.
Esa madrugada, dice Barbieri, ingresó a la Enfermería. Por la tarde se había preocupado por “destrancar” un candado” que le valió, luego, la posibilidad de “entrar a una sala”.
“Viendo con mi linternita logré hacerme de varias hojas con antecedentes de personas con foto, agrupación, cargo y muchas cosas más, pero me sorprendió por que todas en su parte superior tenían un sello que decía ‘FINAL’, esas hojas llenaban un escritorio grande. En el otro escritorio estaban muchas carpetas ahí retiré un cuadernillo que decía PON Vesubio, yo sabía que eran procedimientos operativos normales”, contó.
Secuestro, interrogatorio y amenazas en el Regimiento
El ex militar aseguró que atinó a llevarse algunos documentos de ese archivo en su chaquetilla, pero fue descubierto. “Al salir de la oscuridad apareció el mayor Luis Alberto Sánchez, que era el oficial de Operaciones e Inteligencia del Regimiento, junto a cuatro personas de civil”, relató. “Me dijo que estaba arrestado por estar en un área prohibida y me pidió mi pistola, que yo ingenuamente le di. Me sacó la documentación. Seguidamente sentí que me tocaban la espalda y al darme vuelta recibí de lleno un fuerte golpe en la cara. Sánchez se había ido y en medio de la oscuridad recibí una golpiza tremenda, pese a que me resistí con violencia”, continuó. “Yo grité y nadie escuchó nada. Me parece extraño. Nadie estuvo conmigo, nadie me ayudó. Todos esos miserables me dejaron solo”, se quejó del resto de la tropa.
Lo siguiente que recuerda es que despertó “en una habitación atado en una silla esposado de manos y pies, con una capucha y cinta en la boca”. Denuncia ante este diario que fue interrogado y “torturado” por “varias personas”. “Querían saber quienes colaboraban conmigo y a quien me reportaba yo”, señaló.
Dijo que no reconoció el lugar en donde estaba, pero sí que al cabo de dos días, alguien se sentó al lado suyo y le quitó la capucha. “Era el coronel Justo Rojas Alcorta, 2do comandante de la Brigada, vestido de civil, me conmoví al ver la primera persona conocida”, detalló. Había hablado y estado bajo el mando de Rojas Alcorta durante su paso por el RI 6 de Mercedes: Yo lo conocí a Rojas Alcorta, al asesino Rojas Alcorta, al genocida Rojas Alcorta”, dice ahora Barbieri. Entonces, no obstante, le alegró verlo allí, de civil, junto a él.
“No me dejó hablar --retomó Barbieri--. Y me dijo: ‘Yo le acabo de salvar la vida, pero para salir de acá me tiene que prometer que se va a olvidar de todo lo que le pasó, de lo contrario ya no estará en peligro su vida sino la de su familia también’. Sacó un papel y me hizo firmar un documento de dos hojas que no pude leer nada. Luego se retiró, entraron cuatro personas de civil irreconocibles y una de ellas me puso una inyección intravenosa y me quedé dormido.”
Tras el desmayo, Barbieri dijo que se despertó “vestido de combate sin los borceguíes en mi cama del Casino de Oficiales” del Regimiento de Infantería Mecanizado 3. El médico Kozendrewa, que estaba en el cuarto, le preguntó cómo estaba y “muy al oído si había dicho algo sobre él y su esposa”. Barbieri le aseguró que no. Su ropa “ensangrentada”, dijo, se la llevó Giralda, quien lo fue a ver una vez más para “reiterar que debía olvidar todo”. “Me tuvieron más de cuarenta y cinco días incomunicado para que se borraran todos los hematomas y las heridas de los golpes recibidos”, advirtió.
Excusas
En el legajo del ex capitán figura que el 5 de septiembre de 1983 fue “arrestado” durante 40 días por “alterar las constancias de calificaciones de soldados conscriptos favoreciendo interesadamente al personal de tropa de su sección en perjuicio del resto de la unidad”.
“Todo eso es una mentira, una farsa”, se quejó el ex capitán ante este diario, y explicó: “El período de instrucción culmina en mayo, ¿cuatro meses se tomaron para castigarme por haber hecho supuestamente eso que dicen?”.
Según recordó el ex capitán, a fines de octubre de 1983 Giralda lo citó a su oficina. “Me devolvió mi sueldo y me dijo que me reincorporara”. El 30 de noviembre pidió el pase a Formosa. “No me pude reponer. Me habían robado mi dignidad como persona, mi querida profesión y el reloj seiko que me había regalado mí papá al recibirme en el Colegio Militar de la Nación”, culminó.
Yo provengo de una familia peronista y el 24 de marzo me dolió mucho”, aseguró.
--¿Por qué no se fue, entonces?
--Porque soy un cagón de mierda, porque no tenía protección, ni de qué vivir, y porque creí siempre que se iba a revertir. La esperanza la perdí en el ‘89.
--¿Por qué no contó esto antes?
--Porque no me animé. Mis hijos me convencieron. Espero que esto colabore a la enorme causa de los desaparecidos y que le llegue el mensaje a la oficialidad nueva para que sepa que aquello que ocurrió en el 76 fue una barbaridad.
“Se sabía lo que pasaba”
Casi toda la carrera militar de Barbieri tuvo lugar en dictadura. Egresó a fines de 1974 y su primer destino como subteniente fue el Regimiento de Infantería de Monte 29, en Formosa. Cuando Montoneros intentó tomarlo, en octubre de 1975, Barbieri estaba en el Casino de Oficiales. A fines de 1976 lo trasladan al RI 6 de Mercedes. “Me da la impresión que fue por algún comentario que habré hecho”, supuso. En Formosa lo despidió el teniente primero Silvano Pastor Barrios, que era su jefe: “Me dijo que tuviera cuidado con ‘esa gente que está haciendo operaciones no convencionales. Entendí a qué se refería”, aseguró. No dijo nada.
En Mercedes lo recibió Rojas Alcorta, raramente confianzudo. Le preguntó si lo recordaba, habían coincidido en el velatorio de Ricardo Massaferro, un subteniente que falleció durante el intento de copamiento del RIM 29. Barbieri no lo “junaba”. “Bueno, acá usted va a poder vengar a su amigo Massaferro”, dijo que le aseguró el entonces jefe de la guarnición 6. El ex capitán dijo que le respondió que él “no” tenía “nada que vengar”.
Allí, en ese mismo regimiento, cenó una noche con un teniente primero Alberto Francisco Bustos, quien le confesó que “había sido parte de una operación con la que no estaba de acuerdo”. Este hombre, según su recuerdo, le dijo que junto a “un grupo de oficiales y suboficiales” había “ingresado a una casa donde se reunía una columna de una organización terrorista y en un momento se produjo un tiroteo”. Evitó decir “secuestro”, pero sí dijo “terrorista” el ex capitán.
--¿No le ofrecieron a usted participar de esos operativos?
--No. Supongo que Rojas Alcorta ya sabía que diría que no.
Rojas Alcorta murió antes de poder ser juzgado.
De Mercedes fue trasladado al entonces Regimiento de Infantería de Monte 18 en San Javier, Misiones. “A modo de castigo, allí no había nada más que carpas, no había ni cuartel cuando llegué”, contó. Tuvo de jefes a Germán Cosme Conci, “un asesino serial según lo que contó que hizo en Córdoba, donde se jactaba de haber combatido la subversión a tiro limpio”; a Sergio San Martín y a Hugo Delmé, condenados por crímenes de lesa humanidad cometidos en Neuquén y Bahía Blanca.
Por comentarios de pasillo o anécdotas directamente compartidas por los protagonistas, Barbieri sabía qué ocurría en el país durante la última dictadura. “Se sabía, sabíamos que estaban operando de civil. Por orden de la superioridad, yendo de civil a detener gente”, aseguró. No abrió la boca hasta ahora. Y, por ahora, sigue sin abrirla ante la Justicia. Como él, muchísimos otros integrantes de la fuerza de ese tiempo deben guardar recuerdos --nombres, vivencias, historias-- que pueden llegar a ser útiles a las investigaciones judiciales, y a aportar, tal vez, piezas de rompecabezas que falta completar a las familias desaparecidos y sobrevivientes que sostienen la memoria, que aún esperan un retazo de Justicia y toda la verdad.