Desde Lima
Una versión local del fascista Jair Bolsonaro amenaza la democracia peruana. El empresario millonario Rafael López Aliaga ha irrumpido en la campaña electoral con un agresivo discurso de extrema derecha que se vincula estrechamente con el fanatismo religioso y se ha posicionado con posibilidades de pasar a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales del 11 de abril. En una campaña electoral en medio de la grave crisis sanitaria, social y económica por la pandemia del coronavirus, y con un alto desprestigio de la clase política por recurrentes denuncias de corrupción, lo que se refleja en un bajo apoyo a todos los postulantes a la presidencia, ha aparecido este personaje extremista para colarse peligrosamente entre los candidatos punteros.
A dos semanas de los comicios, una encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) publicada este domingo confirma la fragmentación de la votación entre los dieciocho candidatos y un alto nivel de indecisos, que bordea el 30 por ciento. En este sondeo, el primer lugar lo ocupa el excongresista Yonhy Lescano, con apenas 11,4 por ciento, candidato con un discurso de centroizquierda en lo económico, pero con posiciones conservadoras en temas sociales y de derechos. Segundo aparece el fascista López Aliaga, con 9,7 por ciento, en un empate técnico con la candidata de la izquierda, Verónika Mendoza, que tiene 9,6 por ciento. Poco más atrás en el grupo de los pequeños punteros, se ubican el economista de derecha Hernando de Soto (8,5 por ciento), el exfutbolista que alinea en la centroderecha George Forsyth (8,2 por ciento) y Keiko Fujimori (7,9 por ciento). En este escenario, el candidato ultraderechista no ha necesitado un apoyo masivo para meterse en la pelea por la presidencia.
Arrogante, con aires de patrón todopoderoso, intolerante, contradictorio, proclive al insulto y a la difamación contra sus críticos, recurrente en afirmaciones falsas, de discurso autoritario y antiderechos, López Aliaga, de 60 años, miembro del ultraconservador Opus Dei, ha construido su propuesta política desde el respaldo de los sectores más conservadores del catolicismo y de los evangélicos. Su principal fuerza está en Lima y en los sectores de mayores recursos económicos. Y entre los hombres, con un apoyo significativamente menor entre las mujeres, reflejo de sus propuestas profundamente machistas. El candidato de la ultraderecha peruana es conocido como “Porky”, por su parecido físico con el personaje de los dibujos animados. Un sobrenombre que él mismo promueve, convencido que esta identificación lo ayuda a promocionar su imagen.
En medio del desprestigio de la clase política, López Aliaga, candidato por Renovación Popular, ha ganado respaldo presentándose como ajeno a la política. “No soy político, soy un gerente”, repite con frecuencia, aunque no es nuevo en política, antes ha sido concejal por Lima. En su campaña hace alarde de su éxito económico como empresario. Con Keiko Fujimori sin poder sacudirse del descrédito por las acusaciones de corrupción en su contra y por el obstruccionismo que tuvo su mayoría parlamentaria, el radical “Porky” la ha rebasado por la derecha y le ha robado electores.
Este “Porky” es un fanático religioso que asegura que la izquierda “es diabólica” y que él la combatirá. Ve marxistas y comunistas en todas partes, al extremo que ha calificado al actual gobierno del centrista Francisco Sagasti y al anterior del centroderechista Martín Vizcarra de “comunistas”. En una actitud golpista, se ha pronunciado a favor de la destitución del presidente Sagasti. Mesiánico, dice que su candidatura a la presidencia “es un rol que he asumido por la Patria y por Dios”. Célibe desde los diecinueve años, ha confesado que utiliza cilicio y se autoflagela frecuentemente, y piensa en la Virgen María, de la que asegura estar enamorado, para alejar las tentaciones y mantenerse célibe.
Ha anunciado que un gobierno suyo terminaría con la educación sexual en los colegios. También rechaza la educación de igualdad de género y respeto a la diversidad, que, alineado con posturas ultraconservadoras como las del colectivo “Con mis hijos no te metas”, llama “ideología de género” y dice que “está homosexualizando a los niños”. “Vamos a exterminar la ideología de género, no se puede importar un modelo marxista de educación sexual”, ha amenazado.
Su candidata a la primera vicepresidencia –en el Perú hay dos vicepresidentes- Neldy Mendoza, que cuando habla parece sacada de lo más oscuro de la Edad Media, ha dicho que la única educación sexual aceptable es la abstinencia, asegura que tomar anticonceptivos es una invitación de las mujeres para que sean violadas y ha señalado que las mujeres que son golpeadas por sus parejas son las culpables de esa agresión por provocar esa actitud violenta en los hombres. Una de las más importantes candidatas al Congreso de Renovación Popular, Milagros Aguayo, predica que “Dios creó al hombre para ser el rey, ninguna mujer tiene el derecho de quitarle al hombre el lugar que Dios le dio”. Posturas delirantes como estas hay muchas en el partido del “Bolsonaro peruano”.
López Aliaga niega el derecho de las mujeres al aborto, incluso en casos de violación. “Si no quieren a ese hijo que lo den en adopción”, dice secamente. “Dejemos que la naturaleza funcione”, responde cuando le preguntan sobre los riesgos para la vida de una niña violada -un grave problema en el país- de continuar con un embarazo. Rechaza con el fervor del fanático el matrimonio igualitario. En su agrupación política se refieren a la homosexualidad como “un problema que hay que curar”.
En economía, el empresario apuesta todo a la inversión privada, a la que ofrece grandes facilidades. Habla contra los monopolios, pero ha hecho una fortuna con el control monopólico del muy rentable tren que une la ciudad andina de Cusco con las ruinas de Machu Picchu, principal atractivo turístico del país, monopolio que obtuvo durante la dictadura de Alberto Fujimori. Ofrece enfrentar la evasión tributaria, pero varias empresas suyas acumulan deudas tributarias equivalentes a unos ocho millones de dólares. Es investigado por lavado de activos en relación con el caso de los Panamá Papers. Anuncia que cerrará programas sociales, como el reparto de alimentos a escolares en situación de pobreza, y que esa tarea sería asumida por voluntarios privados.
Como Bolsonaro, rechaza las restricciones de movimiento y el uso de mascarillas para enfrentar la pandemia del coronavirus. En muchas de sus presentaciones no usa mascarilla, y cuando la lleva dice que lo hace “para que la prensa no me critique”. Pretende privatizar la vacunación para que empresarios puedan comprar y vender las vacunas en plena pandemia. “Los peruanos pueden pagar para vacunarse”, ha señalado para justificar su propuesta, desconociendo la dramática realidad económica de buena parte de la población y el efecto discriminador que tendría la privatización de las vacunas.
Este “Porky” no es un personaje simpático y gracioso, como el original, sino uno agresivo y un serio peligro para la democracia y las libertades.