Juan Antonio Pizzi, el director técnico de Racing, tomó nota de estos datos: en el profesionalismo el clásico se jugó 175 veces con 91 victorias de River, 41 de Racing y 44 empates. Si se suma el amateurismo son 200 partidos, con 95 triunfos de River, 54 de Racing y 51 empates. En los últimos 5 encuentros antes de este fueron todas victorias de River con 18 goles a favor y 1 en contra. Pero, por sobre todas las cosas, recordó el último enfrentamiento, el 0-5 de la final de la Recopa.
“Hoy no podemos perder”, debe haber pensado interpretando un antiguo canto de los hinchas y armó una estructura para llevarse un puntito del Monumental, mantenerse en los primeros puestos de la tabla y lavar un poco la goleada que lo hizo tambalear en su cargo de DT, antes de que se terminara de acomodar.
¿Les pesa a los jugadores la historia? Tal vez un poco, no demasiado. Pero seguro que sí llevan la carga de la derrota sobre las espaldas aquellos que estuvieron en el último cruce, el de la final. Los que repitieron son Arias, Fabricio Domínguez, Sigali, Novillo, Chancalay, Miranda y Copetti. Se sumaron Cáceres, Mena, Gutiérrez y Piatti. Todos con el mismo plan: aguantar, resistir y, si se puede, intentar algo en un contraataque o en una pelota parada. El dibujo táctico variaba de 4-5-1 a 5-4-1 y de a ratos 5-5 con Copetti también parado en línea para defender. El esquema se hizo claro desde el arranque con el propósito de cortar los circuitos de juego de River, no dejar que Enzo Perez filtre pases, doblar la marca sobre los laterales para que no influyan en el juego Vigo y Casco lanzados a posiciones ofensivas todo el tiempo, de a uno o de a dos.
Cuando fue expulsado Cáceres a los 13 minutos del segundo tiempo, a nadie le quedó dudas que la pelota iba a salir muy poco de la zona de ataque de River. “No pusieron un colectivo, metieron un barco como el del canal de Suez”, dijo nuestro compañero Ariel Greco como síntesis de lo ocurrido en la segunda mitad del encuentro. El reloj de los hinchas de Racing, conscientes de que si entraba una se caía todo, indicó que de esa segunda parte se jugaron como dos horas; para los de River, en cambio el tiempo pasó volando.
Por lógica y frente a esa trinchera rival había que tener paciencia, hacer circular la pelota y esperar el momento, pero a River le faltó velocidad de pase, imaginación y pimienta en el último tramo. Dominó, controló la pelota, asustó, pero casi no tuvo jugadas nítidas de gol. La mejor fue una de Fontana, apenas ingresó en lugar de Borré, que salvó Arias. Lo curioso es que en una jugada aislada también Racing pudo haberse llevado el premio de un triunfo con pinta de épico.
La diferencia entre aquel partido y este no puede discutirse, empezando por el resultado. Pero la realidad es que River aquella vez se encontró con un equipo en formación, con jugadores que casi no se conocían y que se derrumbaron a partir del segundo gol. Hasta el 1-0 todo había sido bastante parejo, pero cuando los de Gallardo capitalizaron dos errores defensivos en un ratito liquidaron la cuestión. ¿Fue una máquina River aquella vez y jugó mal esta? No. River fue práctico y contundente en aquella oportunidad, cuando se le abrieron todos los espacios y no resolvió del todo bien este domingo.
Los jugadores eran casi los mismos (Martínez, Angileri y Carrascal no estuvieron en el Monumental en el equipo inicial) y la idea se mantuvo firme. Tocar, jugar, buscar por diferentes vías, patear desde media distancia, tratar de capitalizar alguna pelota parada.
“Bien muchachos”, dijo Pizzi después de la pitada final, celebrando que no habían tenido errores, casi simultáneamente con un suspiro de alivio. Punto de oro para seguir en carrera. Gallardo en cambio puso cara de “debimos jugar más rápido, debimos ser más inteligentes para hacer valer el hombre de más, debimos manejar un poco más los espacios y debimos llegar al gol en una jugada en la que nos cobraron un off-side que no fue”. Racing se fue feliz de Núñez, un empate contra el padre River siempre vale doble. Y Pizzi festejará con champagne.