“Lo esencial es invisible a los ojos”. Por más que haya sido citada hasta la extenuación, esta frase del capítulo veintiuno de El principito, la obra más famosa del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, publicada en 1943, podría preludiar una operación que casi ninguna obra clásica de la literatura universal resiste: borrar el texto sin que la historia pierda legibilidad. El editor Javier Merás, a quien bien podría llamarse “el señor de los Principitos”, acaba de presentar un nuevo Principito sin palabras, solo con los dibujos del autor y los signos de puntuación. En la portada de esta nueva edición, hay una foto del escritor León Werth, “el mejor amigo que tengo en el mundo”, a quien Exupéry dedicó su libro más emblemático.

“Los lectores de El principito estamos habituados a encontrar ese homenaje a Léon Werth al comienzo del libro. No era la primera vez que el conde de Saint-Exupéry le dedicaba uno de sus libros. Algo mayor que su amigo, Werth era libertario, de origen judío y pacifista. Aseguran que formó parte de la resistencia en la Francia ocupada, y cuando se vio obligado, huyó con su esposa hasta el fin de la guerra a una aldea cerca de la frontera con Suiza”, cuenta Merás, editor empeñado en facilitar la producción de manuales en braille hechos en prisión, textos especulares, facsímiles miniatura y transcripciones para leer con el celular, creador en 2008 de la tienda virtual Los injunables.

“La tapa del texto borrado viene a ser la dedicatoria", precisa Merás a Página/12. "La edición no lleva hoja de respeto (hoja en blanco que se coloca al comienzo y al final del libro). Es como si fuera un Principito sin portada. Las marcas en morado que se ubican abajo del retrato en blanco y negro son sus despojos: restos tipográficos del pasaje en honor a su amigo. Solo por probar una tapa distinta. Tenemos un libro en plena expansión lingüística aún; es lo más peculiar. Van casi 500 variantes, entre idiomas, dialectos, códigos auxiliares y lenguas planificadas y siguen apareciendo Principitos en lenguas nuevas. Como si fuera una fábula de las de Italo Calvino. Pensé que sería una buena forma de ir cerrando el dique babélico de tantas voces para la misma obra”. El propio editor publicó 35 7746247486. Texto predictivo T9 para leer con el teléfono celular, El Principito Especular, El Principigasito, traducción al rosarigasino; Pirinsipi Wawa, traducción al aimara del peruano Roger Gonzalo Segura, y una versión en braille que editó dentro del penal de Ezeiza, entre otras.

Merás explica por qué, a diferencia de otras obras, se puede borrar el texto de El principito. “La iconografía provoca el mismo efecto de recogimiento que generaba el corazón de Jesús o el culto mariano en su momento. O la arquitectura barroca. No sucede con el Quijote ni con la Biblia, ni La Divina Comedia de Dante, ni Alicia en el País de las Maravillas, ni Pinocho u otro clásico. Uno puede asociar un señor bajito y gordo en burro acompañado de otro flaco y alto, a caballo, y un molino de fondo como lo ‘quijotesco’; las escuelas de ilustración fueron muchas y no siempre coinciden. Le Petit Prince nace con una estrategia, con los dibujos del autor. Coincide con el apogeo de Walt Disney y con la ciudad donde vio la luz, Nueva York”, plantea el editor.

“El procedimiento es pensarlo así, como libro ilustrado juvenil, y que te atrape, con las boas y los sombreros. El pedido del editor influyó para que tomara esa forma. El asteroide, los personajes flotando en el aire, las reminiscencias a las teorías del niño índigo, los super árboles, el desierto, el vaho cósmico. Ahora alimenta pasiones desmedidas, como lectura de iniciación y coleccionistas de idiomas. Lo tiene todo para acabar siendo una obra religiosa. Esa ventaja permite asediar el texto y eliminarlo. Y siempre será un Principito”, agrega Merás, que también publicó fragmentos de Don Quijote en quichua santiagueño: Don Quijotep Sancho Panzaan nisqasninkuna quichuapi Argentinamanta (2011).

El efecto buscado al borrar el texto es la mudez. “Como dice Belén Gache, productora de escrituras expandidas e hipertextuales en Madrid, el libro es una máquina. Ver algunas páginas en texto borrado, con los personajes del principito caminando por la orilla de la mudez, produce algo nuevo. Parece un error de imprenta. En un texto sin voz, nos queda el esqueleto. Riccardo Boglione desarrolló la idea, en algo que pertenece al movimiento de literatura conceptual, con el primer texto borrado de largo aliento, el Decamerón de Boccaccio, publicado en Montevideo en 2009. Ese fue el influjo para nuestro intento”, reconoce Merás.

El diseño editorial y la composición tipográfica con la fuente Alegreya de Huerta Tipográfica estuvo a cargo de Carolina Giovagnoli. “La particularidad de este texto es que las palabras son transparentes; no están borradas, están, ocupan un espacio, pero no se ven. O sí, se ve el blanco. El ritmo lo marcan las ilustraciones, como guía icónica del texto. Son ellas las que permiten que el libro sea legible”, revela Giovagnoli desde Berlín, donde vive esta diseñadora gráfica rosarina especializada en diseño editorial. “Las letras y la tipografía no es un elemento más del paisaje cotidiano; son mi forma de mirar el mundo, de conectarme con lo que me rodea”, subraya la cofundadora de Huerta Tipográfica, una fundidora digital establecida en 2010. Cuando llegó a la ciudad alemana donde reside desde 2017, se unió a un taller libre de imprenta y las gubias, el linol y la ferretería tipográfica llegaron a su vida como un nuevo sacudón. “Las letras son objetos que guardan la historia de quien las hace”, resume esta diseñadora que piensa la tipografía “como vehículo y herramienta de visibilización de idiomas y culturas”.

* Todos los Principitos se pueden comprar en la librería anticuaria Helena de Buenos Aires, Esmeralda 882.