Desde Azuay, Ecuador
Andrés Arauz es recibido en un pueblo pequeño de la provincia de Azuay, en la sierra. Las personas se acercan, toman fotos, lo abrazan, levantan el índice para indicar uno, es decir el número de su lista electoral, hay euforia. De fondo se ven las montañas verde lluvia, el final de otro día maratónico de campaña que lleva al candidato de la revolución ciudadana a través de ciudades, pueblos, reuniones, y entrevistas.
Quedan ya menos de dos semanas para el ballottage del 11 de abril, la línea final donde, se sabe, pueden definirse porcentajes electorales decisivos, en particular en una contienda donde el voto nulo ronda el 25%. Arauz, quien lidera los sondeos, enfrenta a Guillermo Lasso, el candidato banquero, así conocido por su pasado como presidente del banco de Guayaquil, uno de los principales en el país.
La dinámica de campaña es incesante, tanto en las diferentes provincias, como, a su vez, en uno de los territorios centrales para cualquier campaña actualmente: las redes sociales, tanto Twitter, como Facebook, Instagram, Tik Tok, Youtube, y Google para anuncios que aparecen en páginas o aplicaciones. Es allí donde se juega una de las claves, la posibilidad de llegar a diferentes públicos, romper los círculos propios, diseñar mensajes particularizados con precisión de big data.
Ese terreno es central para cada candidato, en particular para Lasso, debido a la necesidad que tiene de construirse una identidad distinta a la que ha sido durante sus más de veinte años de vida política y económica, dos esferas profundamente imbricadas en su caso. Lasso debe aparecer como cercano a pueblos indígenas, a las mujeres, a la juventud, preocupado por las mayorías sociales, los trabajadores, el ambiente, empático, en lo que conforma una operación de simulación/engaño que recuerda a la realizada por Mauricio Macri en su campaña electoral. No es casualidad que el asesor de ambos sea la misma persona: Jaime Durán Barba.
El objetivo de la operación mediática es construir un candidato con un proyecto diferente al que encabeza, y, a su vez, borrar tanto su pasado como su presente. Acerca de lo primero, se busca presentarlo como inocente en la principal crisis que vivió el país, en 1999, conocida como el feriado bancario, cuando miles de ecuatorianos tuvieron que emigrar del país mientras la banca acumulaba fortunas, como el banco de Guayaquil, que pasó de un patrimonio de 54 millones de dólares en 1998 a 75 millones en el 2002, según los datos de la superintendencia de bancos.
Acerca de lo segundo, su campaña política busca presentarlo como ajeno al actual gobierno de Lenín Moreno, y esconder la repetición de lo ocurrido en 1999: su enriquecimiento personal en un momento de crisis nacional. En efecto, según el servicio de rentas internas, sus ingresos en el 2020 fueron de 6,4 millones de dólares, mayores al 2019 con 2 millones, al 2018 con 2,3 millones o al 2017, con 4,3 millones. Durante esos años, en simultáneo, fueron despedidos 130 mil trabajadores del Estado y 600 mil en el ámbito privado.
Pero Lasso no solamente aumentó en millones su patrimonio, sino que, además, fue y sigue siendo parte del diseño de las políticas del gobierno de Moreno. Esto es particularmente notorio en el actual intento de privatizar el Banco Central del Ecuador (BCE) que impulsa Moreno a través de la denominada Ley de Defensa de la Dolarización, un proyecto que busca autonomizar al BCE del poder ejecutivo, y ponerlo en mano de sectores privados, un intento que proviene desde la década del 90.
El proyecto de Ley, que ya había sido rechazada dos veces por el Consejo de Administración Legislativa de la Asamblea Nacional, fue aceptado este lunes, para ser tratado en el seno del poder legislativo de forma urgente. El intento de Moreno/la banca es una de las últimas maniobras económicas fuertes antes de dejar el gobierno el 24 de mayo, que, en caso de resultar, dejaría al próximo ejecutivo en una situación de aún mayor fragilidad y manos atadas. No es la única, también busca, por ejemplo, concretar la privatización de la refinería de Esmeraldas antes de abandonar el palacio presidencial de Carondelet.
Ese programa de gobierno es el que encabeza tras bastidores el sector bancario, es decir el de Lasso, ahora transformado en candidato con poncho y pinturas amazónicas. Su campaña, tanto la pública como la sucia, cuenta, al igual que en la primera vuelta, un fuerte financiamiento que, según Arauz proviene de vías ilegales: “ese despliegue enorme con vayas, publicidad en las radios, una campaña de redes con trolls ubicando en diferentes países del mundo (…) es pagado con recursos de depositantes del banco de Guayaquil”, por lo cual realizó una denuncia penal por delito de peculado bancario.
Se espera que las menos de dos semanas restantes puedan verse atravesadas por diferentes operaciones de difamación y campaña sucia contra Arauz, al igual que la preparación vía encuestadoras -en particular Cedatos, de Lasso- del terreno para la jornada de votación, en una acción similar a la de las presidenciales del 2017. En aquella oportunidad la maniobra consistió en instalar con anticipación una victoria de Lasso, y anunciarlo como ganador tempranamente el día de la elección a través de diferentes canales, como Ecuavisa, para crear el engaño de su victoria seguido de la denuncia de fraude.
Esa vertiginosidad en ámbitos de campaña y actividades no parece, sin embargo, tener un correlato en la sociedad. Quito, así como Cuenca -capital de Azuay- no ofrecen la imagen de un país en campaña, y las conversaciones diarias tampoco dan cuenta de pasiones electorales. Esa baja expectativa política parece ser otro de los legados de Moreno, quien pasará a las páginas de la historia como un caso modelo de traición política.