“Éramos dos sobrevivientes recién salidos del infierno de los quirófanos y el cáncer -ella sin pelo, yo sin voz- y nos abrazamos aliviados”. Santiago Lange, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 junto a Cecilia Carranza, había superado el cáncer de pulmón un año antes. Paralelamente, su hermana Inés padeció la misma enfermedad, pero de mamas. 16 quimioterapias ella, vueltas y vueltas hasta aceptar la operación en el caso de él. En 2015 se juntaron para abrazarse en una estación de servicio en Buenos Aires. Ella se iba para Italia y él estaba con un pie en Río. La descripción de ese momento es una de las partes emotivas en el libro Viento: La travesía de mi vida, para el que el deportista de 59 años le contó su vida al periodista Nicolás Cassese.
Casi 300 páginas de detalles íntimos y deportivos. Un año después de aquel abrazo con su hermana, y recuperado, conquistó la medalla dorada junto a Carranza en la categoría Nacra 17. Tenía 54 años y una gran experiencia olímpica previa. Dos medallas de bronce junto a Carlos Espínola en los Juegos de Atenas 2004 y Pekín 2008. Además había participado en Seúl 1988, Atlanta 1996 y Sídney 2000. “La medalla de oro de Río representa la conquista de un sueño que perseguí durante mucho tiempo”, recuerda. “Ese podio olímpico no sólo marca el punto más alto de mi carrera, sino que está ligado a las elecciones más importantes de mi vida”. El deporte, se sacará como conclusión de la lectura, le costó un matrimonio, otras parejas y alejarse de sus hijos. Pero también le dio la posibilidad de recorrer el mundo y hacer amigos en todos los puertos visitados. “Sé que las decisiones que tomé afectaron mis relaciones. Hubo épocas en que pasaba nueve meses por año viajando por el mundo, compitiendo. Entiendo lo difícil que resulta mantener una pareja con ese ritmo. Hace tiempo que estoy solo. No es algo que haya buscado”.
Viento parece a la vez un intento por descubrir quién fue ese padre severo al que le dedica casi la mitad del libro y al que volverá a mencionar de manera persistente. De hecho, el primer capítulo en el que lo referencia se titula Disciplina en casa, libertad en el río: “En el agua, donde siempre pasé las mejores horas de mi vida”, aclara. Enrique Jorge Lange era obsesivo por el orden. Cada noche ordenaba a sus hijos que dejen los armarios limpios y la ropa preparada para el día siguiente. Solía darse una vuelta para confirmar el cumplimiento de su orden. “Alguna vez tiró el contenido de los roperos al piso y nos obligó a acomodar todo de nuevo”. Cuando Enrique Lange llegaba de trabajar debían estar todos dispuestos a cenar en una mesa “ordenadamente perfecta”. Antes de comer les revisaba la limpieza del pelo y las manos. Dormía siestas y no estaba permitido jugar en el jardín de la casa para no molestarlo con ruidos. Imponía formas de vestir: camisa dentro del pantalón, pelo corto y mocasines. Los amigos de Santiago y de sus hermanos le temían, recuerda el regatista. “Jamás nos gritó ni apeló al castigo físico, se imponía con su mirada y sus formas castrenses”.
Enrique Lange era un liberal de la Marina y antiperonista. Fue suplente en vela del equipo argentino de los Olímpicos de Helsinki, en 1952. Nunca habló con su hijo Santiago sobre aquella experiencia. “Tampoco llegué a hablar de tantas otras cosas”, suelta Lange. “No me buscaba ni se preocupaba por saber en qué andaba”. “Pero me enseñó a ser responsable, comprometido y respetuoso”. Sin embargo, recuerdan en la familia, Santiago era el preferido entre sus hijos. Tal vez porque ambos amaban la navegación.
En los '70, Enrique Lange solía tener fuertes discusiones con otro de sus hijos, Martín, rugbier del SIC y voluntario social. “Mi hermano le cuestionaba su condición de marino y gerente de una empresa multinacional, dos instituciones a las que consideraba garantes de un sistema injusto que oprimía a los pobres”, cuenta Santiago Lange. Uno de los mejores amigos de Martín, Alejandro Sackman, desapareció en dictadura. En esos mismos años, Enrique Lange -directivo de Renault- había sufrido un atentado. Iba armado y con custodia. Dos policías que cuidaban su casa fueron baleados el 13 de mayo de 1976.
A principios de los '80 Santiago se fue a estudiar a Inglaterra. Tenía 19 años y soñaba con navegar. Pero las noches en Southampton, donde vivía, se le habían vuelto peligrosas por ser argentino en plena Guerra de Malvinas. Un cáncer acabó con la vida de su padre. Pero a Santiago Lange el recuerdo siempre le pesó: “Necesitaba la aprobación de mi padre”, insiste. Y le dedicaba sus primeros triunfos deportivos. Le llamaban “el alemán Lange”: “Un homenaje a mi padre”. También pensó en él cuando ganó su primera medalla olímpica.
Lo que siguió fue asentarse en su carrera deportiva entre problemas de dinero y con la dirigencia del deporte argentino. Empezó a competir con Camau Espínola e hicieron una dupla de primer nivel. El poco tiempo que pasaba en Buenos Aires, y ya divorciado, lo compartía con sus hijos en un barco que funcionaba de hogar. Pudo haber sido político pero prefirió seguir navegando. El tiempo le dio la razón.
Tanto que, ya veterano para el común del deporte, se puso como meta los Juegos de Río. Entrenadores y amigos le daban ánimo de sobra: “Me decían que era ridículo volver al olimpismo a esta altura de mi vida”. Pero siguió. Su pasión por el deporte no se terminaba pese a la edad. Incluso compitió en Europa con Carranza y con dos de sus hijos. “Una mujer de 27 años, dos jóvenes de 19 y 26, y yo, con mis 52”, ironiza en Viento.
“Siempre me gustó analizar las victorias con el mismo rigor que las derrotas. Si uno no se deja marear por el resultado, el éxito puede dejar enseñanzas valiosas”, le dice a Cassese. Entre esos triunfos, cuenta el que consiguió ante el cáncer.
“Todo se registra pero jamás se hace balance. Y ahora llega la obligación del balance”, le escribió Franz Kafka a Hermann Kafka, su padre. Se lee en su duro y clásico Carta al padre. Algo de eso hay en Viento.