La teoría económica y la política económica están íntimamente ligadas, dado que la primera da sustento a la segunda. El FMI utiliza el Global Integrated Monetary and Fiscal Model (GIMF), su modelo de la economía mundial, para analizar el impacto de la política económica en los distintos países. Conocer el marco teórico en el que se basa y los supuestos que realiza es fundamental para comprender de dónde surgen sus recomendaciones de política.

El marco 

El FMI fue modificando sus modelos de la economía mundial de la mano del desarrollo de la teoría económica. Durante las décadas del '60 y '70 los modelos macroeconómicos se elaboraron a partir del concepto de demanda efectiva keynesiano.

En los '70, las elevadas tasas de inflación socavaron la idea de que la actividad económica puede crecer de manera permanente a partir de la implementación de una política fiscal y monetaria expansiva. Como respuesta el marco teórico hegemónico fue derivando hacia la microfundamentación y las expectativas racionales de los agentes. 

Según esta visión, el comportamiento colectivo de la sociedad se puede derivar del comportamiento individual, que es impulsado por el interés propio. Los agentes reconocen su fin y los medios para alcanzarlo. Los hogares, por ejemplo, maximizan su bienestar (eligiendo cuánto tiempo desean trabajar y cuánto dedicar al ocio, o en qué gastar su ingreso) y las empresas maximizan sus ganancias.

De la interacción de los distintos agentes surge un equilibrio general, en el cual la economía se encuentra en pleno empleo. Si existe desempleo se debe a distorsiones y rigideces que impiden que el mercado retorne al equilibrio (impuestos, leyes de salarios mínimos y anti-despidos). 

O sea, la intervención del Estado debe ser mínima, limitarse a casos puntuales porque la economía por sí sola tiende a su producto potencial. 

Esto deriva en modelos profit-led, es decir que cuanto mayor sea la proporción del ingreso que acaparen los empresarios, mayor será la inversión y el crecimiento económico. La idea de que la oferta tracciona a la economía es el fundamento de la “teoría del derrame”. Las políticas que incentivan la demanda no tienen ningún impacto real en el largo plazo.

Estas ideas se integraron en los modelos de equilibrio general dinámico estocástico (EGDE), que son los que dominan la academia ortodoxa en la actualidad. Estos modelos incluyen la posibilidad de que exista incertidumbre sobre el futuro, por eso son estocásticos. Por lo demás, siguen siendo modelos microfundados, con agentes racionales representativos, profit-led y que ajustan por sí solos al equilibrio de largo plazo, en el que existe pleno empleo.

Críticas

La dificultad de los modelos tradicionales para explicar la crisis financiera internacional de 2008 y la falta de relación entre sus predicciones y la realidad obligó a revisar la estructura de la modelización. El desplome de la producción y el aumento del desempleo difícilmente se puedan explicar por el cambio de preferencias en los trabajadores, que decidieron dedicarle más tiempo al ocio, o a rigideces que dificultaron la conexión entre trabajadores y empleadores.

Las críticas a estos modelos llegaron desde todos los flancos. Olivier Blanchard, quien fue economista jefe del FMI, reconoció que los modelos EGDE no eran los mejores y que era necesario recuperar ideas que habían sido abandonadas. Willem Buiter, exmiembro del Comité de Política Monetaria del Banco de Inglaterra, manifestó que este tipo de modelos no ofrece pistas sobre cómo funciona la economía y mucho menos en tiempos de estrés financiero e inestabilidad. 

El propio Robert Solow, a quien algunos consideran el padre de los modelos EGDE por sus famosos modelos de crecimiento de los años '50, dijo que la microfundamentación de los EGDE es “microeconomía tonta y retonta” (dumb and dumber macroeconomics). Paul Krugman, por su parte, ha afirmado en distintas ocasiones que el viejo modelo IS-LM de la síntesis neoclásico keynesiana es más potente para explicar la realidad que los modernos modelos microfundados y con expectativas racionales. 

En relación a los supuestos irreales y a la enorme cantidad de ecuaciones altamente formalizadas de los EGDE, numerosos economistas han dicho que es mejor estar aproximadamente acertado que precisamente equivocado.

Fricciones

En este contexto, resurgieron muchas ideas heterodoxas, algunas de larga data: la hipótesis de inestabilidad financiera de Hyman Minsky, los modelos kaldorianos de crecimiento y desigualdad, la importancia de la política contra cíclica y la regulación del Estado.

Sin embargo, el FMI continuó basándose en la microfundamentación y la existencia de agentes racionales. El Global Integrated Monetary and Fiscal Model (GIMF), que dio a conocer el FMI en 2013, introdujo una serie de fricciones y supuestos ad-hoc que buscan darle mayor conexión con la realidad (concentración económica, precios y salarios pegajosos, costos de ajuste en las variables reales, hogares con vidas finitas que no ahorran y no tienen acceso al crédito). 

Pero, como dijo el propio Solow, la incorporación de fricciones no hace a este tipo de modelos más realistas. En los hechos continúa siendo un modelo microfundado y que arrastra la mayoría de los problemas de los modelos precedentes del FMI.

Más allá del marco teórico del GIMF, y pese a la incorporación de ciertas rigideces y fricciones, el modelo tiene una serie de supuestos que no se ajustan a la realidad, especialmente de economías periféricas.

Distribución del ingreso

El FMI le da poca importancia a la distribución del ingreso. En el GIMF los trabajadores son dueños de las empresas, por lo que su ingreso se compone de salarios y ganancias. Bajo este supuesto los cambios en la distribución funcional del ingreso no tienen ningún efecto sobre el consumo y la demanda agregada, porque en definitiva el ingreso de los hogares no varía (solo cambia su composición).

Una de las fricciones que incorporó el GIMF para hacer más realista el modelo es la existencia de dos tipos de hogares distintos. Los hogares OLG (por sus siglas en inglés) tienen capacidad de ahorro y acceso al crédito, mientras que los hogares LIQ consumen todo su ingreso y no tienen acceso al crédito. 

Sin embargo, el sesgo profit-led del modelo le quita potencia a este supuesto porque la conclusión es que independientemente del momento del ciclo económico en el que se encuentre la economía una política de distribución de la riqueza a favor de los hogares con menor capacidad de ahorro es perjudicial porque tiene un impacto negativo sobre la inversión.

Por otro lado, la producción aumenta tanto por un aumento en la competencia de las empresas como de los trabajadores, aunque el efecto inicial sobre el salario real es el opuesto. En el primer caso, éste aumenta producto de la caída en el precio de los bienes y en el segundo cae por la mayor oferta de trabajo y la reducción del salario nominal.

En realidad, el aumento de la oferta de trabajo no garantiza inmediatamente una mayor demanda del mismo, por más que bajen los salarios. Si la economía no tiene una demanda efectiva que permita vender la nueva producción, los empresarios difícilmente decidan invertir y contratar más trabajadores. Particularmente en situaciones de crisis y alta capacidad instalada ociosa la flexibilización laboral no suele ser la mejor manera de reactivar la economía.

Este punto no es menor si se tiene en cuenta que las recomendaciones/imposiciones de política económica del FMI en general se realizan sobre economías periféricas en momentos de crisis: Argentina en 2001-2002, Grecia en 2009 y la Argentina nuevamente en 2018 son algunos de los ejemplos más salientes.

Sistema financiero

La modelización del sistema financiero del GIMF es muy simple. A pesar de haber sido elaborado luego de la crisis financiera internacional de 2008, realiza algunos supuestos inverosímiles

La deuda pública es solo poseída por agentes del propio país, denominada en moneda doméstica y con vencimiento en un período. El único activo que se puede transar internacionalmente son los bonos denominados en dólares emitidos por el gobierno de los Estados Unidos.

En el mundo financieramente globalizado de la actualidad, la deuda soberana de los países es muchas veces en moneda extranjera y los tenedores son no residentes. Incluso muchas veces la legislación de la deuda es extranjera. Estas diferencias no son menores. 

El endeudamiento en una moneda que el país no es capaz de emitir puede generar profundos problemas, especialmente ante depreciaciones de su moneda. De la misma manera el hecho de que los acreedores sean no residentes (especialmente cuando son organismos multilaterales como el propio FMI) y la legislación de la deuda sea extranjera ha repercutido en un deterioro de la soberanía de los países, que en distintas ocasiones terminaron acatando políticas públicas impuestas por intereses foráneos. 

La Argentina ha sufrido históricamente este problema, que dio lugar a severas crisis de balanza de pagos, en los '80, principios del 2000 y más recientemente con el retorno al FMI en 2018.

El GIMF también asume que las empresas son propiedad de cada país, hecho que poco refleja la situación de los países periféricos en general, y de la Argentina en particular. 

La estructura productiva argentina no solo está muy concentrada, sino fuertemente extranjerizada, especialmente en la cúpula empresaria, es decir en las empresas de mayor tamaño. Esto genera distintos problemas, entre los cuales la profundización de la restricción externa (por la remisión de utilidades y la formación de activos externos y otros mecanismos de fuga de capitales) es uno de los principales.

Inflación y tasa de interés

El GIMF asume que los países tienen un régimen de metas de inflación. Cuando la inflación se encuentra por encima (debajo) de la meta fijada por el Banco Central, éste aumenta (reduce) la tasa de interés, por lo que caen (crecen) la inversión, el consumo y la producción, y la inflación retorna al valor fijado como meta.

Esta regla de política monetaria tiene una relevancia central en los ajustes del modelo porque significa que toda política que lleve a la inflación por debajo de la meta de la autoridad monetaria de manera permanente es expansiva en el largo plazo porque gatilla una reducción de la tasa de interés que impulsa el consumo y la inversión. Esto genera un sesgo a implementar políticas contractivas que reduzcan la inflación en el corto plazo, para alcanzar un equilibrio de largo plazo con una tasa de interés real menor y un consumo, inversión y PIB mayor.

Además, el impacto de los distintos shocks sobre la inflación es clave, porque determina indirectamente la tasa de interés y el PIB de la economía. Sin embargo, el impacto de algunos shocks sobre el nivel de precios que predice el GIMF no parecerían tener conexión con la realidad, especialmente de economías periféricas, porque la causa de la inflación según el modelo es el exceso de demanda.

Así, por ejemplo, el GIMF pronostica que una reducción de impuestos (ya sea a las empresas, a los trabajadores, al consumo o incluso los aranceles a las importaciones) es inflacionario porque estimula la actividad. El aumento en la prima de riesgo de la deuda soberana, en cambio, reduce la inflación porque genera una caída de la actividad, pese a que el tipo de cambio se deprecia. 

En la Argentina, si la percepción de riesgo aumenta, la salida de capitales crece y el peso se deprecia es esperable que la inflación aumente (no que baje), por más recesión que genere. Asimismo, si la presión cambiaria aumenta es esperable que la autoridad monetaria aumente la tasa de interés (y no que la baje), procurando morigerar la salida de capitales. Los efectos inflacionarios, regresivos y recesivos de las devaluaciones en la periferia, y particularmente en la Argentina, han sido largamente estudiados, pero aparentemente todavía no han sido incorporados a los modelos del FMI.

En base a la regla de política monetaria y a las causas de la inflación que asume el GIMF se desprenden recomendaciones de política controvertidas. Por ejemplo, una reducción permanente del gasto público (ya sea en bienes de consumo, de capital o en transferencias directas a los hogares) tiene efectos expansivos en el largo plazo, pero también los tiene un aumento permanente de los impuestos (ya sea a las empresas, a los trabajadores o al consumo).

Teoría y realidad

En definitiva, las recomendaciones no cambian de lo que históricamente pensó el FMI: hay que liberalizar el mercado (de bienes, laboral, comercial), reducir el gasto público todo lo que sea posible y utilizar la política económica sólo en casos puntuales y con reglas mecánicas y preestablecidas.

El FMI ya sabe cuáles quieren que sean las conclusiones de sus modelos y los construye en consecuencia. El problema es que las predicciones de sus modelos pocas veces se ajustan a la realidad. Como marcaron Tamim Bayoumi y Francis Vitek, reconocidos economistas del FMI en 2013: “nuevamente hay que elegir entre la rectitud teórica y la precisión empírica”.

Este punto es verdaderamente sugerente. La teoría no debería entrar en contradicción con los hechos. Por el contrario, debería ayudar a comprender la realidad y dar herramientas para operar sobre la misma de forma más potente y precisa.

Si hay una puja entre la rigurosidad teórica y la capacidad explicativa del modelo significa que esa teoría (al menos en este caso) no es útil para explicar la realidad. La inercia institucional y los costos de reconocer que los modelos en los que se basan son poco útiles para explicar la realidad, llevan al FMI a incluir fricciones y supuestos ad hoc de manera permanente para intentar salvar la teoría que les da sustento. 

Siempre hay una excusa para justificar que si la realidad no fue como predijeron, lo que falló fue la realidad y no su predicción.  

* Economista Cenes-Conicet.  @pgaite5