A Hilda Cabrera la recuerdo leyendo y subrayando los libros de las obras de teatro que iba a criticar. Y no es que Hilda no conociera ya, en muchos casos, las dramaturgias, los argumentos o las puestas anteriores de esos libretos que leía. Pero ella se preocupaba por conseguirlos, y ponerlos en relación cada vez. Así de respetuosa y dedicada era con lo que hacía, y sobre todo con las personas a las que involucraba eso que hacía. Los y las lectores, por empezar. Pero también todo ese complejo y extenso entramado que configura el mundo del teatro, y del que Hilda formaba parte con tanto de amor como de respeto por el laburo, propio y ajeno.
Ninguna palabra halagüeña salía de más de la pluma de Hilda. Cuando las había, eran exquisitas invitaciones a ir de la mano con ella a eso que la había asombrado o comovido, hechas desde una erudición que nunca pasaba por exhibición. Una aprendía leyendo las críticas de Hilda Cabrera, y eso es algo que se agradece, en toda circunstancia.
Recuerdo sin embargo que una vez fui a cubrir un premio que le dieron, se llamaba "Al maestro con cariño" y el galardón era una manzanita. Yo estaba oronda haciendo bulla por la premiación, pero a ella no parecía cerrarle del todo, me bajaba el entusiasmo: ¡Dejate de jorobar, no me gusta esto de maestra!", me decía con la sonrisa pícara y el brillo inquieto en los ojos con los que tan bien la recuerda en su nota Eduardo Fabregat. Se emocionaba, sí, con el recuerdo de su esposo Julio Nudler, a quien también habían premiado, con el cariño de sus nietos y de su hijo Darío, que esa tarde fueron parte de la hinchada.
No lo entendí entonces, pero estoy segura ahora: A Hilda le parecía que el trabajo bien hecho era lo que había que hacer y punto, nada para andar alardeando, como no alardeaba ella de todo lo que sabía en sus notas.
Las charlas ahora remotas con los compañeros y compañeras del diario van completando ese perfil de la Hilda a la que todos y todas quisimos y respetamos. "Yo me sentaba al lado de ella. Le consultaba todo lo que ahora gugleo, y ella simplemente lo sabía", dice Fernando D'Addario. Adrián Pérez recuerda lo considerada que era con les fotógrafes, el tiempo que se tomaba para explicar cada detalle de cada foto que pedía. Otras anécdotas impublicables se suman, siempre con Hilda como alguien que se destacaba a fuerza de hacer y saber, con sus modos tan dulces y un humor que acortaba distancias generacionales.
Nos da cierta sensación de fin de época; o más bien de comprobación de un fin de época que ya ocurrió hace un tiempo, entre inéditas velocidades y múltiples derivas del oficio. Porque en Hilda Cabrera nos miramos en lo mejor a lo que todavía apostamos. Así que, con tu permiso Hilda, nos vas a tener que dejar despedirte como a una maestra.