Ver la película de un amigo con la sangre hirviendo... El periodista pregunta a Marguerite Duras sobre sus amistades, si es que entre sus amistades hay escritores y de ser así, si intercambian manuscritos buscando devoluciones, ayuda o simplemente una primera lectura. Ella responde que sí, que naturalmente. El periodista va más allá y pregunta si le ha pasado de leer el escrito de algún amigo que no le gustó. Ella responde sin vacilar que no sabe cómo explicarlo, pero que, si algún amigo le diera a leer un texto que a ella le pareciera malo, ese no sería su amigo…
Son las seis de la tarde y en la entrada del Gaumont se reúne gente ansiosa por el estreno. “Hace tanto que no venía al cine que voy a llorar”, escucho decir a una chica que se saluda chocando los nudillos con otra. La alegría es mucha y las sonrisas parecen desplazarse desde la pared del barbijo a los ojos, al volumen de la voz, para evidenciar la alegría del reencuentro entre amigos que hace mucho tiempo no se ven. Los barbijos no ocultan este estado de gracia. Diez años pasaron de aquel estreno de Mía, de Javier Van de Couter, el melodrama travesti más entrañable y llorador en la historia del cine argentino. En el mismo cine y en la misma sala. Diez años desde esa Marcha del Orgullo donde las travestis que actuamos en la película, desfilamos llevando un carro de cartoneros por Avenida de Mayo junto al Suplemento SOY, que ya entonces se ataviaba con rubíes y lentejuelas travestis. Hoy, Javier estrena en el Bafici su segunda película, Implosión que se quedará con el Gran Premio de la Sección Argentina en el Festival.
Voy con dos amigos, Guadalupe y Hervé. Tengo el privilegio de asistir como una duquesa porque soy jurado de la Sección Americana del Bafici. Pero es difícil conseguir entradas, se agotaron a los pocos minutos de salir las reservas. Llevamos un regalo para Javier: La Materia de este mundo, de Sharon Olds y un libro de fotografías de Mario Testino, con desnudos que en la librería nos hicieron gritar de júbilo mientras chusmeábamos las páginas.
En ese pequeño mundo de gente, Javier Van de Couter está junto a los protagonistas, Pablo Saldías y Rodrigo Torres. Yo conozco ese modo de acompañar. Es esa misma compañía que yo sentí hace diez años en el estreno de Mía. Entonces era yo la que recibía una alianza entre las manos, un pequeño hijo que nos mantiene unidos. Ahora me toca un rol más amable. El de mirar. Más tarde llegan Julieta Zapiola y Nina Vera Suárez Bléfari, las actrices jovencísimas del film que nos sacarán más de una carcajada en la proyección. No es momento de darle a Javier su regalo. Ahora es la tarde de su estreno y estamos en una fiesta: el cine sigue andando, ir al cine es seguro y quienes estamos allí, convocados por el Bafici, tratamos de cuidarnos los unos a los otros.
SUCEDIO EN CARMEN DE PATAGONES
Había olvidado algo también: Javier es de Carmen de Patagones. El día que lo conocí me lo contó orgulloso. Soy maragato, me dijo. Javier es un provinciano que estrena una película sobre algo terrible que sucedió en su pueblo. Y recuerdo sus dudas, el temblor cada vez que hablaba sobre Implosión en las charlas por teléfono. Un chico del sur con un currículum que deja mudo a más de uno. Desde Mía, su primer largometraje Javier trabajó guionando entre otras series, Historia Clínica, La Celebración -que además lo tuvo como director y fue nominada al Emmy-, e Historia de un Clan –por la que ganó el Martín Fierro a mejor autor libretista en 2015. Dirigió El Bello Indiferente en el Centro Cultural San Martín y a la par de toooodo ese trabajo, ocupó su pensamiento en la historia de Implosión, que tiene como raíz, la tragedia de Carmen de Patagones, su pueblo, ocurrida el 28 de septiembre del 2004, cuando un estudiante de 15 años disparó sobre sus compañeros de aula matando a tres e hiriendo a cinco adolescentes. Filmar esta película le llevó cuatro años. La paciencia, ese don invaluable, finalmente encuentra su justicia.
El protocolo es estricto. En la entrada un robot nos toma la temperatura tan solo con pararnos en frente. Los guardias nos sanitizan las manos con alcohol y entramos a la sala donde nos ubican con el debido distanciamiento y nos recuerdan no quitarnos el barbijo en ningún momento. El Gaumont está lleno del modo que puede estarlo en pandemia y a pesar del fantasma de lo insoportable que puede ser mirar toda una película con barbijo, lo cierto es que la estamos pasando bien. Nos saludamos como en una cancha, a los gritos, agitando las manos, preguntando el cómo estás y el qué tal te ha ido como adolescentes reencontrándose en la escuela después de las vacaciones de verano.
Unas palabras del director antes de la proyección. Javier dirá que hacer esta película lo reencontró con su pueblo, aunque conociéndolo un poquito es difícil creer que un hombre de mar se aleje de la playa que lo vio nacer. Comienza el viaje ¿Hay duende en la sala? Me pregunto. Hay duende en la sala, me respondo. Las únicas imágenes documentales de la película están llevadas al rojo, testimonios de los protagonistas al poco tiempo de la tragedia. Algo muy breve y preciso que nos ubica de golpe en la tragedia de Carmen de Patagones, cuando en el 2004 supimos de ese adolescente que disparó a sus compañeros de aula.
Y luego, la ficción por completo. Aquí no veremos la reconstrucción del hecho ni la pesquisa alrededor de un por qué, de un quién tiene la culpa, la configuración de un perfil, la respuesta tirada a la manchancha sobre cómo es que un adolescente se convierte en un asesino de la noche a la mañana. Aquí veremos a dos sobrevivientes que intentan reescribir un trauma. Ha pasado mucha agua bajo el puente entre ellos y la masacre de Carmen de Patagones.
EL OJO QUEER
Pablo y Rodrigo se plantean buscar al pibe que les disparó en la escuela años atrás, sin saber muy bien por qué o para qué. Algunas críticas dirán que para vengarse. Yo no me atrevería a escribir eso, tampoco recuerdo si se lo menciona en algún momento. Creo que no es tan claro un deseo de venganza en los protagonistas. Sí el deseo de encontrar a alguien que les causó mucho daño. Lo demás se verá. Van desde Carmen de Patagones hasta Ensenada después de una noche de cacería en la que ellos y varios amigos, además de perseguir liebres, toman mucha cerveza y se bañan en el río desnudos, como unas criaturas. La escena es un poco hot, sobretodo si una es adoradora del chongo. Vemos unos hombresotes que salen en culo del agua, hombres que se arrojan piedras para divertirse, que hablan de la hermana de uno de ellos como si se tratara de un animal. Tango que me hiciste mal y que sin embargo quiero…
Solo vemos una pequeña parte de ese río al que Fernando Noy le dedicaría el poema Ofrenda: “(…) Hoy he vuelto después de tanto tiempo / quién no volvería sabiendo que lo espera / una procesión de fuegos que al alba se estremece / con la ternura de su espuma blanca./ Quién no volvería sabiendo que la lluvia / en un sutil intento de acariciar sus alas/ se ahoga en nuestro Rio Negro”. Mientras escribía el guión a veces me hablaba sobre su pueblo, sus amigos, la adolescencia, los suicidas que se arrojaban a ese mismo río que hoy filma con su júbilo chongueril, esas costumbres de pueblo.
Pienso en la mirada de Javier durante la escena. Es la primera emoción de la película. Pienso en el mismo director que me dirigía en susurros y al oído, lejos del set para que nadie escuche. Es un tipo que respeta mucho a sus actores ¿De qué otra forma hubiera logrado que dos sobrevivientes se atrevan a actuar en su película? Todo eso pienso y también pienso en su mirada sobre las travestis y ahora en su mirada sobre la masculinidad. Un gay entre machos que además no son sus enemigos. Un gay que retrata un universo que me resulta tan ajeno, tan violento e incomprensible también que parece una ciencia ficción. Tal vez es la mirada de un Javier más joven, en su pueblo, participando de esos juegos. Observando a sus amigos chongos mientras espera su turno para salir del agua sin ser visto. Pienso en los cuidados de mis amigos maricas, de las travestis, de mis amigas y en lo diferente que se expresa el cuidado entre Pablo y Rodrigo. Un cuidado visible y sin embargo, totalmente desconocido.
Cuando termina la noche de ronda, los protagonistas deciden ir en busca del ex compañero. Road Movie criolla con la pampa como testigo y la compañía de dos mujeres muy jóvenes que parecen tener más cancha que ellos, dos maragatos treintañeros sin plan y con un gran dolor a cuestas. En el viaje lo que encuentran resulta ser tan atractivo que me hace pensar en la maestría de los guionistas, que son el mismo Javier y Anahí Berneri (directora de películas que quisimos tanto como Un año sin amor y Alanis). Wislawa Szymborska decía que el mejor viaje es siempre el de regreso. Durante la proyección me atrevo a disentir un poco con mi amada poeta y pienso que algunos viajes son a partir de la escritura. Y esos viajes, sean para escribir un poema, un cuento o una nueva mirada sobre el trauma, son inolvidables. Luego, en reuniones con amigos, después de hacer el amor, en un almuerzo familiar, una cuenta esos viajes, como cuento el mío de la mano de Implosión para ustedes. Un viaje donde, si uno escucha a la vida, es posible que termine a salvo y haciendo buenas migas con buenas personas.
Escuché por ahí decir que los actores actúan de sí mismos y no puedo dejar pasar la oportunidá para decir que Pablo y Rodrigo no están haciendo tal cosa. Son actores interpretando un personaje y de la mejor manera. Como el viejo y querido Pasolini, Javier se atreve a trabajar con personas que no vienen de las escuelas de actuación y lo logra. Tienen grandes momentos de mucha verdad y con el cuerpo en un hilo. Cuentan con una gran ventaja eso sí, la de haber sobrevivido.
La música es otra película que va por debajo. Es la misma historia en otro lenguaje, una película a dos voces. Como otra película es la de las voces de los actores y las actrices, las tonadas, las risas y el canto estrangulado de la emoción.
Con Implosión reí, lloré, me impacienté, me enojé y respiré hondo rezando para que no pase lo peor. Pero lo peor de todo sí pasó y fue abandonar el Gaumont después de ver semejante peliculón. Necesitaba unos minutos más en silencio. El mundo de las chicas Van de Couter recibe nuevos actores y hay que hacer lugar, o ahuecar, como decía Aurora Venturini.
Estará en los cines a partir del 8 de abril. No dejen de ver Implosión. Como dice su director, es necesario continuar el diálogo y hacernos compañía.