Son pocas las cosas que imagino tan improbables como renunciar a mi fascinación por León Ferrari y quizá por eso, cuando me había decidido a escribir sobre Plight, la instalación que realizó en 1985 Joseph Beuys y que posiblemente se trate de mi obra preferida, un recuerdo de Rosario se haya cruzado para conectarme, como tantas otras veces, con la obra de Ferrari. Esta vez, se aprontó la imagen de una instalación perteneciente a la retrospectiva que vi hace algo más de un año en el Museo Castagnino.
Ocurre algo parecido en la música, cuando resuenan las correspondencias entre dos acordes que a la primera escucha parecían disonantes. Es así como se me conectaron ambas obras, la instalación de Beuys y Jaula con aves, de León Ferrari.
Voy a obrar de manera razonable, porque siento que es preciso hablar de Plight, al menos describirla porque me pregunto si puedo decir algo sobre aquella habitación forrada, del piso al techo, por dos hileras de columnas de fieltro que se repiten de pared a pared. Cada columna tiene una relación de grosor y altura semejante a la de un cuerpo humano y por su materialidad, confieren al espacio un silencio hermético.
Al fondo de la habitación, las columnas de la hilera inferior se interrumpen algunos metros generando una abertura o especie de puerta apaisada que conduce a otra habitación de características similares. Para ingresar a la segunda hay que pasar agachado.
La primera habitación está vacía y en el interior de la segunda hay solo tres objetos: un piano de cola con la tapa y el teclado cerrados, sobre la tapa del piano una pizarra con un pentagrama vacío y sobre el pentagrama hay un termómetro.
Inmediatamente podríamos remitirnos a un problema duchampiano, pero no es el caso. La potencia del piano cerrado con la tabla encima hace del silencio una entidad tangible que se expande por ambas habitaciones, abrigada por las columnas de fieltro que la contienen y, si es que en esa mudez irreductible escuchamos algo, es porque estamos incorporando a Joseph Beuys. Ahora, ambas habitaciones están llenas, una con los objetos y la otra con sus respectivas imágenes.
La vitalidad de la obra es implacable. Revela una interioridad tan concreta que es imposible aislar un elemento sin que se pierda algo, el equilibrio depende de la tensión sutil que provoca el encuentro trascendente de los materiales.
En concordancia a la forma en que Beuys opera sobre lo sagrado, Ferrari nos enseña que el arte siempre es político, pero en la medida en que se aparta de las metáforas para operar sobre lo concreto y expandir los límites del orden simbólico. En ese territorio no hay distancia ni mentira posible, lo que parecía ajeno se incorpora y resuena cercano en la totalidad. Es en ese grado de entendimiento donde podemos percibir que cada imagen debería comprenderse como una postal o fragmento de mundo existente y posible.
Jaula con aves está compuesta por un jaulón cúbico de aproximadamente un metro y medio de largo por uno de ancho y uno de alto, adornado con flores plásticas y habitado por varias aves. La jaula cuelga del techo y debajo, sobre una plataforma, descansa una lámina que reproduce una pintura sobre el Juicio Final de Fra Angelico, de El Bosco o de Giotto. La lámina tiene una medida semejante a la superficie del jaulón.
El conjunto es absolutamente concreto y carece de metáforas. Las flores de plástico son flores de plástico, los pájaros son pájaros y el excremento que cae sobre la lámina también es excremento. Más allá de las incontables cadenas de sentido que produce la obra al confrontar con el orden simbólico, funciona como un mecanismo autónomo y expansivo para la producción de las imágenes que efectivamente genera.
Con inteligencia y humor, la obra sortea cualquier posible adhesión a los lugares comunes de la producción automática de sentido que nos encorseta al imaginario social. Aquí los pájaros están muy lejos de participar como un símbolo, simplemente hacen lo que hacen y lo hacen bien. Y las flores, que si fueran naturales podrían marchitarse, se ahorran la metáfora al ser de plástico.
A medida que las láminas se completan, son reemplazadas por una nueva y las intervenidas pasan a exponerse al lado del dispositivo. No hay un fragmento, siquiera un milímetro, que no potencie la intensidad del conjunto.
Afianzadas en sí mismas, las dos obras son parte de un territorio soberano que las conecta con la respectiva producción de cada artista, un espacio expansivo del sentido común y que desobedece al orden simbólico a través de lo concreto. Las relaciones se potencian y multiplican al desarticular los usos cotidianos y expandir la figuración hacia territorios divergentes y habitables.
Transgresoras del símbolo, encarnan esa constelación de ideas y acciones que Spinoza planteó al afirmar que el orden y la conexión de las ideas es el mismo que el orden y la conexión de las cosas.
Diego Ontivero nació en Buenos Aires en 1979. Es artista visual, diseñador gráfico y docente en FADU, Universidad de Buenos Aires. Junto a Roque Larraquy ha publicado la novela Informe sobre ectoplasma animal y actualmente terminó Bonaerencia, novela escrita y también ilustrada. Algunos de instgsus trabajos pueden verse en la galería Mar Dulce o a través de instagram en @dieontivero. Vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires, donde tiene su taller y dirige, junto a Luciana Gluj, el estudio Pulpografía.