Noche de jueves en un after office de suburbios. El 2x1 de shots de vodka se va terminando mientras la pista se empieza a poner pegajosa. Hay poca gente. El DJ hace lo posible para levantar los ánimos con "Boys", de Charlie XCX. La elección de la canción viene al caso. En ese video la cantante inglesa juega con la idea de convertir a los chicos lindos en mercadería pop: en la letra cuenta cómo hace pasar por su vida a los chicos famosos, con distintos tipos de cuerpos, y las imágenes nos van mostrando músicos carilindos, actores, influencers. Como por un catálogo desfilan Joe Jonas, Wekend, Cameron Dallas, Mc Demarco. Cada uno dura lo que un beat. En el video los chicos van coreografiando poses cariñosas: uno se come una rosa, otro levanta cachorros como si fueran pesas. Con esa cortina musical como referencia, la cámara de Promising young woman se toma su tiempo con tres varones que hace horas toman el último trago en el after. La corbata floja, la camisa pegoteada en la espalda. Movimientos de caderas y expresiones de pato. Pero estos no son los lindos y famosos del videoclip, ni tienen habilidad para el baile. No es que sea tan original jugar a revertir los códigos de género de gran parte del discurso publicitario y del videoclip y retratar como objetos, ahora, a los chicos… No, la verdadera apuesta de Promising Young woman… es otra provocación: tratar con humor negro los lugares comunes de historias de violación, que pueden empezar por ejemplo en un bar. Y atreverse a un relato, en clave de comedia post-MeToo, sobre los efectos del abuso sexual en la vida de una persona.
Zona de promesas
Promising Young Woman, el debut como directora de Emerald Fennell -una de las guionistas de Killing Eve y la actriz que interpreta a Camila en The Crown- es una película muy esperada, prometedora, tal como describe el título con ironía a su heroína. Cuenta la historia de Cassandra Thomas (Carey Mulligan), una chica que parecía tener un futuro de éxitos por su promedio como estudiante de medicina. Hasta que a su amiga le pasó “lo que pasó” y la tristeza la llevó a dejar la carrera, volver al nido paterno, trabajar en una cafetería de pueblo y recluirse casi por completo de la vida social salvo por las noches en las que lleva adelante su catarsis de venganza feminista.
Es curioso que en una película que se promociona como un eslabón a la altura de este siglo del subgénero rape & revenge (violación y venganza) en sus dos horas de duración sólo se pronuncie la palabra “violación” una vez. En cambio, se habla de “Lo que pasó”, “Las acusaciones”, “Las cosas que pasan si te emborrachás”, “Una situación de la-palabra-de-una-contra-la-del-otro”. Tal vez sea una forma de dar cuenta de los silencios cruzados en torno a la violencia sexual. La verdad es que para entender “lo que pasó” no necesitamos la palabra en sí. Cassandra quiere vengar a su amiga de toda la vida, Nina. Y usa un método sencillo: cada semana hace el mismo número en un bar o un boliche: actúa una borrachera fatal. Y cada semana, un chico que se muestra muy preocupado por ella. Se ofrece a acompañarla a casa para luego preguntarle qué le parece una parada intermedia, para recomponerse o tomar un café. La eficacia del truco de Cassie consiste en parecer destruida y sola, fingir vulnerabilidad como una trampa para ver quién intenta aprovecharse. Entonces espera el momento justo para demostrar que en verdad está bien sobria. Y los chicos –que nunca le darían el nombre de violación a lo que pretenden hacer- retroceden en pánico como si hubieran sido ellos los violados. Ya de vuelta en su habitación Cassie saca un cuaderno que guarda debajo de la cama. En él, va registrando con palotes a cada uno de los que “recibieron su merecido”. Los anota con una clave en colores según lo agresiva que se haya puesto la cosa.
Un plato frío
El género rape and revenge en su versión más elemental es aquel que en la trama incluye un episodio de violencia sexual, que funciona como motor para la venganza, llevada a cabo por quienes se consideran afectados (un padre, un marido, un policía) o por la víctima. En el primer caso, la violación de la hija o la esposa del vengador solitario es la justificación de todos los usos de la violencia que emprenden personajes masculinos y se relega a los personajes femeninos (incluida la que padeció el abuso) a meros apoyos de la narración. La segunda variante, como es el caso de Promising…., suele dar lugar a lo que se considera narrativas feministas. En ellas, mujeres que asumen que la ley no va a darles respuestas toman el camino de la justicia por mano propia. Hay especialistas que ven en este subgénero un esquema que se basa, a pesar de las apariencias, en códigos misóginos. Fundamentalmente porque se erotiza la violencia sexual y porque la mujer, que en el mejor de los casos es la protagonista, permanece allí, a pesar de su rabia, como aquello a lo que se fantasea con domar. Lo cierto es que muchísimas películas, desde Thelma and Louise a Monster de Patty Jenkins o Elle de Paul Verhoeven, se han propuesto y logrado contar otras cosas. Y si bien Promising… se enmarca sin duda en esta última línea, tiene algunos problemas como la imposibilidad de romper con el esquema Villanos-Justiciera.
La sombra de la violación
La feminista punk, Virgine Despentes, que sufrió una violación a los 17 años mientras hacía dedo con una amiga al volver de un recital, cuenta en su libro Teoría King Kong, lo revelador que fue para ella descubrir un artículo de Camille Paglia para reconsiderar lo que le había pasado. Leyendo a Paglia, Despentes pasa de considerar la violación como una marca indeleble de la que es preferible no dar demasiados detalles (contarlo podría generar en los demás desde lástima hasta culpabilización) a verla de un modo completamente inédito: pasa a entender "lo que le pasó" como “un riesgo que hay que correr” para gozar de la libre circulación fuera de los límites de la paz del hogar. “Si te pasa, parate, sacudite el polvo y supéralo. Y si te da demasiado miedo, quédate en lo de mamá y ocúpate de hacerte la manicura”. Promising… da la impresión de que su directora leyó a Despentes para ponerla en escena como caricatura invertida: la vengadora de Promising… de día se queda en la casa de sus padres pintándose las uñas de color pastel y de noche repite esta escena de venganza y homenaje a su amiga. Lo que se le puede reprochar a la película es que esta empresa de pedagogía o justicia que ocupa a Cassie todas las semanas termina reduciendo su personaje a la sombra de lo peor que le pasó.
Habría que preguntarle también a la película por qué abandona después de los primeros minutos el tono de comedia en el que se movía con destreza, cuando mostraba a los chicos transpirados bailando en el after. Como si se quedara a mitad de camino en sus intenciones de provocar, o se hubiera arrepentido en el medio del rodaje. Al final de cuentas, ¿de quién se ríe esta comedia? ¿De los buenos chicos que jamás se percibirían como agresores? ¿De los géneros pop a los que homenajea y parodia magistralmente al mismo tiempo? ¿O de su propia incapacidad de ser del todo negra?
Triste y solitaria
Otra pregunta es por qué no hay lugar en esta historia para la dimensión social del asunto. El emponderamiento de Cassie no solamente desemboca en un final para nada alentador, sino también traza un trayecto absolutamente solitario, que se agota en la fantasía de vendetta por mano propia. Cassie se comporta como si la tarea de generar algún tipo de justicia, reparatoria y recordatoria, para su amiga la involucrara a ella y a nadie más que a ella. No hay redes a la vista, ni personas que hayan pasado por situaciones similares o que pueda aportar por lo menos su escucha. Tal vez las experiencias y debates de nuestros feminismos, argentinos y latinoamericanos, tengan mucho que sumar a las preguntas que deja sin responder esta película con cinco nominaciones a los Oscar: la apuesta de pensar destinos posibles, más fructíferos que la revancha, como placer solitario y a corto plazo. Otras propuestas al debate de hacia dónde y cómo se construye después de las denuncias y el estallido de la rabia. Otras miradas para salir de la encerrona a la que una y otra vez conducen las películas que incluso con óptica feminista abordan la violencia sexual. Nuevas historias que permitan que la categoría de víctima no sea la última palabra que se puede decir sobre nosotras mismas.