En nuestro ámbito intelectual, muy pocos nombres aseguran un estilo a la hora de escribir, incluso, una perspectiva, un modo de acercamiento hacia determinados problemas. A su vez, de esos nombres, no son tantos los que parecen albergar en su interior más de un interés o inclinación. Si revisamos en el panorama de la crítica literaria europea, es verdad que cada texto que leemos de Roland Barthes, por ejemplo, tiene que ser, sí o sí, contextualizado. Así, tenemos al Barthes de “Introducción al análisis estructural del relato”, en donde la voz del crítico halla en los relatos de James Bond infinidad de términos, funciones, valores, etcétera; opuesto al Barthes de los últimos seminarios, preocupado por la fotografía, el espesor de lo real que queda en la obra o el trabajo comparativo entre rasgos de los miembros de la familia de un autor, como sucede en su lectura de Proust en el seminario La preparación de la novela. Un crítico, pero más de un crítico, entonces. Con Josefina Ludmer (Córdoba, 1939- Buenos Aires, 2016) ocurre exactamente eso. No es lo mismo leer a la Ludmer de Cien años de soledad. Una interpretación (1972) u Onetti. Los procesos de construcción del relato (1977) que a la Ludmer de El género gauchesco. Un tratado sobre la patria (1988) o Aquí América Latina. Una especulación (2010). En cada momento, notamos metodologías, propuestas y polémicas diferentes. Vamos de la lectura más estructuralista, atravesada por el psicoanálisis lacaniano, pasamos a una lectura de cruce entre marxismo y psicoanálisis (más freudiano), luego, llegamos a un momento posestructuralista que pone en duda el tratamiento de un texto, de un autor, y comienza a trabajar grandes masas textuales, y terminamos en un acercamiento crítico que usa a la literatura como pasaje para pensar otra cosa, eso que Ludmer llamó “fábrica de realidad” a partir de su emblemático artículo “Literaturas posautónomas”. Una crítica, varias críticas. Eso es lo que queda claro en la reciente (y necesaria) selección de artículos de la “China” que publicó Eterna Cadencia, Lo que vendrá. Una antología (1963-2013), libro que recorre todos los momentos intelectuales de Josefina Ludmer a partir de la recuperación de textos que van de los más reconocidos y todavía disponibles, impresos o en la web, hasta los más sorprendentes, raros, pero coherentes con el arco armado por la selección del crítico, docente y escritor Ezequiel De Rosso.

Precisamente, en el prólogo que abre el libro, De Rosso señala la importancia de entender a la producción de Ludmer como una “máquina de lectura” que funciona siempre a partir de la emergencia de algo que escapa a la serie que esa misma máquina constituye, algo que se presenta como resistente al horizonte interpretativo de su época, entendiendo a ese “resto” como fragmento del pasado que ha quedado fuera de lo que una época puede entender, o como adelanto de un mundo por venir, aquello que sí tendrá lugar en lo que la propia Ludmer denomina “lo que vendrá”. De ahí, la escritura de Ludmer, que encadena series pero, también, encuentra las propuestas límites, aquello que salta hacia lo inesperado, lo que está vivo. Ese “resto” motoriza y mantiene viva la lectura.

El primer artículo de la antología marca, en algún sentido, esta crítica a lo mortuorio. A su manera, un modo de responder a la crítica “inmovilizante”, contenidista y rígidamente historizante que, en textos posteriores, va a caracterizar como su primer enemigo en ese duelo constante que es la crítica literaria. “Ernesto Sábato y un testimonio del fracaso”, aparecida en el Boletín de literaturas hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de Rosario en 1963, señala precisamente que la “mítica” (el epíteto aquí es una injuria) novela Sobre héroes y tumbas no es otra cosa sino la realización de un punto de vista: el del fracaso como manifestación de lo “argentino”. Allí, también vemos cómo la metodología analítica va por el camino de la lectura microscópica de la obra, pero sujeta todavía a un nombre propio que se interpela, que aparece “juzgado”. Dice Ludmer: “Sobre héroes y tumbas es el testimonio del fracaso y el fracaso del testimonio: Sábato cree dar cuenta de una realidad concreta, existente en la historia, y sólo expresa su propia realidad, su filosofía, su mirada”. Desprendido de la historia y atado a un mito negativo de origen, Sobre héroes y tumbas es la expresión de una ideología: “Todo es trágico”.

Pero, justamente, lo que marca la lectura de Ludmer es esa transformación que la lleva a abandonar los nombres propios y esos matices “personalistas” a los que nunca fue afecta para meterse más con el texto, con grupos textuales cada vez más amplios que incluyen reflexiones acerca de un género, como es la gauchesca en su producción de los años 80 (marcada por su regreso a la Universidad de Buenos Aires, la creación de una materia de Teoría literaria a su cargo y la reflexión de una “exiliada interna” acerca de lo que es la idea de “patria”), o del género en el sentido de gender, con su estudio acerca de lo femenino y el lugar de la subalternidad que va del gaucho a Sor Juana a partir de artículos como “Tretas del débil”. Allí, el tema no es “quién” habla, sino desde qué lugar habla (algo que nos recuerda la impronta lacaniana, estructuralista, en torno a las “posiciones” como forma de analizar anti-esencialista).

En la actualidad, la teoría literaria es considerada en estado de crisis. Situación que puede verse en el propio periplo crítico de Ludmer, que llega al siglo XXI pensando en un sentido más libre de prejuicios las producciones culturales masivas, a veces, a partir de la literatura. Sin embargo, antologías como Lo que vendrá permiten, justamente, contextualizar cada intervención y ver que en ningún momento hubo respuestas cerradas a lo que pasaba, sino polémicas. O sea, producciones sometidas a la necesidad de intervenir en un campo a partir de algo que estuviese sucediendo. La pregunta, hoy, en la misma semana en donde se destapó el affaire Foucault y puso en cuestión la relación autor-obra (a partir de una instancia ética), sería entender qué tipo de crítica circula en el presente, qué preceptos y condiciones tiene y hasta qué punto su “modo polémico” es, a veces, escapar a la polémica o plantear falsas oposiciones. Si hay algo que la teoría literaria, mejor, la crítica literaria, muestra siempre, más en estos artículos reunidos por un nombre propio (que es varios nombres), es que lo primero que hay que poner en duda es ese sometimiento del texto al autor empírico, real. Porque, precisamente, el texto siempre va a decir de más con respecto a su autor: va a ser, como la “máquina Ludmer”, algo que todavía siga operando, cambiando, adaptándose, más allá de cualquier recorte biográfico. O a pesar de él.