Dispersos, perpendiculares, ondulantes, en zigzag: no hay una línea que vaya de Maia Tarcic a Daniel Mecca, ni un sendero que guíe de Cecilia Rodríguez a Nicolás Teté. Ni para un lado ni para el otro. Hay, sin embargo, cuatro singularidades atravesadas por su tiempo: todes nacieron en los años '80 del siglo pasado. Hijes de la democracia, de juventudes febriles, plastificadas y televisadas en los '90, de las rupturas, quiebres y luchas posteriores tamizadas por prácticas artísticas (cine, dramaturgia, poesía, literatura) que los encuentran a todes experimentando cómo narrar y narrarse.
Las cosas que parecen un error, de Maia Tarcic (Plan B)
Desamor, desamor, desamor y malestar de una joven artista urbana buscando sentido o un abrazo. Los errores o las cosas que parecen errores son interpretaciones de experiencias sensoriales, emocionales y crudas. Algunas bastante universales: el amor, la eternidad perecedera del amor, el dolor por la ruptura, la extrañeza de los recuerdos vívidos con efectos físicos concretos. Y otras más particulares, como la mirada extrañada de una artista, su visión del mundo que la rodea, el foco de su propio lente.
Tarcic, que ha actuado, dirigido y trabajado en diversos lenguajes artísticos entre cine y TV, escribe poemas llenos de imágenes urbanas, de fiestas entre amigos, del llanto oculto entre la fiesta que se impone en un colectivo, de noches pasadas y encuentros lejanos (o no tan lejanos).
Pero en su experimentación de varias disciplinas, además de poemas deja –como migajas– cortos que fue trabajando en talleres audiovisuales, a los que sus lectores pueden acceder a través de códigos QR. Son pequeñas señas, arte multidisciplinario que invita a ver el mundo a través de los ojos sensibles de Maia Tarcic, y que completan fragmentariamente los poemas que ya están llenos de imágenes y escenas. Una especie de poesía filmada.
Nada nos puede pasar, de Nicolás Teté (Blatt y Ríos)
…todas las bicis y los barcos. Si cazaste la referencia, este libro es para vos. Si no, gugleá un toque, porque el libro igual te va a gustar. Muchas veces se habla de los '90 como la época de la banalización, el neoliberalismo y el consumo superfluo: nada representa mejor eso que una generación entera viendo horas y horas de televisión. Y si alguien tenía la duda de qué efectos habría provocado la exposición a productos como Verano del 98, Muñeca Brava, Chiquititas y tantos otros, el director de cine puntano Nicolás Teté describe todo lo presumido desde el costado íntimo de los sentimientos y las emociones y aspiraciones individuales.
Nada nos puede pasar es un cúmulo de cuentos/historias desde la mirada desenfocada, alejada del centro, de los vínculos, anhelos, deseos de crecimiento y en los que la tele funge como excusa: es la ventana hacia el mundo en el que las personas de pueden amar más allá de su género, donde pueden soñar en grande y, lo más sorprendente, realizar sus sueños.
Es un libro de un cineasta que se vale de su capacidad narrativa para montar escenas que arman una pintura noventosa, inquieta, dinámica, en la que todos los cuentos sumergen al lector en pequeños universos juveniles de 4 o 5 páginas en los que sobrevuela cómo esos consumos prefiguraron la mirada pueblerina sobre las luces de la fama, la tevé y el eventual glamour de toda una camada de jóvenes deseantes.
Los inicios están hechos de aire, Daniel Mecca (Los ritmos rojos)
Mecca es poeta, periodista, ha incursionado en la pintura, es eventual trompetista y, sobre todo, un empedernido borgeano que, en los últimos tiempos, ha regado las redes sociales de poesía y cuentos de Jorge Luis Borges. Poesía por Whatsapp, el diccionario de libros y su nuevo chiche: los monólogos de Borges en el teatro. En esta novela de hace pocos meses ya podía observarse ese universo variopinto repleto de sensibilidad y, por momentos, obsesiones. Perdón: de obsesiones y, por momentos, sensibilidad.
Los inicios están hechos de aire es la novela y Recuerdos de cuando fui poeta es el poemario, que está inserto entre capítulos de la novela aunque tiene su propio índice de páginas. En la novela aparece la metapoesía y se expanden las obsesiones de Parodi (¿alterego de Daniel Mecca?) con los inicios: las historias de su niñez, de la infancia de su padre y su madre, el comienzo de su ser poeta o del ser trompetista de su profesor de trompeta.
Pero también su fijación con los finales y con las muertes jóvenes y violentas a manos del Estado, en su mayoría: Luciano Arruga, Mariano Ferreyra, los hermanitos de un incendio en La Boca. "Cosa fina", diría Bandido, el profesor de poesía de Parodi, sobre el experimento literario de Mecca, donde cada palabra está medida y los artilugios sobrevuelan la literatura.
Los cuentos de la abuela loba, de Cecilia Rodríguez (Hexágono Editoras)
¿Qué harías si viene tu abuela y te deja historias inconclusas, audios con anécdotas, vivencias de las que no tenías conocimiento y que incluyen cambios de género, violencia e incluso amor? Cecilia Rodríguez hilvanó, con paciencia de orfebre, una serie de relatos por momentos inconexos, por momentos alineados a través de una voz disruptiva, a mitad de camino entre lo onírico y el verosímil.
Los cuentos de la abuela loba, que atrapan como esos antiguos relatos de aventuras apasionantes para antes de dormir –en una versión menos naif, claro está–, recorren y repasan mitos, prostitución obligada, luchas fabriles, insurgencia mexicana, una peluca mágica que pasa de generaciones y hasta una revisión lateral de un cuento clásico borgeano del que la abuela loba dice ser protagonista.
Cuentos por momentos delirantes, algo trastocados, en los que el experimento narrativo y arqueológico está al servicio de la aventura. Dan ganas de sentarse alrededor de un fuego y que alguien nos lea.