El refugio 7 puntos
The Nest; Reino Unido/Canadá, 2020
Dirección y guion: Sean Durkin.
Duración: 107 minutos.
Intérpretes: Jude Law, Carrie Coon, Oona Roche, Charlie Shotwell, Tanya Allen, Tattiawna Jones.
Estreno en Amazon Prime Video.
“En los Estados Unidos, todos creen que pueden ser lo que quieran. Aquí, en cambio, se supone que te debes conformar con lo que has nacido”. Rory O'Hara, especialista en comercio a gran escala, acaba de regresar al Reino Unido luego de una década en la tierra de las oportunidades, y está decidido a que su carrera pegue un nuevo despegue hacia el infinito y más allá. Para ello, “convenció” a toda la familia –esposa, hijo, hijastra– a atravesar la enésima mudanza en cuestión de años y comenzar una nueva vida en su país de origen. Sin escatimar esfuerzos económicos: una enorme mansión de campo en las afueras de Londres llena de muebles de caoba, escaleras y parqué del siglo XVII (“acá se hospedaron los Led Zeppelin durante la grabación de un disco”), las mejores escuelas para los menores y, para la mujer, un caballo de raza y la promesa de construir un campo de prácticas hípicas para poder desarrollar su profesión. Corren los años 80 y el reinado de Thatcher ofrece privatizaciones a granel y oportunidades para aquellos que sepan mover los peones en el tablero.
Pero no todo lo que reluce es oro y las sonrisas de matrimonio perfecto que los O'Hara ostentan en las reuniones sociales no tardarán en transformarse en otra clase de mueca. El segundo largometraje de Sean Durkin, después de casi una década del estreno de Martha Marcy May Marlene, lo encuentra al frente de un relato que es, al mismo tiempo, un estudio de personajes y un drama de crisis matrimonial a la usanza clásica. Jude Law como el hijo pródigo que regresa al terruño, y Carrie Coon como Allison, la “rubia americana” (sic Rory), encarnan una posible definición de nuevo rico, aunque esa máscara ostentosa sin sustento real caerá más pronto que tarde ante la mirada de la esposa. Es durante una pequeña fiesta, llena de protocolos y reglas de etiqueta desacostumbradas para la extranjera, cuando los modos de Rory comienzan a parecer lo que realmente son: un simulacro completo. Un disfraz que ella también ha vestido durante demasiado tiempo.
Pero el que no apuesta, pierde. Ese es el leit movit de Rory, convencido de que el caballo ganador, la venta de la compañía para la cual trabaja, le hará ganar fortunas en cuestión de semanas. La figura de un equino de carne y hueso va señalando los diversos pasos de la crisis familiar que está a punto de estallar, al tiempo que las libras esterlinas que parecían infinitas comienzan a ralear. A partir de ese momento, el guion de Durkin entra en la zona más previsible de la historia, trayendo a la memoria ciertas películas de los años 60, cuando el concepto de crisis matrimonial tomaba por asalto al cine con temática “adulta”. Sin embargo, el notable trabajo de la dupla protagónica eleva incluso esas zonas más reconocibles, al tiempo que la trama se permite una serie de bienvenidas derivas que aportan mayor complejidad a los personajes.
Desde un primer momento, la puesta en escena –apoyada en el excelente trabajo de fotografía en 35mm del húngaro Matyas Erdely– potencia la sensación creciente de alienación, utilizando con eficacia los enormes espacios de esa casa que, a los ojos del menor de la familia, tiene todo el aspecto de un castillo de película de terror. No casualmente, cerca del final, los protagonistas dejan de ser los adultos y, momentáneamente, pasan a ser los hijos del matrimonio, los únicos capaces de poner un espejo frente a los padres, devolverles una imagen real y ofrecer sin palabras una posible recomposición de aquello que parecía roto para siempre.