Desde París
Francia comenzará el viernes, a las doce y un minuto de la noche, casi al borde de un nuevo confinamiento general. El presidente francés Emmanuel Macron eludió la decisión de cerrar todas las puertas del país, pero extendió las medidas vigentes en 19 departamentos franceses a toda la nación. Agregó, además, otras regulaciones que le reclamaban con obstinación los científicos y varios sectores socio profesionales: se trata de la educación nacional. Las escuelas, los colegios, las guarderías y los liceos permanecerán cerrados durante tres semanas. Asímismo, se cerrarán otros comercios no esenciales y los desplazamientos entre las regiones están prohibidos.
El jefe del Estado no cambió radicalmente de rumbo, pero cedió a la mortífera evidencia del virus, así como a las interpelaciones multisectoriales que le pedían encarecidamente que reconfinara Francia. Optó, al final, por un punto menos traumatizante que un confinamiento pleno. El pasado 20 de marzo, el Ejecutivo desplegó un dispositivo de “freno” vigente únicamente en las regiones más afectadas, entre las que se encontraba la Isla de Francia, zona donde está la capital francesa y en cuyos territorios la circulación del virus se volvió vertiginosa. Ese modelo que implicaba un confinamiento a partir de las 19 reemplazó al toque de queda vigente a partir de las seis de la tarde, pero únicamente válido en 19 regiones. Esa estrategia de la gestión territorializada de la pandemia es la que ahora adquiere un alcance nacional. El virus ha sumergido a los hospitales y hundido todas las iniciativas de corte político y sanitario adoptadas para contenerlo.
Cada semana que pasa las cifras de personas contaminadas y las de los enfermos en los servicios de reanimación acercan a Francia a los porcentajes del peor momento de la pandemia en 2020. Hace exactamente un mes, Macron estaba convencido de que en abril la combinación de las restricciones en curso y los efectos de la campaña de vacunación alejarían la amenaza. El primero de marzo, un joven lo interpeló a propósito de la dureza del toque de queda y Macron le respondió que había que “aguantar unas cuatro o seis semanas más”. Dos días después, el portavoz del gobierno, Gabriel Attal, amplió las esperanzas cuando dijo que el Ejecutivo contaba con un “retorno a la vida normal tal vez hacia mediados de abril”. El tiempo transcurrió y el presidente se vio obligado a retroceder el reloj a los primeros seis meses de 2020. Criticado por la debilidad de las medidas, las demoras y la estrategia global Macron dijo que no tenía que expresar “ningún mea culpa”. Tampoco lo hizo anoche en el curso de la solemne intervención por cadena nacional. Más bien, defendió su línea.
Macron declaró que gracias a “esas decisiones hemos ganado días preciosos de libertad, semanas de aprendizaje para nuestros niños y permitido que cientos de miles de trabajadores levantaran cabeza. Por consiguiente, creo que hemos hecho las cosas bien”. El autoelogio presidencial no tomó en cuenta el costo humano de esos “preciosos días de libertad”. Antes de la alocución presidencial el portavoz gubernamental admitió que “probablemente” había habido “errores” por parte del Ejecutivo en las “gestiones de la pandemia”.
El jefe del Estado mantiene la opción de la vacunación como la más segura de las puertas de salida. Según declaró, gracias a los resultados de la vacunación “empieza a dibujarse el final de esta crisis”. Sus palabras no tienen, por ahora, asidero en lo real. El gobierno cuenta con que entre abril y mayo la campaña se acelere con la vacunación de las personas que tienen entre 60 y 69 años primero y luego, en mayo, los que tienen entre 50 y 59. Francia ingresó en una nueva fase de la lucha contra el virus. Macron recordó el miércoles que “44 por ciento de las personas en reanimación tienen menos de 65 anos”. El virus ha desatado su tercera ola y golpea de forma trágica varias regiones francesas. Los departamentos que rodean París conocen tasas de contaminación y personas bajo asistencia critica incluso superiores a las de 2020. Cerca de cien mil seres humanos han muerto hasta ahora. El virus danza sobre las incertidumbres del futuro.
La pandemia está al acecho de la salud, de la vida y de las libertades esenciales. Potencia del virus y sus variantes, campañas de vacunación tambaleantes debido a la guerra entre los laboratorios y los Estados, al atraso en los suministros que ello acarrea y la masiva indisciplina social ante los impedimentos se siguen mezclando en un ovillo sin fin.