A las guerras se va, a condición de no saber si se vuelve… Se va, como un acto de arrojo, convocado por el destino, asumiendo ser uno con la Patria. El soldado que vuelve de la guerra, nunca vuelve del todo; la circunstancias definitivamente lo vuelven otro. A Malvinas fuimos los pibes, el devenir de esos días nos volvió veteranos.
El teatro de operaciones, donde la guerra de Malvinas se desarrolló, fue un escenario dramático, en un contexto dramático de país. La causa Malvinas produjo el encantamiento de una ilusión, la de un país “unido” que abrazaba la anhelada recuperación de las hermanas perdidas en manos de un poder colonial y usurpador.
Cada país forja su identidad, los emblemas culturales se trasmiten como memoria no exenta de mandatos. Se lucha, como otros lucharon antes, sosteniendo el legado, abrazando referencias históricas y geográficas.
Fuimos soldados de ocupación de un territorio inexplorado que, a fuerza de recorrer, se fue transformando en un campo de batalla; entonces las grietas se volvieron refugios, y las rocas y el pasto, se cubrieron de antiaéreas. Defender esas islas era como defender el barrio, la plaza, la cuadra y los amigos.
La guerra nos había alcanzado, viviendo en un país ocupado. Acostumbrados a los camiones militares, a la persecución y a la prepotencia. La mano dura y el corazón también. Un Estado represivo, sin libertad y sin poesía. Un país que no miraba ni escuchaba, un país sordo y ciego, en su gran mayoría, al dolor, a la muerte y a la desaparición.
La guerra de Malvinas fue la consecuencia de una época, donde las cuestiones no se debatían ni se consensuaban; las decisiones se impartían y se obedecían. En ese contexto de terror, donde la crueldad fue la norma y la forma elegida del disciplinamiento, los argentinos supimos ser derechos y humanos. Nuestro país fue a la guerra en su legítimo reclamo de soberanía, en un marco regulado por la sumisión y con la violencia instalada.
La causa Malvinas es, fue y será siempre un reclamo justo y soberano frente a la corona inglesa en su más rancia estirpe colonial. Pero en ese contexto fue, además, la válvula que se requería para soportar tantísimos años de represión. Un nuevo objetivo ya no interno sino externo, para intentar que las fuerzas movilizadas alcancen otra mágica conquista. Reproduciendo en otro campo, y en un delirio sin red, los sucesos del mundial 78.
La guerra es trabajo y logística, es traslado de tropas y almacenamiento de armamento, son posiciones y en nuestro caso fue esperar, y en ese mientras tanto de incertidumbre, intentar sobrevivir… Lo que se espera se sabe… Decirlo es tan triste, pero lo que se espera es solamente tener al enemigo en la mira, y encomendarse a dios antes de tirar. La batalla es un estado de situación; son caños que suenan en la noche mientras cada dos segundos todo se vuelva día, aunque el mañana nunca llegue.
No hubo táctica en Malvinas y, si la hubo, como soldado la desconocí. Un primer tiempo embarcado realizando operaciones de logística, para posibilitar que armamentos y alimentos llegaran a Puerto Argentino. Ya en territorio, y con el paso del tiempo, la comida comenzó a escasear y los abrigos superpuestos no lograron parar el frío. El hielo corta la cara, y a la larga se vuelve triste.
Queda, por supuesto, lo compartido, los recuerdos de las vivencias con los pibes cuando el campo aun no era de batalla y servía como parte de la experiencia; fondeados por ahí, subiendo la colina, aquella tarde entre sueños y risas, cuando juntos cantamos “La balsa”.
Y después, después queda la tristeza del alma que envejece. Queda el recuerdo del viejo fusil con que defendimos la causa. Queda aquel guante que compartimos con el enano; queda el sol tenue de una mañana; queda el azul de ese cielo, que es el cielo de esta patria. Quedan las lágrimas de tirar y tirar a la nada; quedan los que no están, lo que se quedaron allá, haciendo patria...
Malvinas como guerra fue consecuencia y fue causa, pero la tragedia hizo explotar el teatro de operaciones y lo real ya no se dejó desmentir. Junto al telón cayo el velo y, por la vía de la derrota y la decepción, el pueblo argentino comenzó a transitar una nueva época, no sin conflictos, pero con la claridad de lo que ya no está dispuesto a perder.
Se lucha como otros lucharon antes, y como muchos elegimos seguir luchando. Se lucha por la libertad de los pueblos. Se lucha para que el único teatro sea el de los artistas. Se lucha porque la lucha es esperanza. Se lucha sin guerra, por un mundo mejor.
* Licenciado en Psicología, veterano de guerra.