Los economistas internacionales compartían hasta hace algunas semanas un supuesto relativamente intuitivo para armar los escenarios de crecimiento de los próximos años. Consideraban que en el mundo rico las vacunas iban a permitir liberar las restricciones a la circulación y a las actividades no esenciales a partir del segundo semestre y que en los países pobres esta flexibilidad iba a ser posible en 2022.
Esta lectura ponía un límite a la incertidumbre sanitaria: calculaba que el final de la pandemia iba a ocurrir en un horizonte temporal de pocos trimestres (por lo menos para las economías desarrolladas). El escenario era optimista. Pero el problema es que todas estas certezas para las economías posvacuna comienzan de nuevo a ponerse en dudas.
En uno de sus últimos documentos el Peterson Institute for International Economics enciende las alarmas asegurando que el mundo debe preparase para las pandemias crónicas.
El informe elaborado por Mónica de Bolle pone el acento no sólo en la expansión de la segunda ola en distintas regiones del planeta, sino en que las mutaciones (nuevas variantes) de coronavirus son un motivo creciente de preocupación.
Los científicos y los funcionarios de la salud creían al principio que el virus mutaba lentamente. Más lento incluso que otros virus como la gripe. Pero la percepción comenzó a cambiar en forma radical por los datos que arrojan las variantes de Reino Unido, Sudáfrica y Brasil.
Las variantes se propagan a ritmo acelerado: para tener una idea la del Reino Unido fue encontrada en 72 países. El principal riesgo de estas mutaciones es que se desconoce hasta qué punto pueden ser más contagiosas y evadir la inmunidad previa de las personas que tuvieron un caso positivo o recibieron alguna de las vacunas disponibles.
Bolle asegura que el virus empezó a mostrar lo que se llama presión selectiva. Como tiene capacidad de replicarse en forma masiva por la gran cantidad de casos en el mundo, tiene también la posibilidad de diversificarse con nuevas mutaciones que le permiten contagiar más o incluso escapar a alguna de las respuestas inmunes con las que cuenta la población.
El planteo del informe del Peterson Institute ante este escenario es inquietante: países desarrollados como Estados Unidos pueden tener vacunada a toda su población en pocos meses y eso no les asegura el final de la crisis sanitaria.
Las campañas de vacunación dispares y la ausencia de dosis en muchos países (principalmente en los de menores recursos) mantiene las condiciones para que sigan las presiones selectivas del virus y la aparición de variantes potencialmente resistentes a las vacunas.
“Debemos vacunarnos todos juntos o el virus nos ahorcará a todos por separado”. Con estas palabras Bolle parafrasea a Benjamín Franklin y muestra la esencia de su argumento: el escenario posterior a las vacunas no es una garantía de normalidad para los países ricos si en otras regiones el coronavirus continúa en expansión por la falta de dosis.
A partir de esta lógica, economistas como Olivier Blanchard plantean nuevos escenarios de riesgo para las economías desarrolladas.
El punto de Blanchard es que luego de las vacunas seguirá existiendo una fuerte incertidumbre sobre la calidad de vida pospandemia y por cuánto tiempo durará. Dice que las limitaciones seguirán vigentes.
“Aunque Estados Unidos, Europa y Gran Bretaña habrán vacunado a la gran parte de sus poblaciones al final de la temporada de vacaciones de verano (en el hemisferio norte), será demasiado pronto para celebrar. Mientras el virus siga circulando en otros lugares, los gobiernos de las economías avanzadas deberán seguir preparándose para lo peor”, aseguró. Puesto en otras palabras: al mundo no le sirven salidas individuales sino colectivas.