Muchas veces nos hemos interrogado si la perversión también está legalizada.

La respuesta es afirmativa.

No solo en los años del terror sistemático cuando todas las formas de crueldad tenían carácter sistemático y hasta la tortura era supervisada por médicos en los centros clandestinos de detención.

Ahora está la pretensión de legislar acerca de la colocación de cercos perimetrales electrificados.

Vivimos en una región con altos niveles de exclusión social, de pobreza e indigencia.

Recorrer las calles de la ciudad deja en evidencia el creciente cúmulo de injusticias.

No alcanza ya con la parafernalia de cámaras de control que quieren añadir estos dispositivos.

No cabe duda alguna que en las sociedades en las que vivimos importa mucho más preservar la propiedad y los objetos que la vida humana.

Semejante perspectiva debe poner en tensión las formas de convivencia y no naturalizar mecanismos que claramente causarán daños irreversibles.

La violencia contra los más desfavorecidos va en aumento y se manifiesta de diversas maneras.

Es inadmisible que estos cercamientos avancen agudizando aún más las desigualdades.

Carlos A. Solero