Nada más lógico que estar en la verdulería y agarrar naranjas de un cajón. La maniobra resultó más difícil de lo esperado y varias naranjas cayeron al suelo. Hice nuevos intentos y solo logré tirar más naranjas. Levantaba una y caían dos. Estaba por darme por vencido cuando oigo al verdulero que me dice, en su tono de latinoamericano amigable aunque no tanto si sos el boludo que tira la mercadería al suelo: “si sacas las naranjas de abajo se te van a caer las de arriba”.

Yo, que soy versado en casi todo lo que habita la tierra, iba a llevarle la contra. Imposible que el verdulero supiera más que yo sobre algo. Si yo leo (aunque me aburro como loco) a Foucault y a Barthes. Le iba a contestar que según Brunelleschi es posible sacar las naranjas de abajo sin que se caigan las de arriba. Que ahí estaba la cúpula de la catedral de Florencia como prueba de que no todo lo que está arriba se cae si sacás lo de abajo. Al fin pensé que era probable (solo probable) que él supiera más que yo sobre manipulación de verduras ya que había levantado muchos cajones y yo ninguno.

Me fui pensando en que hay dos mundos. No los de Platón. Qué sabrán los griegos de naranjas…. Los dos mundos de la caverna de Chiabrando son el de la teoría y el de la práctica. Uno atado a la contemplación y el otro a la realidad, a las naranjas. Dos mundos que conviven en permanente tensión. Sobre todo si se vive en el culo del mundo, atento a las teorías del ombligo de ese mismo mundo, sea Europa o EEUU.

Hay gente, por simple u obtusa, que no tiene idea de que hay teorías que mueven el mundo. Además la gente común no manipula las teorías. Eso es un coto privado de los intelectuales. Pero es imposible abstraerse aunque ni te enteres de que existen. Son las teorías puestas en práctica las que cambian la historia, a veces años después de creadas. Parte del siglo XX se movió detrás de las ideas de Marx, para adoptarlas o combatirlas. Pero no hay que olvidar que detrás de esa adopción o de ese rechazo está el hombre tratando de vivir o, mejor aún, de sobrevivir, como sea, aun ignorando la existencia de lo dicho sobre la plusvalía o el materialismo dialéctico. No es fácil teorizar cuando se tiene hambre o se corre peligro.

Las teorías son el germen de las soluciones y también de los problemas. El exceso de confianza y de respeto en ellas genera espejismos y lleva al error. Muchos de nuestros problemas como cultura nacieron de la imposibilidad de ajustar las teorías nacidas en lugares muy distantes y bajo coyunturas muy singulares. O quizá esas teorías eran equivocadas o impracticables y no lográbamos verlo. O sea: saber de Brunelleschi no necesariamente ayuda a ordenar naranjas. Saber de Marx no conduce a la dictadura del proletariado y menos al fin de las injusticias sociales.

Llevar a la práctica una teoría nacida en Europa es una traducción. Y trae los mismos inconvenientes que traducir un libro. Si es literal no sirve y si es una adaptación puede ser vista como una traición (traduttore traditore). Las traducciones al español de las ideas de un alemán y de las reescrituras de los rusos, por ejemplo, fueron ininteligibles o impracticables. Y ciertas teorías generan tal fascinación que ni siquiera se busca traducirlas. Sólo así se puede entender que aún haya gente que defienda la teoría del partido único o la abolición de la propiedad privada, cosas que en la teoría se veían bien y en la práctica fueron un espanto. Acá la realidad se impuso.

Lo bueno de los populismos latinoamericanos es que no son traducciones. No necesitan de una biblioteca de jetones franceses o alemanes. Y quizá en política sea más fácil hacer realidad una teoría más bien sencilla y directa. Demasiados libros que respetar no deja de ser un problema. Y no todo está en los libros, caramba.

Quizá la ventaja de las teorías de los populismos es que más que teorías son una guía básica: defensa de lo nacional y de los desposeídos. Fácil de recordar y de intentar poner en práctica. Estas teorías dejan lugar a la improvisación y se adaptan a los cambios sin mucho drama. Y son ideas de acá, nacidas de las necesidades de acá. Y quizá mejores, por qué no. O como me dijo un amigo músico: “me fui a Europa para tocar Bach y ellos querían tocar Piazzolla”. Por ahí es tan simple como eso.

También las teorías del enemigo son foráneas, por ejemplo el neoliberalismo. Pero acá no hay una traducción. A los cómplices locales les bajan eslóganes fáciles de repetir y una participación en los negocios. Es todo y en apariencia suficiente para destruir o colonizar.

Eso pensaba mientras me iba de la verdulería. Iba a regresar para devolver la humillación explicándole el Rizoma de Deleuze. No lo hice. Poco le interesaría a este trabajador, atento a la práctica cotidiana de llevar comida a su casa. Ahí la práctica supera todas las teorizaciones. Lo de él era vivir y lo mío era la coquetería de saber una teoría que anulara la humillación de no poder sacar una naranja de un cajón sin que se cayeran tres.

La práctica es la vida. Es el ya y el ahora. Lo otro puede esperar. Sin ir más lejos, la pandemia disparó numerosas teorías surgidas a las apuradas que quedaron relegadas por el día a día que incluía tratar de no morirse. O morirse. De nada valen las teorizaciones sobre el fin del capitalismo si te morís de covid.

Al fin volví a la verdulería. Iba a lavar la humillación con una teoría general que explicara todas las teorías previas. Empardame ésta, le iba a decir al estimado latinoamericano. Me topé con el cartel “Cerrado por vacaciones”. Me lo imaginé en Florencia, tratando de entender cómo la cúpula de la catedral no se caía a pesar de no tener nada debajo. Estamos en paz, me dije, y cambié de verdulero porque odio a los sabihondos.

[email protected]