De cantar y tocar en las calles sacó Daniel Fiorentino el nombre para su grupo: La Cuadrilla. “De trabajar como las cuadrillas, sí”, ratifica el cantor. “Tracé un paralelo con aquellas y vi una similitud: el trabajo, precisamente. Al igual que ellas, nosotros tratamos de reparar y proponer arreglos, pero a través de la poesía, el tango y la música”, argumenta. El plural del pronombre alude a los dos gladiadores del tango que lo acompañan en el viaje: los guitarristas Víctor Lasear y Mariano Escobar. Con ellos, bajo dirección musical del primero, este "Fiore" del siglo XXI se presentará este sábado 3 de abril a las 21 en Pista Urbana (Chacabuco 874) bajo la idea de exponer su único disco a la fecha, La cuadrilla cultural tanguera, y otros temas, algunos definidos por el intérprete como "tangos en tiempos de deconstrucción". “Hay tangos que hoy, dado el avance en la lucha por la igualdad de género, no son fáciles de abordar... Al escucharlos suenan anacrónicos y difíciles de interpretar para quien los canta, y de digerir para quien los escucha. La idea es seguir interpretándolos, pero con otra cabeza, con otra mirada, desde otro plano”.
El cantor refiere puntualmente a temas que -dado el contexto- había puesto en el freezer como "Tortazos" o "Barajando", y que el trío reactivó gracias a algo que Fiorentino leyó en Momentos del teatro argentino, libro escrito por el santafecino Jorge Ricci. “El dice que los argentinos somos en 'hijos del grotesco', porque es una metáfora de nuestra suerte. Leer eso fue para mí una epifanía que despertó la posibilidad de volver sobre estos tangos que estaban en el freezer… Creo que la deconstrucción necesita de esos tangos, pero ahora cantados y escuchados desde otra perspectiva. Digamos que son grotescos que constituyen el ADN porteño. También son retratos, viñetas, y recortes de historias que forman parte de una memoria. Y sin memoria no hay futuro”, profundiza Fiorentino, acerca de un debate caliente en el contexto del tango del siglo XXI.
A tales afrentas, el trío las mezcla con un material de versiones tal vez más blandas en los términos predichos, entre los que se inscriben “Cafetín de Buenos Aires”, “Malena” y “Naranjo en flor”, y algunos propios como "Milonga hereje", del mismo Fiorentino, y "Sueños perdidos", de Lasear. “La milonga, que en realidad es un candombe, tiene mi palpitar, mi sentir: soy yo, es mi voz, son mis ganas de decir, de cantar así. Pero también soy yo en 'Gol argentino' o 'Leguisamo solo'… Más allá de que gusten o no, he quedado muy satisfecho con esas versiones”, señala este cantor de bares, lunfardos, cafetines y asfaltos, con pasado en la música de raíz folklórica.
-¿Qué hubo que hacer para lograr meterse en estos tiempos de deconstrucción que pican cerca de las temáticas propias del género?
-Hubo que leer los tiempos y dialogar. Uno no es un ente congelado sino que es la permanente interacción entre lo que trae consigo y el tiempo que vive. Es importante desarrollar una mirada atenta y crítica de este mundo que vivimos, y no perder registro de aquello que nos ha llegado a impactar sensiblemente.
-¿Lo logró el tango del siglo XXI?
-Es difícil hablar del mar cuando uno está nadando y mucho más cuando ese mar está picado. A mi modesto entender, mucho se hizo de bueno en lo que va de este siglo. Hay una producción extraordinaria de letristas, músicos, intérpretes y cantautores que, con temáticas actuales, dieron una continuidad a un género que parecía extinguido en los sesenta. Por eso creo que el tango no es una batea congelada en una disquería, más bien es una respiración, es el aire de esta ciudad que cambia pero que en sus entrañas es la misma. Digamos que la soledad, el desamor, la ingratitud, la amistad y la traición son aspectos de la condición humana que constituyen la argamasa de la poética del tango, y son los protagonistas de estos tiempos al igual que en el siglo XX. Por eso creo que el tango no es letra muerta sino que se resignifica en sus habitantes de hoy. Es como un digesto donde todo está escrito.