Poeta maldita, rebelde, acomplejada, brillante y genial, así fue Alejandra Pizarnik, que transcurrió por el mundo brevemente y dejó una obra inmensa, multifacética, que todavía no se conoce en su totalidad. A 85 años de su nacimiento, Caras y Caretas la homenajea en su próximo número, que estará el domingo en los kioscos opcional con Página/12.
“El azar quiso que escribiera estas líneas sobre Alejandra Pizarnik en la mañana del 24 de marzo de 2021. El Día de la Memoria de los argentinos. El día en que se recuerda cuando la muerte tuvo estatus de tragedia nacional. Un azar que liga extrañamente los versos de Alejandra, nuestra poeta maldita, nuestras venas abiertas del lenguaje, a algo más que al recuerdo de su nacimiento en 1936, en plena Década Infame. Un azar que liga a Alejandra con mi generación asesinada y exiliada. Porque si algo sabía Alejandra era nombrar la muerte, descoserla palabra a palabra”, escribe María Seoane en su editorial.
Y Felipe Pigna llama a recordarla en su dimensión humana: “Haber sido una artista precoz con trastornos psiquiátricos y haberse suicidado siendo joven fueron condimentos esenciales para alimentar el ideal romántico y transformarla en un mito. Pero ella era muy de carne y lágrimas, demasiado intensa y sanguínea, y su poesía está tremendamente viva como para confinarla al mármol de las estatuas”.
Desde la nota de tapa, Cristina Piña sostiene: “Mucho más allá de la inmensa poeta que fue, Alejandra ha sido una crítica de singular lucidez, una prosista de una perfección única. Fue asimismo una diarista singular, cuyos diarios son de una riqueza fundamental tanto para abordar su obra como su vida, y una experimentadora con todos los géneros que abordó. También ha sido una narradora singular. Recordar a Alejandra es evocar una obra multifacética y una breve vida de intensidad y aspectos enigmáticos memorables que hasta hoy despiertan nuestra curiosidad e interés”.
En cuanto a su obra, María Malusardi analiza su producción lírica y su prosa, Cecilia Fumagalli escribe sobre sus diarios, Mónica López Ocón reflexiona sobre los temas recurrentes de Pizarnik y Horacio González descubre su perfil de reseñista.
Vicente Muleiro se dedica al intercambio epistolar entre la poeta y su analista León Ostrov. “Leer la correspondencia entre Alejandra Pizarnik y su –a esa altura– expsicoanalista León Ostrov entrega elementos fundamentales para la compresión de una poética donde vivencia personal y escritura se entrelazan en un solo pliegue, donde es arduo discriminar entre la agonía y su representación, entre la voz horrísona que late de la dificultosa conexión con el mundo y el poema. Es asombroso capturar cómo en la poeta estaba pegado, cementado, el lenguaje al cuerpo y cómo su áspera vida psíquica era, en primer plano, su poética.”
Adrián Melo analiza el modo en que la sexualidad atravesó la obra de Pizarnik: “En este panorama, y dentro del sistema patriarcal, es paradójico que quienes legaron las páginas más radicalmente sexualizadas de las letras argentinas sean dos mujeres: Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik. A ambas la historia quiso reducirlas al papel de mujeres depresivas que se suicidaron por amor. Sin embargo, la potencia subversiva de sus vidas y obras las elevó a íconos del feminismo y las sexualidades diversas a la heteronormatividad. Pero mucho más que eso: entre ambas trastocaron las reglas del campo literario local. Si Alfonsina introdujo e inventó en la literatura y en la política argentina el deseo femenino, Alejandra continuó y llevó al paroxismo postulados sobre la sexualidad presentes en Alfonsina. En especial, en la excepcional La condesa sangrienta (1966), el tópico clásico argentino de los cuerpos ultrajados devino metáfora de la liason entre el éxtasis del placer corporal y el de la muerte”.
Juan Piterman da cuenta de la incidencia de su obra en el mundo. Damián Fresolone aporta testimonios de jóvenes escritoras que analizan el legado de Pizarnik y Ricardo Ragendorfer recrea un episodio de la crónica negra ocurrido el mismo día en que la poeta fue hallada sin vida en su departamento.
Fernando Noy, Washington Cucurto, Lucrecia Álvarez y Diamela Eltit aportan miradas personales sobre la obra y la vida de la autora de Árbol de Diana, y Ana Jusid le escribe una carta de admiración y reproches.
El número se completa con entrevistas con Mariana Enriquez (por Giselle Zigante), Evelyn Galiazo (por Virginia Poblet) y Vicente Zito Lema (por Juan Funes).
Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.