Hoy quisiera hablarles de una trampa que nos hacemos a nosotros mismos y al otro para conquistar nuestra felicidad, que tiene como consecuencia la desvalorización de lo propio y de lo ajeno. Y, también, la pérdida de libertad.

Para hacerlo, nos apoyaremos en un monólogo de la actriz y autora Roxana Castro.

La obra fue presentada en El Galpón Club de Salud, en el marco del Ciclo de intervenciones a cielo abierto, impulsado por el Instituto Nacional de Teatro, en coorganización con grupos independientes, en el departamento de Fray Mamerto Esquiú, provincia de Catamarca

Esta intervención artística nos invita a conocer a Temporaria, mujer al borde de sus límites que deja al descubierto una búsqueda desencajada. Etiqueta tras etiqueta, intenta cumplir al pie de la letra cada uno de los mandatos sociales a los que considera fórmulas para convertirse en la mujer que todos esperan y así, conquistar su propia felicidad.

Conseguir un novioes una de las etiquetas. Temporaria saca un muñeco de papel de un portafolio para darle vida a sus deseos. A partir de ahí, intercambia diálogos con el público y construye “un novio a su medida”. Del rostro de papel -a devenir en cara del novio imaginario-, agujerea ojos grandes y una boca que le dé cabida a la suya. Se niega a hacer los agujeros de las orejas aclarando: “no te pongo las orejas porque decís que hablo mucho”. Del cuerpo de papel corta sus brazos cuando los abrazos le parecen demasiado incómodos. Concluye el pasaje por esa etiqueta cuando cree que ya ha hecho lo suficiente y guarda el muñeco de papel en el portafolio para después continuar con las otras.

Las etiquetas sociales

Son juicios y valores que provienen de nuestro entorno que indican cómo debe ser nuestro comportamiento en determinado ámbito de la vida. En la obra, se representan como fórmulas para ser feliz.

La función social de las etiquetas, pueden pensarse como garantías de calidad de un miembro de la sociedad. Instauran una especie de curriculum social que identifica si una persona pertenece a una clase social o status determinado. Si bien son producto del conocimiento estratégico transmitido de una generación a otra, a través de la familia, el grupo y el entorno. A Temporaria -un nombre exacto para mostrar la idea de adecuación a un tiempo social- le basta el consejo de una revista de moda, muy urgida por la celeridad de su época.

Desde lo afectivo, funcionan como una hoja de ruta para obtener la aprobación del otro y la propia felicidad. “Etiqueta tras etiqueta, intenta cumplir al pie de la letra cada uno de los mandatos sociales que considera la fórmula para convertirse en la mujer que todos esperan y así, conquistar su propia felicidad.”, anuncia en la reseña su autora. Y aquí es, precisamente cuando la etiqueta funciona como señuelo. Una trampa para el otro y para sí misma.

El costo de la treta de mostrarse tal cual una etiqueta, implica la impostura y la renuncia a lo propio. Sin embargo, con ello consigue atrapar al otro, porque le muestra, precisamente, lo que quiere ver.

Roxana Castro en su monólogo Etiquetada. 

De tal impostura y renuncia, surge la desvalorización de lo propio y de lo ajeno (un novio, muñeco de papel hecho a su medida; una mujer, incapacitada de ser escuchada por su pareja).

Las etiquetas y el espejo social

El valor por el cual se sostienen las etiquetas o fórmulas de felicidad es porque son experiencias pasadas sociales que se transmiten y pueden servir como guía. Pero si no se las interrogan o evalúan, nos dejan atrapados en un discurso ajeno totalizador.

La mayoría de las recetas de autoayuda, nos indican el camino a la felicidad a través de fórmulas parecidas a la de los manuales de funcionamiento de máquinas. Enseñan el “Know How” (saber cómo). Infalible en el terreno tecnológico, cosificante en lo humano. La autoridad está centrada en el discurso del otro. En el caso de Temporaria, le basta un listado de “tips” que saca de una revista de moda.

Lo idéntico genera en el otro la sensación de estar completo. Desde chicos aprendemos que si a nuestros padres les mostramos lo que ellos quieren ver, tendremos su aprobación y con eso un espacio para nuestra seguridad: ser queridos. Salimos con amigos o amigas y pedimos la misma comida para no desentonar. Si hablan de un tema determinado, tratamos de acomodarnos. Nos fascina la trampa del espejo: vas a ver lo que quieras percibir y escuchar lo que quieras oír; eso es un señuelo casi infalible para el otro. Se trata de ser un buen actor y de no caer en actitudes que evidencien demasiado esa táctica de cacería al otro y de impostura con nosotros mismos que nos reduce a meros objetos de deseos.

Sin embargo, tal vez tengamos la oportunidad en nuestro tiempo, si tomamos conciencia de esa relación tramposa, si tratamos de romper ese espejo que atrapa, si intentamos liberar al otro de esa jaula imaginaria y, en ese mismo acto, liberarnos a nosotros mismos. Una de las maneras de conquistar la libertad requiere lucha compartida para romper la trampa del espejo.

*Psicólogo