En 1683, Don Fernando Mate de Luna fundó o trasladó –según como se mire– la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca. Dato curioso que compartimos en esta columna con los lectores; sobre todo con quienes no conocen esta capital de provincia del noroeste argentino, ubicada a 1.130 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.

Cada historiador tendrá su mirada, pero lo cierto es que quienes ya habitaban en el siglo XVI la antigua Población del Valle (que llamamos Las Chacras) querían tener el estatus de ciudad y se lo hicieron saber al Rey de España; autorizando éste la tarea al entonces gobernador del Tucumán mencionado. Convengamos que la fundación de esta ciudad es casi única: ya existía…

Los habitantes no imaginaron que Mate de Luna colocaría el rollo de la justicia del otro lado del río del Valle, sobre el plano inclinado que constituye el cono de deyección del cordón montañoso del Ambato. Y es que el español necesitaba en su haber contar con la fundación de una ciudad en su regreso a España; ya había trasladado la antigua Ibatín a Tucumán. En el Valle Central de Catamarca, por lo tanto, fundaría “su” ciudad. La justificación de su decisión sería que el nuevo emplazamiento se vería librado de las posibles inundaciones veraniegas del río.

Pasaron varios años hasta que los vecinos de la Población del Valle decidieran, a la fuerza, poblar la cuadrícula de la nueva ciudad impuesta, ya que, si no lo hacían, los españoles arrasarían con las chacras. Realmente, una historia llena de emociones la que vivieron aquellos vecinos a fines del siglo XVII.

La relación entre la antigua población y la nueva ciudad fue constante desde entonces hasta nuestros días; los habitantes del Valle tenían un terreno en la ciudad “fundada”, pero “vivían” en Las Chacras. Los vecinos de otras ciudades de la región del noroeste argentino que nos visitan, se sienten atraídos por la historia de aquellos pobladores que se resistían a abandonar sus terrenos en aquella trama orgánica, para ocupar los de la nueva cuadrícula.

San Fernando del Valle de Catamarca tuvo que esperar hasta la llegada del arquitecto Luis Caravati en 1859 –como lo mencionamos hace unas semanas en este espacio– para cambiar su paisaje urbano de aldea a ciudad pujante que, hasta el día de hoy, a pesar de la demolición de edificios, continúa.

El arquitecto italiano diseñó la ciudad de Catamarca; lo hizo intuitivamente. Parece romántico esto último, pero lo cierto es que, a medida que se vinculaba con la sociedad de la época y le encomendaban una serie de obras, elaboró, ¿sin querer?, un plan urbano ambiental para la ciudad que no necesitó ser escrito en papel. Mientras tanto los habitantes de “Las Chacras”, al otro lado del río, seguían con sus tiempos, con sus costumbres, que, casi podríamos decir, perdurarían hasta el día de hoy.

El desafío que queda para todos los vecinos de San Fernando del Valle de Catamarca, hoy capital de la provincia homónima, a casi 338 años de su fundación, ¿o traslado?, es que, para que nuestra ciudad conserve su identidad, hay que tener en cuenta dos cuestiones fundamentales. La primera, que sigamos teniendo presente la “Escuela de Caravati”, no destruyendo lo poco del patrimonio paisajístico que queda; y, lo segundo, que el Valle conserve sus espacios y tiempos generosos.

Las zonas pobladas de las localidades próximas a la ciudad capital, no pueden cometer el error de “urbanizarse” como si fuera una mancha de aceite que se desparrama en el territorio. Deberían tratar de conservar sus estructuras compactas dentro del espacio del Gran Aglomerado Urbano de Catamarca, como contraste con lo que sucede del otro lado del río.

Pasó el tiempo y un cordón umbilical une la nueva ciudad con la vieja población. La gente es sabia y sabe que San Fernando del Valle de Catamarca no sería lo que es, sin la memoria de “sus Chacras”.

*Arquitecto.