Se va marzo y le cargo el peso de llevarse consigo las penas. 

Juego al absurdo de cerrar con calendario las heridas que callamos. Como silenciar con viernes las nimias penurias del cotidiano. 

Eso hago: ofrendo al viernes y su secuencia de fin de semana el resguardo de mi intimo universo familiar. De las amistades. De los excesos. Del olvido.

Marzo se va con mis pretensiones de creer que allí también queda el dolor. Quiero creer que con este último mes se irán mis dislexias, torpezas y violencias, las traiciones a mí mismo.

Mi viejo se murió en marzo y quise convencerme de que había anticipado el duelo. No espero de abril redención superadora: debemos lidiar con nuestros muertos y quiero creer que pude sortear a tiempo unos cuantos silencios. Pudimos despedirnos en auténtica paz. El Negro, finalmente, se permitió dormir en el viaje.

Unas pocas semanas antes pude, también, escribirle a la muerte. Ya nunca podré saber si el Negro, mi viejo pincharrata, leyó alguna vez a Sara Gallardo. En 43 años yo no lo había hecho, hasta hace apenas un tiempo, hasta poco antes de ese 8 de marzo que ahora tendrá para mí su enorme valor de revolución y, también, de liberación. 

Un sábado de febrero, entonces, me fui solo a la isla con esa maravilla que es Eisejuaz. Ahí, aislado, bebiendo a cuenta de todos los brindis que le negué, escribí:

"Empiezo a llorar a mi padre, que quiere morir y no puede. Quiere esquivarle con nosotros al cansancio, y no puede. Sangra y se ahoga por dentro, y no muere.

Mi padre, que atravesó el desierto y conoció el cuchillo. El que llevó el agua y secó el vino. Muere mi padre de a tragos cortos, cansado de vivir. Y le duele.

Escucha Eisejuaz: 'Hijo, un animal solitario se come a sí mismo'.

¿En qué creen los que no creen nada? ¿Hasta dónde podemos comernos?

En nosotros se va su cansancio. Pero vuelve a estar solo, comiendo por su panza.

¿Qué sabor tiene comer nada?

¿A quién pedir cuando queda ya sino lo último?

Dice Sara Gallardo, y escucha su Eisejuaz: 'Y comiendo, durmiendo, así cada día, así como la raza de los hombres lo pasa en esta tierra, que es esperando'".

Pocas semanas después, durmió mi padre. Marzo se fue y con mi viejo, el Negro. Creí que el duelo estaba hecho. Pensé en abandonar las redes como estúpida acción de aislamiento cibernético. Me mentí en terapia. Equivoqué enemigos. Vomité angustias y secretos.

 

Hoy vuelvo acá, simplemente, porque escribir me sana. Porque esa última foto juntos, los tres con mi gran Gonza, merecerá, siempre, ser recordada.