Las políticas de ajuste aplicadas por la Argentina de Macri y el Brasil de Temer impactaron de manera negativa en la relación comercial binacional. El intercambio de bienes se encuentra en el nivel más bajo de los últimos diez años. La participación del país vecino en el comercio exterior argentino es la más reducida desde la creación del Mercosur, según datos de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC).

 La intención de Macri y Temer es redefinir el funcionamiento del bloque. La cancillería brasileña destacó que en el encuentro de ambos presidentes se analizaron “las prioridades que serán tratadas junto con los demás socios, para rescatar el espíritu original del Mercosur: el libre comercio y la democracia”. El comunicado de Itamaraty es muy claro: “Rescatar el espíritu original” no es otra cosa que volver a los noventa. La impronta inicial del Mercosur estuvo influida por la lógica neoliberal. 

 La conducción del proceso integrador fue delegada a las fuerzas del mercado. Una de las primeras medidas del bloque fue la implementación de un acelerado cronograma de reducción arancelaria. El resultado fue el crecimiento del comercio interregional asentado en la especialización productiva previa de cada país. Esa dinámica de funcionamiento fue muy distinta al perfil asociativo impulsado por Alfonsín-Sarney en 1985. Esos mandatarios imaginaban una amplia integración regional (política, social, productiva, científica) que excediera el terreno comercial.

 Por el contrario, la dupla Macri-Temer vuelve a privilegiar una estrategia liberalizadora comercial. El objetivo sería concretar tratados de libre comercio con otros países y bloques regionales. La confirmación de ese rumbo implicaría renunciar a un proyecto industrializador. 

 El economista Enrique Arceo explica en “La política exterior de Macri: la reprimarización de la economía argentina como objetivo”, publicado en Revista Realidad Económica N°300, que “la misión de los TLC, cuando se realizan entre países centrales y periféricos, es profundizar la actual inserción de éstos últimos en la división internacional del trabajo, ya que la lógica que preside necesariamente su negociación es la reducción de los aranceles aduaneros en los sectores más protegidos por cada una de las partes negociadoras y esto significa la apertura del sector industrial de los países periféricos”.

 El contexto internacional no acompaña al neoliberalismo regional recargado. El triunfo de Trump sepultó el Tratado Trans-Pacífico (TPP) y el apoyo popular británico al Brexit hizo temblar al continente europeo. La firma de un acuerdo con la Unión Europea también es dificultosa porque trece países (Austria, Chipre, Estonia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Polonia, Rumania, Eslovenia) se niegan a otorgar beneficios en materia alimentaria.

 Aldo Ferrer explicaba en El éxito del Mercosur posible que “el avance de la integración depende, en gran medida, de materias propias de la situación interna de los países y que sólo tienen resolución dentro de cada espacio nacional. Por ejemplo, las políticas sociales para elevar el nivel de vida y ampliar el mercado interno, las políticas macroeconómicas para consolidar la gobernabilidad del presupuesto, la moneda y el balance de pagos, las reglas de juego necesarias para abrir espacios de rentabilidad que fortalezcan la competitividad e impulsen la inversión y el empleo. En realidad, la mayor parte de los conflictos al interior del Mercosur obedecen a problemas internos de los países, a sus dificultades para resolver cuestiones como las mencionadas, las cuales, inevitablemente, se proyectan a la esfera regional”. Los gobiernos de Macri y Temer avanzan a contramano de las enseñanzas de Aldo Ferrer.

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@diegorubinzal