Para quienes transitan la ciudad a diario, la Santiago actual es tan distinta de lo que fue hace diez años como podría serlo de cualquier otra capital de Latinoamérica. En un proceso que comenzó hace al menos dos décadas, la capital chilena comenzó a expandirse a sus anchas, incorporó los suburbios en su geografía y terminó por mezclarse con las ciudades lindantes. Y entonces, cuando no pudo extenderse más, de la forma más literal, Santiago de Chile se fue para arriba.
“Si antes era un pueblo con rasgos de gran ciudad”, diagnostica el guía local Claudio Prado, “ahora es una capital moderna con rincones históricos”. Y a esa combinación de lo tradicional con lo nuevo hay que sumarle un marco de valles de viñedos y cerros, más un río que la atraviesa. Por eso, un recorrido completo por Santiago debería incluir todas sus dimensiones: la moderna, la histórica y la natural.
DESDE LA ALTURA Como paradigma del estirón santiaguino, una torre espejada se yergue sobre Providencia. Se trata del edificio Costanera Center: 62 pisos que alcanzan los 300 metros, lo más alto que se haya construido en toda la región. En sus primeros niveles está el shopping, una zona de la torre frecuentada por no pocos argentinos que deambulan en los pasillos con varias bolsas por mano. Más arriba hay cines y patios de comidas. Luego, pisos que aún no se han ocupado: cada año se inauguran dos nuevos para no afectar de forma abrupta al ya complicado tránsito de la ciudad.
Todos los contrastes de Santiago quedan revelados en las paredes vidriadas del Sky Costanera, la terraza del edificio, donde se puede ver el paisaje en 360 grados. Desde el interior de los pisos 61 y 62, las torres altísimas aparecen mezcladas con los edificios residenciales, las autopistas se cuelan entre los cerros y, en el fondo, se muestran las viñas. En un día despejado se puede ver hasta 50 kilómetros a la redonda y en pocos pasos echar un vistazo con otra perspectiva al barrio Bella Vista; todo Providencia; la comuna Peñalolén, desde donde se ve la cúpula del templo Bahá’í; el área fundacional de Santiago y esa zona de la ciudad limitada por Las Condes, Providencia y Vitacura que concentra la actividad financiera del país bautizada como “Sanhattan”, acrónimo de la isla neoyorquina y la capital de Chile. Desde aquí también se puede hacer futurología de la arquitectura santiaguina: allí donde hay un hueco, pronto surgirá una nueva torre.
SANTIAGO HISTÓRICA En unos 15 minutos en auto se llega desde Providencia hasta el barrio fundacional, con sus construcciones coloniales y republicanas que datan de los siglos XVIII y XIX, importantes monumentos, iglesias y museos. En pocas cuadras se recorren muchos de los sitios donde se escribió la historia de Chile; como el Palacio de la Moneda, la Municipalidad de Santiago y los Tribunales de Justicia; y donde los objetos que la representan se mantienen preservados del paso del tiempo, como en la Iglesia Catedral y el Museo Histórico Nacional.
El recorrido comienza en la Plaza de la Constitución, frente al Palacio de la Moneda que se impone en una manzana completa. Hoy es la sede del Poder Ejecutivo chileno, aunque fue construido para ser la Casa de la Moneda en la época colonial. Finalmente, por falta de recursos para instalar una casa de acuñación, el edificio se convirtió en la residencia del presidente chileno en mandato. Y esa función cumplió hasta la segunda gestión de Carlos Ibáñez del Campo, en 1958, quien decidió que cada Jefe de Estado cumplía servicios en días hábiles y horarios pautados. “El resto del tiempo –explica Claudio–, debía ser un ciudadano más”. Así, para los presidentes que siguieron, la Casa de la Moneda se convirtió en la oficina que fichaban al entrar y salir de sus rutinas de trabajo, y pudo verse a los consecutivos mandatarios llegando a La Moneda conduciendo su propio auto –como lo hacía el expresidente Eduardo Frei Montalva– o caminando desde su departamento en la Plaza de Armas –como acostumbraba el mandatario Jorge Alessandri Rodríguez–.
El pasaje que atraviesa La Moneda de calle a calle estuvo abierto al público primero, fue cerrado en 1970, reabierto al público en el año 2000 y vuelto a cerrar más tarde después de una protesta docente que había logrado entrar al edificio. Lo que sí se mantienen son las visitas guiadas, que permiten recorrer su planta baja, patios y diversos salones, entre los cuales figuran la habitación donde murió el expresidente Salvador Allende.
A unas cinco cuadras se encuentra la Plaza de Armas, el sitio más transitado de la ciudad. No es por nada: en los laterales de esta plaza se encuentran la Catedral, construida en 1748; el Museo de Arte Sagrado, con una vasta colección de objetos religiosos que incluye pinturas, esculturas y muebles; la Municipalidad de Santiago, que suma aires de colonia a las calles céntricas; el Correo Central y el Museo Histórico Nacional, con colecciones que datan de tres siglos de antigüedad.
ESCAPADA A LA NATURALEZA Mientras abandonamos la ciudad, Claudio anticipa lo que encontraremos en el camino. Primero, un pueblito con 14 mil habitantes que fundó O’Higgins padre y llamó San José de Maipo. En su plaza principal, una jauría de perros –ya parte del patrimonio local– chapotea en la fuente. En diagonal, un almacén ofrece agua para el mate del turista argentino, café y comidas para seguir viaje hasta el Cajón del Maipo.
El Cajón está a solo 50 kilómetros de la ciudad, pero en una hora de recorrer ese camino en auto que se abre paso serpenteando, las calles manhattanizadas de la capital chilena parecen haber quedado mucho más lejanas. “Este siempre fue el lugar de escape de Santiago”, apunta Claudio. En este cañón hay espacio para los amantes de lo natural: acá se viene a hacer canopy, tirolesa, pesca y cabalgatas. O, como en nuestro caso, rafting. También hay lugar para los interesados en lo sobrenatural. Explica nuestro guía: “Los expertos dicen que por ser corredor entre el Pacífico y el Atlántico, este es un lugar ideal para el avistaje de ovnis, y, de hecho, hubo muchas muchas apariciones”. Basta chequear en Google: hay vasto registro en foto y video de los turistas ufológicos.
En la Cascada de las ánimas nos recibe Nicolás y nos da instrucciones sencillas. Descendemos un tramo de 12 kilómetros del Rio Maipo, que nace como un pequeño estero cordillerano en la ladera este del volcán que le da nombre, y se va convirtiendo en un gran torrente a medida que desciende en su carrera en dirección al mar. Remando sentados y con los pies trabados en los asientos delanteros del bote desafiamos rápidos con nombres intimidantes como “las dos brujas” o “el remolino” y la corriente nos deposita en una hora en el final del recorrido. Las tres dimensiones de Santiago ya pueden darse por exploradas: el turismo de avistaje de ovnis quedará para otra oportunidad.