A comienzos de 2020, Francia se vio sacudida por algo más que la pandemia que sobrevenía. Se estaba publicando uno de los libros más anunciados de los últimos años: “El consentimiento” de Vanessa Springora. En ese libro, que los medios no cesaron de anunciar como la caída de una bomba, la jefa de la editorial Julliard cuenta con cierto detalle, porque se trata de una memoria personal, el vínculo erótico, amoroso con el escritor Gabriel Matzneff cuando ella tenía 14 y él, 50. 25años antes, el mismo multipremiado escritor ya había publicado un libro donde contaba su defensa de la relación sexual con menores. En 1975 ya había aparecido en el reputadísimo programa de televisión “Apostrophes”, donde los intelectuales franceses solían acudir para darle un toque de popularidad a sus lanzamientos con su ensayo “Las menores de 16”.

La historia quiere decirnos ahora que el libro fue un éxito y un escándalo. Pero la verdad es que Matzneff nunca fue una gran celebridad y su popularidad no superaba los límites de la francofonía. Escribió toda su vida para un grupo de seguidores de sus perversiones. Tampoco el libro de memorias de Springora tendría mucho valor en nuestra cultura, siendo apenas un libro testimonial (nosotros tenemos nuestros propios debates sobre ese tema global) si no fuera porque en el marco de este debate caen algunos de los ídolos y “maestros del pensamiento” diríamos que dominan y colonizan nuestro pensamiento al punto de que muy pocas de sus palabras pueden ponerse en duda y se los trata como si fueran ídolos religiosos más que pensadores e intelectuales. Por ejemplo Michel Foucault.

MORIR DE AMOR Y AMOR LIBRE

En el año 1977 los más prominentes intelectuales franceses (Foucault, Sartre Simone de Beauvoir, Derrida) , políticos (Miterrand, Lang) y personajes (Ives Saint Laurent) firmaron una petición por la cual se pedía que como parte de la revisión del Código Penal en curso, se tomara en cuenta la despenalizaicón de la edad de consentimiento sexual entre menores y adultos. La misma hacía eco de tragedias que se habían vivido, como la de una profesora (de 30) que se había suicidado luego de ser asediada por los padres de un menor (de 16) con el que tenía un vínculo amoroso. Historia que fue llevada al cine, “Morir de Amor”, protagonizada por Annie Girardot en su primera versión (hay 2) . Charles Aznavour le dedicó una canción, “Morir de amar./Por propia voluntad hundirse en la noche./Pagar el amor al precio de la vida./Pecar contra el cuerpo/Pero no contra el espíritu….” en fin, la sociedad estaba soliviantada por el tema. Y se lo debatía.

Al año siguiente un diálogo radial entre Foucault, Guy Hocquenghem y Jean Danet volvieron a llevar el tema al debate publico en un programa que luego fue publicado y que aparece entre las páginas 763 y 782 del tomo III de “Dits et écrits” de Foucault, con el nombre “La ley del pudor”. Allí se debate algo más que la edad del consentimiento, sino el modo en el que las leyes que regulan la sexualidad de los franceses carecían de rigor y mezclaban, como se hacía en muchos países, violación con homosexualidad, se psiquiatrizaban las conductas perversas, en fin, se sometía el problema de la sexualidad a una serie de órdenes, listas, organización e instituciones cuya injerencia era prejuiciosa, carecía de fundamentos científicos y penalizaba y criminalizaba conductas de acuerdo con un código moral higienista del siglo XIX. Por ejemplo, se critica el uso de la palabra “pudor” en el Código sin que se especifique de qué se habla, etc. Recordemos que en 1976 Foucault había publicado un primer tomo de la “Historia de la sexualidad” en el cual empezaba a preguntarse por las sociedades que se habían planteado “el problema del sexo” o el “el sexo como problema” y estaba interesado por saber con qué otros saberes se asociaba esa conducta que en esa época era nítidamente gobernada por la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis del que él abjuraba con tanto fervor como lo hacía del comunismo o de la revista Temps Modernes que Sartre auspiciaba.

PREGUNTAS MOLESTAS. ¿TEMAS O TRAMAS?

Si hoy el tema ha retornado a las primeras páginas de todos los diarios del mundo, es subido al éxito notable que ha tenido el libro de Vanessa Springora. Está claro que un historiador de derecha liberal como Guy Sorman, cuyo último libro trata de remedar el proyecto de Flaubert del “Diccionario de lugares comunes” con su “Mi Diccionario del Bullshit” sigue la veta. Dice en la entrada de Pedofilia dedicada a Foucault:  “Creo que es importante saber si el autor es o no una persona repugnante o no, como el caso de Céline, o Paul Morand (autores franceses que se manifestaron públicamente a favor del nazismo). Hay que tener el derecho de saber si se trabtaba de una sujeto despreciable.”

La cantidad de preguntas que uno puede hacerse son tantas que casi abruman a cualquiera. No sé si es necesario empezar por el juicio a Sócrates, pero podríamos empezar por las ruedas de promoción de un libro. También habría que hablar de la calidad de este testigo que ahora habla casi medio siglo después. O sería interesante pensar en el colonialismo que permite a un hombre blanco ejercer el turismo sexual (que los franceses viene llevando adelante como práctica desde apenas un poco despues de la Revolución que los convirtió en los faros de la moral y el bien pensar). O el invento que hicieron de la superioridad blanca a fines de siglo de la mano de su promotor fundamental, Jules Ferry. Ferry, promotor de la laicidad y del colonialismo, fue el que creó las práctica de abaratar el precio del alcohol en las colonias, como forma perfecta del domino hasta mansedumbre de los trabajadores fuera de Francia.

La imposibilidad de discutir los conceptos de los autores de los países imperiales en la academia, es un tema que algunos, pocos, se plantean. En el año 1985 el ensayista argentino Eduardo Gruner, se lamentaba por la ligereza con la que la intelectualidad latinoamericana cambiaba a Sartre por Foucault sin chistar y sin pensarlo mucho. Incluso la traducción de la obra del mismo Sartre quedó inconclusa porque repentinamente ya no importaba más. Así “El idiota de la familia” nunca vio la luz en su totalidad en castellano. Probablemente con Foucault ocurra lo mismo. Porque ahí no se habla de temas sino de tramas editoriales, derechos de autor, y todo un universo que hace que el presente y el negocio le gane siempre al pensamiento.

El éxito de Vanessa Springora en el mercado de libros, probablemente no exceda la narración de un episodio personal, más o menos curioso o banal. Pero el efecto de imposición de ideas y de obediencia que tiene el sistema, en el momento en el que las academias están cambiando sus “maestros” franceses, por los americanos, eso no se borrará jamás. Entre otras cosas porque las vidas de los filósofos, son un género de la filosofía bastante extendido. Y es muy difícil pensar en el Tractatus logico philosophicus, sin pensar en el freak que era Wittgenstein, tal como lo describieron sus amigos; y es imposible no pensar en Descartes con los ojos vendados escribiendo en su cuadernito de notas: “Avanzo enmascarado”.