Michel Foucault cometió un par de errores de distinto alcance que, sin embargo, no opacan la importancia decisiva de su pensamiento que no ha mermado con el cambio de milenio sino todo lo contrario.
Una de las objeciones más sostenidas ha sido la de su descuido hacia las temáticas de la diferencia sexual (y, por lo tanto, hacia las mujeres). Menos atendibles son los reproches por el ninguneo de las temáticas trans. Foucault dedicó al asunto un texto fundamental, “Sobre el sexo verdadero” (1978), que funciona como prólogo a las memorias de Herculine Barbin, cuya intersexualidad (que la época llamaba hermafroditismo) Foucault comenta para deplorar la exigencia de una correspondencia rigurosa entre “el sexo anatómico, el sexo legal y el sexo social”. Antes del siglo XVIII (y, naturalmente, después del siglo XIX) existe un margen de movilidad bastante amplio que permite pensar la obsesión por “el sexo verdadero” como un efecto de época y el carácter mortífero de su observancia (obligade a elegir, Herculine muere).
Pero me detengo en uno de sus mayores errores, que paraliza a Foucault durante años. El primer tomo de la Historia de la sexualidad, La voluntad de saber (1976) está todavía enmarcado en la estructura de la transgresión: transgredir significa ignorar la prohibición de la Ley. No un combate contra la Ley, sino la suspensión de su acatamiento.
Aunque luego lo abandonará, Foucault define allí un mapa de la política “del sexo desde hace dos siglos” organizada en cuatro líneas: la pedagogización del sexo del niño y la histerización del sexo de las mujeres, el control de los nacimientos y la psiquiatrización de las perversiones. En el plan de trabajo propuesto, Foucault planeaba el libro La cruzada de los niños, que nunca escribió.
Recién en 1984, poco antes de su muerte, retomó la publicación de la Historia, con dos volúmenes que modifican radicalmente el plan, el marco teórico y la escala del proyecto. La idea (heterosexista) de la transgresión, que supone la capacidad (y la voluntad) de suspender el acatamiento de la Ley, es reemplazada por la idea queer de la ascesis, según la cual el sujeto debe construirse a sí mismo allí donde ha sido arrojado por un veredicto social. Escoger el Mal no significa transgredir lo prohibido, sino abrazar y transformar en principio de vida lo que la sociedad ha hecho de une.
No es que Foucault niegue ahora el poder, como muchos creyeron legítimo leer, sino que se interesa por la articulación entre los juegos de poder, los juegos de saber y “las formas según las cuales los sujetos pueden y deben reconocerse como sujetos de su sexualidad” (El uso de los placeres). Foucault elegía, de algún modo, la vía que Roland Barthes venía transitando desde 1971, una ética con la cual quienes aceptan su propia sexualidad como un mandato del héteropatriarcado son incapaces de experimentar.
El 4 de abril de 1978, Michel Foucault participó junto con Guy Hocquenguem (Álbum sistemático de la infancia) y Jean Danet de un programa de radio conducido por Roger Pillaudin para France Culture. La trascripción de esa conversación fue publicada como “La ley de pudor” (está disponible en Internet) y su objetivo central es defender la despenalización de las relaciones sexuales entre adultos y menores, asunto que seis meses antes había recibido la adhesión del Partido Comunista Francés (que nunca se caracterizó por el libertinaje) y por Françoise Dolto, psicoanalista clínica francesa especializada en infancias (La causa de los niños es un libro que sigo regalando a cada joven embarazade, porque allí se propone una crianza para la autonomía).
Lo que Hocquenguem y Foucault intentan subrayar son las aporías sobre la sexualidad infantil que sostiene la derecha cuando se niega a bajar la edad de consentimiento sexual. Las personas de buena fe y curiosidad intelectual pueden consultar ese programa de radio. Subrayemos que la advertencia que entonces hicieron: no sólo se penaliza una determinada relación erótica o sexual sino que se crea un tipo completamente nuevo de delincuente, una categoría especial de pervertidos, una monstruosidad intolerable.
Las mismas personas (el mismo poder) que reguló la explotación laboral infantil y que se manifiesta de hace cuarenta años por la baja en la edad de la imputabilidad penal, se rasga las vestiduras ante cualquier intento de modificación de la edad de consentimiento sexual. Unx niñx puede ser penalmente responsable, pero sexualmente responsable, en modo alguno. El Niño (imaginario) debe ser protegido contra su propio deseo.