De cómo un libro de historias extrañas puede transformarse en una guía muy particular: el platense Nicolás Colombo plasmó recientemente en papel sus años de investigación acerca de “lo raro” de la capital provincial. Los rumores y leyendas fueron el primer paso de un blog, luego del libro Misterios de la ciudad de La Plata y finalmente del grupo de guías de turismo La Plata Ciudad Oculta, que propone paseos abiertos al público, a la luz de la trama menos conocida.
EL PLANO La Plata, fundada en 1882 por Dardo Rocha, fue bautizada por el autor del Martín Fierro, José Hernández. Después de barajar nombres como Nueva Buenos Aires o Rivadavia, se puso la piedra fundamental el 19 de noviembre de ese año. El trazado, perfectamente cuadrado y atravesado por diagonales, partió –cuenta Colombo– de una falsedad: la incuestionable autoría del ingeniero Pedro Benoit. Hacia el año 2000 se confirmó oficialmente que la obra era anterior, o por lo menos, compartida. Lo cierto es que el plano que viajó a lucirse en la Exposición Universal de París de 1889 –la misma que tuvo como estrella a la flamante Torre Eiffel– llevó solamente la firma de Benoit. Desde entonces, todos los laureles fueron, durante décadas y décadas, para él.
Uno de los primeros mitos relacionados con el trazado es el que afirma que está inspirado en France-Ville, la ciudad descripta por Julio Verne en la novela Los quinientos millones de la Begun (1879). Un supuesto paso de Verne por la Argentina años antes para un congreso masón alimentó esa idea. Este diseño nos pone en el inicio del recorrido, el punto exacto donde se puso la piedra fundamental en 1882.
PLAZA MORENO Es el centro geográfico, flanqueado por la catedral y el palacio municipal. En el corazón exacto de esta plaza de cuatro manzanas, donde ahora encontramos un cuadrado de cemento con el escudo local, se depositó en la fundación una especie de cápsula del tiempo que debía ser abierta un siglo después. En esos cien años se tejieron mil historias: rumores sobre qué elementos incluía el cofre enterrado y versiones de un supuesto saqueo apenas horas después del momento fundacional. Finalmente, el 19 de noviembre de 1982, al destapar la cápsula, muchos de los objetos supuestos no estaban. Se intuían botellas, monedas de oro y plata y documentos en papel. Solo para la ausencia de estos últimos hubo una explicación: a principios de siglo XX, en medio de reformas para la (genial) idea de montar una fuente sobre el lugar en que descansaba, el cofre quedó lleno de agua. Sin embargo, varios de los elementos que sí dormían en su interior ahora podemos verlos con solo cruzar la calle, y ayudan a ponernos definitivamente en la columna vertebral de los “mitos” platenses: la masonería.
MASONES Sobre la calle 50, en la que fue la casa del fundador, el museo Dardo Rocha guarda los objetos encontrados en la cápsula desenterrada. Entre otros elementos recuperados del castigado cofre –que también está expuesto– se despliegan las medallas de cada grupo masón que participó en diferentes maneras en la fundación. Se ven ahora como una puerta al mentadísimo origen masón de la ciudad, ese que suena a misterio, aunque en realidad tiene una explicación bastante terrenal: en esos días, todo hombre de cierta influencia era masón. La estadística es contundente: 14 presidentes argentinos fueron masones (entre ellos Rivadavia, Mitre, Sarmiento, Yrigoyen y Carlos Pellegrini). En el caso platense, Rocha que la fundó, Benoit que (en todo o en parte) pensó el trazado y Hernández que la bautizó, los tres eran masones. Así, mapa en mano podemos caminar y pisar (sin ver) los símbolos que se encargaron de regar por todas partes, como la escuadra, el compás, el nivel y la plomada (masón viene del francés maçon, albañil). Las diagonales 73, 74, 79 y 80 forman en el mapa la escuadra, y al compás abierto a 85º lo forman las diagonales 77 y 78.
Aún subsisten además símbolos visibles a simple vista. En la calle 47 entre 8 y 9, Colombo señala un mural más reciente que resume la simbología masónica: entre otros elementos, aparece la imagen de tres hombres; uno lleva en sus manos el compás, otro la escuadra y el ultimo el “libro cerrado donde están los sagrados misterios”. Cerca de allí, en la calle 46 entre 2 y 3 puede encontrarse el único templo masón originalmente construido con ese fin. La fachada con aire a templo griego lo hace indisimulable. Aunque el lugar donde más símbolos masones subsisten es uno que reproduce el plano de la ciudad en pequeña escala: el cementerio.
Al final de la diagonal 74, rumbo al sur, aparece el pórtico diseñado –cuándo no– por Pedro Benoit. La entrada con columnas tiene en lo alto un verdadero álbum de imágenes masónicas y lo mismo vamos encontrando a cada paso en el interior. En algunas bóvedas se pueden ver las antorchas encendidas y hacia abajo; ahora con la misión de iluminar la vida después de la muerte. Más allá se repite la “clepsidra alada”, el reloj señala que el tiempo de la vida fue bien empleado, y llegó a su fin. Obviamente, no faltan la escuadra y el compás.
TÚNELES Y BOSQUE Dos últimas paradas nos esperan. Una es la actual Plaza Malvinas, epicentro de una de las tramas que más se han repetido en voz baja en los últimos años: la de los supuestos túneles. Para algunos, la idea de alinear los principales edificios públicos en un eje (entre las avenidas 51 y 53) tenía como origen la idea de comunicarlos de forma subterránea. De hecho, la idea de que la avenida 52 no exista dentro del cuadrado urbano alimentó esa idea casi de manera poética: la 52 existe, pero está bajo tierra.
Colombo retoma en este caso las teorías de Gualberto Reynal, un entusiasta investigador que escribió varios libros sobre misterios locales (un poco inflamados, según la mirada de Colombo) y desplegó un mapa para algunos real, para otros no: entre 1916 y 1919 se habría construido una red de pasadizos a una profundidad de unos cinco metros. La leyenda ponía una de las entradas a esa red en la Plaza Malvinas, donde funcionó el Regimiento Nº 7 hasta 1982. Finalmente, en 2010, entre entusiastas investigadores y una ONG lograron las autorizaciones: un túnel de 46 metros de largo a cinco de profundidad apareció bajo la plaza. La unión de este pasadizo (que conectaba el casino de oficiales y plaza de armas del viejo regimiento) con el supuesto resto de la trama aún no tiene solución. El túnel de la Plaza Malvinas se abrió al público ese año y se lo vuelve a habilitar en ocasiones: el crecimiento de las napas impide que pueda permanecer abierto todo el tiempo.
La parada final es para dos detalles extraños del Museo de Ciencias Naturales. Allí son clásicas las leyendas de fantasmas. Las tristes historias como la del malogrado cacique tehuelche Inacayal alimentaron mitologías y se masculla acerca de un supuesto espíritu al que llaman Gabino, que abre y cierra puertas y ventanas.
Por fuera, el último caso es más simpático. Casi absurdo. En la altura de la fachada del monumental museo pueden verse doce hornacinas, huecos en los que se levantan los bustos de distintos naturalistas: Lamarck, de Azara, Blumenbach, Darwin y otros. Sin embargo, la mirada en detalle, para nuestro guía deja dudas: muchos de los rostros no tienen mucho que ver con las imágenes conocidas de los protagonistas. Parece que al menos la mitad de los bustos fueron en algún momento reemplazados, pero no así los nombres de los homenajeados. Como ejemplo, Nicolás cierra con un desafío: nos pide que nos detengamos a mirar al busto del sueco Carlos Linneo. Misteriosamente, se parece demasiado al filósofo René Descartes.